Nephti
La luna resplandecía sobre el cielo de Abydos. Una noche cálida
cruzada por frescas brisas, hacía de la casa de adobe un lugar de ensueño.
A lo lejos, el rumor de barcas con antorchas reflejando el paso de las
estrellas en el cielo, espejando la bóveda negra y a la vez luminosa.
Nephti prendió su lámpara de aceite en su espaciosa habitación llena de
los pergaminos que su padre, artesano y adorador de Osiris, le hacía
estudiar con empeño, con pasión. Pensar que esa noche había calculado
la crecida del Nilo. Pensar solamente por un momento, que sus pinturas en
la pared también reflejaban como el agua, el cielo profundo, casi abismal
. Ella escribía apresurada y sabía que la marea iba a tapar las orillas
del río pronto. También en esa noche despejada preveía el diluvio. El
gato negro la miraba sorprendido como en aquella noche en que ella desvió
el rayo y los dos se salvaron. Ella derramó un poco de vino en el piso y
agregó el contenido de una pequeña vasija de cerveza. Luego sacó
a la serpiente Apofis de su cántaro de barro, la sacrificó y mezcló la
sangre con el vino y la cerveza. Desde la pared la imagen de Sejmet
titilaba como un astro. Nephti pronunció varias frases en un antiquísimo
idioma. Esperó un rato. En el cielo, una nubecilla roja se escapaba con
rapidez. Una gota, dos, tres. Nephti cerró los ojos. El padre encontró
ahogada a Nephti en su habitación sobre el piso húmedo, ya secándose.
Mientras tanto, todos comentaban en Abydos que Osiris los había bendecido
con noches de lunas con estrellas.
Ileana
Andrea Gómez Gavinoser |