EL
DÁTIL MADURO
Son
muchos los estudiosos que atribuyen al sabio británico Isaac Newton todo el postulado de
las leyes de la gravitación universal. A Newton le corresponde por derecho propio la paternidad
de esas definiciones científicas. Sin embargo su trabajo no sería posible si desde los albores de
la humanidad, otros científicos y pensadores no hubiesen fijado su
curiosidad natural en el "¿Por qué?" de hechos tan simples y a la vez tan
complejos como la mecánica celeste, la gravedad o la fricción de los materiales.
Galileo, Copérnico, Halley, Psamético, Da Vinci. Ejemplos claros de la búsqueda del origen de las cosas.
El Antiguo Egipto no fue ajeno a las investigaciones astronómicas, determinantes en muchos casos de las posiciones exactas de los
grandes monumentos.
Karaptah fue otro de esos grandes sabios de la antigüedad. Se formó
ampliamente en diversas Casas de la Vida, viajó por todos los países con
los que Egipto mantenía relaciones diplomáticas o comerciales, ejerciendo en
ocasiones como inspector de los cargamentos de Su Majestad. En realidad
tendríamos que hablar de "Majestades", en plural, pues estuvo
al servicio de tres Faraones a lo largo de su dilatada carrera. Solicitó el retiro como funcionario a los 69 años,
aprovechando la entronización del cuarto de los monarcas ascendidos al trono durante su
vida. El joven Faraón Methomentó le concedió esa gracia, además de una
pequeña villa de retiro y dos sirvientes a cargo de las labores domésticas.
Fue cortés el Faraón al agradecerle públicamente los servicios
prestados durante tantos años a su país y fue emotivo el discurso al destacar la
honradez del funcionario emérito, que después de 52 años de servicio no
poseía más bienes que los que podían cargarse a lomos de dos
asnos.
La inactividad del anciano le animaba a dar largos paseos por los
campos de cultivo cercanos a la orilla. Admiraba la naturaleza como creación de los
Dioses Primigenios, fuente de toda vida sobre la tierra y sobre el cielo
con sus infinitas estrellas. Añoraba los viajes comerciales por el Mediterráneo, las gentes, las
esencias aromáticas ofrecidas en cada puerto, la diversidad de las gastronomías y
sobre todo sus muchas visitas a los burdeles de Creta, Biblos, Siria y
Canaán. Tiempos felices que no habían de volver. "Si el joven Faraón
supiera donde fui dejando el salario y las comisiones, no hubiese pronunciado aquel
pomposo discurso en el salón del trono el día de mi jubilación. Que
Osiris me juzgue en los caminos del Mas Allá".
Una tarde se sentó a descansar debajo de una gran palmera datilera, justo
al lado de un canal de riego. De esa forma mitigaría el calor del atardecer.
Todavía era capaz de adoptar la postura del escriba para relajarse y meditar, a pesar de su avanzada edad.
Karaptah también había ejercido durante algunos años como sacerdote
"puro",
antes de serle encomendadas las misiones en el extranjero. Por tanto poseía
discretos conocimientos sobre las divinidades que crearon Egipto, que
dieron agua al Nilo, que engendraron a los primeros semidioses y éstos a
los primeros hombres que unificaron gobernaron el país.
Una planta de calabaza crecía pegada al canal de riego. Se trataba de una
variedad que él conocía por haberla visto en la costa Sarda. Sin duda se
trataba de la calabaza que los egipcios dieran en llamar
"Gigante" durante las primeras expediciones. Dos de ellas eran enormes, a Karaptah le
hubiese resultado imposible arrastrarlas un palmo por el suelo. Robustas y
pesadas, alimentadas por el agua fértil de las reservas hidráulicas de regadío.
"Permítame la conciencia, aunque solo sea por un momento, dudar de
los proyectos de construcción del mundo por parte de los Dioses
Primigenios".
"¿Realmente sabían lo que hacían cuando crearon una planta tan
alta como la datilera y le otorgaron un fruto tan minúsculo como el dátil?".
"¿Sabían lo que hacían cuando crearon una planta tan frágil como
la calabacera y le dieron un fruto desproporcionado?".
"¿Sabían lo que hacían cuando...? ¡Ay!" - Exclamó el sabio ante
la sorpresa de verse ensuciado y lastimado por un dátil muy maduro que se precipitó
sobre su frente arrugada. El hueso del fruto le provocó un rasguño en la
nariz. Se asustó al pensar que hubiese ocurrido si en vez de dátiles la
datilera diera calabazas de semejante tamaño. Interpretó el incidente como un
castigo de todo el Panteón Divino. Pidió disculpas de forma general primero y
después de manera particular a cada uno de los Dioses conocidos.
- Juro por la grandeza de Amón que no volveré a dudar.
- Apelo a la rectitud de Maat para encontrar el camino a seguir.
- Pido a Seth que no me fulmine con sus rayos.
- La luz de Atón sea fuente de revelación de buenas conductas y
correctos pensamientos.
- Que el Gran Cocodrilo Happy Sobek me engulla en sus fauces si vuelvo a dudar de la sabiduría que profesa.
- Skemet sabe que tendrá en mí su mas fiel seguidor.
- Osiris, Tú que habitas en un reino al que sin duda llamaré un día,
acoge el Alma Pájaro de este anciano, juzgando todo cuanto ha sido durante su
estancia en el reino de los vivos.
- Isis, como esposa hazle llegar tus recomendaciones, añadiré tu imagen
al altar doméstico que poseo.
Uno tras otro fueron desfilando buena parte de las díadas, tríadas, enéadas
y otras asociaciones de difícil comprensión para oídos profanos en la materia.
Horus, Nut, Selkis, Bastet, Apis, Ra, Anubis, Neftys o Heka, todos recibieron su correspondiente petición de
indulto.
Cuando terminó las peticiones se dio cuenta de que el sol se había
puesto. Se levantó cansadamente del suelo, ayudado por el bastón que lo acompañaba
a todas partes y emitió un último pensamiento a las alturas celestiales.
¡SABÍAN
LO QUE HACÍAN!
Horjhembejh
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