Félix
Rougier nació en Milhaud (Francia) en 1859 y falleció en Méjico D.F.
en 1938. Sacerdote y profesor de Sagrada Escritura y Hebreo, y también
estudioso de la lengua egipcia, aunque en realidad es hoy conocido,
casi exclusivamente, por su labor misionera en el continente
americano, donde fundó varias Congregaciones. Pero lo que aquí nos
interesa es su actividad como investigador del antiguo Egipto y, en
concreto, la obra en la que plasmó sus conocimientos. Biblia
y Egiptología (Barcelona, 1893) es fruto de una memoria
presentada al Congreso Nacional Católico celebrado en Sevilla en
1892. En este libro, Rougier responde a los historiadores que, desde
planteamientos positivistas, rechazaban la veracidad de los textos bíblicos,
por considerarlos incompatibles con la información que los hallazgos
prehistóricos y del antiguo Egipto estaban suministrando sobre
nuestro verdadero pasado. De esta opinión era, entre otros, el catedrático
Miguel Morayta, uno de nuestros escasos autores dedicado a la
Egiptología en el siglo XIX.
Rougier,
por el contrario, creía que los descubrimientos realizados a través
de la Egiptología no sólo no negaban el contenido de la Biblia -y
aportaba en su favor el papiro de Turín, los textos del reinado de
Ramses II, las Tablas de Abidos y Saqqara o las cartas de Tell-el-Marna,
como claros ejemplos de ese planteamiento-, sino que, dando un paso más,
consideraba que otros hallazgos corroboraban
el mensaje bíblico. Este era el caso de unas inscripciones en signos
jeroglíficos que, a juicio de este sacerdote, venían a probar la
presencia hebrea en la tierra de los faraones, tal y como se encuentra
recogido en las Sagradas Escrituras. Las evidencias, según su parecer
y el del egiptólogo francés François Chabas[1], del que Biblia
y Egiptología es
claramente deudor, residían en unos textos jeroglíficos de época
ramésida que, en concreto, harían alusión a la actividad
constructiva de los hebreos a las órdenes de Rameses II. En dicho
texto se cita a los apiru (apiriu, según
expresa Rougier), término con el que los egipcios denominaban a los
hebreos, según hoy es aceptado[2].
Rougier lo explica así:
“...
se trata en dicho texto (…) de la construcción, por los hebreos, de
la residencia favorita de Ramsés II, en la ciudad de Rhamses, su
lugar predilecto, celebrado con entusiasmo en gran número de
documentos. Conviene hacer notar que el
nombre de los hebreos, según está escrito en el texto jeroglífico,
expresa regularmente la idea el
pueblo extranjero llamado hebreo” (pág. 60).
Según
las hipótesis de Rougier, los hebreos habrían permanecido unos 430 años
en Egipto, bajo las dinastías XVI, XVII y XVIII, correspondiendo a
las circunstancias descritas en los libros del Génesis y del Éxodo.
Situación que, a su juicio, habría dado fin bajo la XIX dinastía.
Hay
que decir, además, que los conocimientos lingüísticos de Rougier
son realmente meritorios. A lo largo de toda la obra nos encontramos
con citas y textos tanto en hebreo como en escritura jeroglífica, que
convierten a esta “memoria” en un auténtico tratado egiptológico,
tan escaso en la España de la época. Con Biblia
y Egiptología, Rougier sigue los pasos del gran Eduardo Toda,
que, pocos años antes, había dado a la Egiptología española los
primeros estudios dignos de ser reconocidos como científicos[3].
La obra es fruto del intenso debate que se desarrolla a finales del
siglo XIX, tanto en España como en el resto de Europa, entre los
defensores del positivismo, como instrumento de la razón, y los
intelectuales católicos, en cuyo seno habría que situar este texto.
Rougier lanza aquí un alegato a favor de la conciliación
entre fe y ciencia. En este caso, ciencia egiptológica. En lo que se
ve claramente influido por el ejemplo de lo que entonces ocurre en
Francia y su pujante Egiptología y, en lo que no cabe duda, influye
el nacimiento de este autor, al que, sin embargo, debemos considerar
español de adopción.
En
definitiva, podemos decir que el gran mérito de Biblia
y Egiptología y de
su autor, Félix Rougier, (al margen del presumible valor científico
de la obra) reside en haber hecho pública, en época tan temprana, la
necesidad de promover el estudio de la Egiptología en España y,
concretamente hacerlo en el seno de la Iglesia católica -institución
de una influencia determinante en una sociedad tan religiosa como la
de aquella época- en cuyo ámbito propuso la iniciativa de “fundar
una o varias revistas científicas redactadas por lo más selecto de
los sabios católicos de la nación”(pág. 94) y así fue
recogido, con amplio eco, entre las conclusiones del Congreso
sevillano en el que esta memoria fue presentada.
Pero
su llamada no obtuvo la respuesta que se requería en unos momentos en
que el vacilante inicio de la Egiptología española podía haber
recibido un impulso definitivo. De este modo, con posterioridad a
1893, dicha ciencia será prácticamente inexistente en España hasta
el tímido resurgir de los años sesenta del siglo XX.
Autor:
Jesús Balduz
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