Un viaje empalagoso
Un escándalo de divinas proporciones conmueve a toda la
ciudadanía de Egipto, Grecia y Babilonia.
Dos años después de la muerte del glorioso Alejandro Magno, sus
restos permanecen sin sepultura ante la indecisión que plantea el
enterramiento, por lo complicado de la situación del imperio. Desde que
El Magno declarara en las postrimerías de su lecho de muerte:
"Mi sucesor será el más fuerte", sin aclarar ni
desmentir a cual de sus 120 generales se refería, la carrera por la
sucesión se tornó fratricida. Nada menos que cien años de luchas para
aclarar la herencia del imperio. En tanto algunas antiguas fronteras
volvieron a reestablecerse como en tiempos anteriores a la invasión del
Gran Rey.
Se toma la polémica decisión de trasladar los restos de Alejandro
desde Babilonia a Macedonia para ser enterrados según los deseos de la
mayoría de sus súbditos, quienes opinaban que el lugar idóneo para el
descanso de los restos era su ciudad natal de Ege, al lado de su padre
Filipo II. Pero no faltaba razón a sus esposas Babilónicas al reclamar
el enterramiento a su lado, la última de las naciones conquistadas
y el lugar donde las fiebres tifoideas se lo llevaron, como a cualquier
hombre mortal. Tampoco fue desdeñada la última voluntad del difunto,
pidiendo ser enterrado en la ciudad egipcia de Siwa.
Para el traslado a Macedonia se habilitó una carroza fastuosa,
preparada a modo de templo divino, pues como sabemos, Alejandro gozaba en
vida de esta prerrogativa. El cuerpo del Dios partió hacia donde se suponía
que había de gozar del asentamiento definitivo, de la paz suprema y de la
adoración de todo su pueblo.
Pero sucedió que durante el largo trayecto, el Sátrapa Ptolomeo,
amigo íntimo de Alejandro Magno, atacó el cortejo. Con el jaleo que
dicho asalto creó, la carroza que conducía los restos del Magno cedió,
rompiéndose las ruedas traseras, lo que originó que el sarcófago
provisional se deslizara yendo a dar con la única piedra que debía de
haber en todo el camino. El sarcófago se abrió fatalmente.
Mientras el asalto finalizaba y Ptolomeo pudo hacerse cargo de los
restos de su amigo, para enterrarle en Egipto, desafortunadamente habían
entrado algunos insectos y pequeños animalejos dentro del sarcófago. Lógico,
si pensamos que el cuerpo de Alejandro Magno había sido, dos años atrás,
recubierto con miel para conservarlo hasta determinar donde se enterraba.
Rápidamente, Ptolomeo, viendo el desagradable espectáculo ofrecido
gracias al dulce festín, hizo sellar definitivamente el sarcófago de su
amigo, junto con los comensales no invitados, a fin de que ninguna alimaña
más pudiera beneficiarse de un manjar tan dulce y elevado. Después pensó
algo íntimo que le hizo mucha gracia: "Los Dioses también
poseen la capacidad de corromperse, puaj, que asco".
Emitiendo
acto seguido una orden a su lugarteniente.
-
Partiremos cuanto antes , sin parar a dormir si es preciso. -¿Cuál es
nuestro destino, señor?. - Preguntó el lugarteniente. - Menfis. -
Respondió Ptolomeo.
- ¿Menfis, Señor?. - Preguntó muy sorprendido el oficial ante el cambio
anunciado por Ptolomeo.
- Pues claro que a Menfis, es una necesidad. ¿O no lo notas?. Pues
destapa una rendija en el sarcófago y convendrás conmigo que este
cuerpo, por muy divino que sea... En fin, que no aguantaría un trayecto
tan largo.
- No es mi costumbre discutir vuestras órdenes, General, lo dispondré
todo enseguida.
Tras
esa revuelta, los despojos de Alejandro Magno serán enterrados, primero
en Menfis, donde se embalsamará siguiendo las técnicas egipcias de
embalsamamiento, famosas por su garantía de calidad, para
posteriormente ser trasladados, ya en su ubicación definitiva a Alejandría.
Esperamos que tras tan penoso y goloso viaje, Osiris les de buen
cobijo en el Más Allá.
JEPER
& Horjhembejh
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