EL
SUEÑO
Había de terminar ese libro como fuera. Llevaba dos noches con él,
y tras su lectura se repetían los mismos sueños. Decidí que esta última
noche lo concluiría. Lo adquirí en un stand de los que ponen en
las Ferias de Libros de Segunda Mano; y aunque vaya en mi contra,
os he de decir que lo adquirí porque su portada me atrajo. Lo vi, me miró
y lo compré. No estoy loco, no.
Pocas veces había visto tanta belleza en un busto, el que ocupaba la
portada. Transmitía serenidad, majestuosidad, y a la vez, cierto grado de
arrogancia. Me había encaprichado de Nefertiti.
Los ojos se me cerraban. El escozor que su cansancio provoca me
impedía mantenerlos abiertos. Ya solo faltaban tres páginas para
terminarlo, pero al final el sueño me venció.
Al día siguiente, al despertar, me sentí extraño en casa,
paulatinamente fui recordando el hermoso sueño que esa noche había
tenido. Lo fui transcribiendo, mientras las imágenes iban pasando,
nuevamente por mi mente.
Aparecía en una casa espaciosa, con mucha luz; de aroma cálido y
acogedor.
En ese momento me disponía a vestirme con traje de lino y
sandalias. Iba tomando conciencia del estado en que me encontraba y de mi
otro Yo. Ahora ocupaba el cargo de "Supervisor de los cultivadores de
las flores del dominio de Amón". Controlaba a los cultivadores de
flores y parece ser, como luego me fui percatando, que la gente que tenía
bajo mi cargo eran cultivadores del jardín privado del Palacio del Faraón.
Pero donde me encontraba, en Ajenatón, el culto a Amón no existía, fue
sustituido por el de Atón, con lo que supuse que nuestros cargos
continuaban existiendo desde la época de Amenhotep III, pero con alguna
nueva denominación, la cual en esos momentos yo desconocía.
Mi trabajo seguía siempre las mismas pautas. Tenía que llevar un
control riguroso de la entrada de semillas, para su cultivo en el jardín,
como un control estricto del destino que esas flores habían de tener
(para hacer guirnaldas, como ofrendas en los funerales, para fabricar los
perfumes, etc).
El Jardín de palacio era inmenso. Un hermoso lago, en su mismo
centro, hacía las delicias de los que en él trabajábamos y de los que
por él paseaban. Cuando las obligaciones reales se lo permitían el Jardín
era agasajado con la presencia de Nefertiti. Caminaba entre lirios, flores
de loto, tejenu y más plantas y arbustos que Hatshepsut había importado
de su expedición al país del Punt.
Yo no pasaba mucho tiempo en el Jardín, pues mis labores me hacían
permanecer en el interior de una de las salas adjuntas al mismo. Pero
cuando ella (Nefertiti) y yo coincidíamos en el Jardín, era como si el
aroma de las flores aumentara y sus colores se intensificaran. ¡ Qué
mujer ! Sentía una verdadera adoración por ella, era mi señora y la
veneraba como tal. Pese a su incomparable belleza, había algo en ella que
la distinguía, creo recordar que eran sus ojos, esos ojos.
Llegué a Ajenatón entre el noveno y décimo año del reinado de
Amenhotep IV. En esta época el escultor Tutmis estaba creando un busto en
yeso que representaba a Nefertiti. Su busto.
Al poco tiempo de encontrarme trabajando en el Palacio, sucedió
algo que no era usual, o hasta el momento no lo había sido. Se deshizo el
matrimonio de Amenhotep IV con Nefertiti. Mi trabajo iba bien. Las flores
eran mi vida.
Una vez que el matrimonio se rompió, Nefertiti fue trasladada al
castillo norte de Ajenatón, hasta que el faraón murió. Cinco años, años
durante los que no se supo nada de ella. Y años, durante los que las
flores del Jardín de Palacio ya no volvieron a explosionar como antes.
Con la muerte de Amenhotep IV, los altos dignatarios nos enviaron, en mi
caso en concreto, a los Jardines del Templo de Karnak. Que hermoso templo
y que bello su Jardín Botánico. Allí continué realizando mi labor y a
la vez disfrutaba con la hermosa y sencilla belleza de las flores y
plantas. En ese mismo momento pensé: "Qué pena ser ciego en Egipto.
No poder ver sus
colores, sus flores... ".
Continué como supervisor de los cultivadores. La vida siguió por
el camino que Amón había marcado para mí. Pero ella murió sola y
relegada de todo. Una infección en la vista la mató. Era una enfermedad
que, transmitida por las moscas, asolaba Egipto ya desde la antigüedad.
Ahí terminó mi sueño, con esa simple información. Solo era una
exteriorización de una parte de lo que había estado leyendo en aquel
fascinante libro, que espero esta noche terminar.
Consecuencia del sueño, hoy he querido conocer y saber de esa
enfermedad endémica que como a muchos otros egipcios mató a Nefertiti.
Es el TRACOMA o también llamada "Oftalmia del
desierto" u "Oftalmia egipcia". Aún hoy en día es una de
las primeras causas de ceguera mundial.
Con ese hermoso sueño he aprendido mucho, o tal vez, haya empezado
ha recordar algo... no lo sé. El terminar el libro y el tiempo dirán su
última palabra.
JEPER |