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Vista
general de la montaña tebana, dibujado por Pococke, en la
que se observan, en primer plano, los Colosos de Memnon y, más
atrás, el Templo de Medinet Habu a la izquierda y el
Rammeseum a la derecha.
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El
reverendo Richard Pococke puede ser considerado como el primer auténtico
viajero científico de Egipto. Pococke fue un personaje singular:
nacido en Southampton en 1704, siguió estudios religiosos en Oxford,
pero en 1737 decidió partir hacia un largo viaje que duró tres años
y que le llevó primero a Egipto, donde remontó el Nilo hasta Asuán,
luego a Palestina, a Jerusalén, Baalbek, a Siria, a Mesopotamía y de
allí al Sinaí y a Grecia.
Vuelto
a su patria tras haber viajado también a Suiza y a Saboya, donde fue
uno de los primeros en atravesar y describir los glaciares del Mont
Blanc, ganándose así también la fama de pionero de la exploración
alpina, fue nombrado obispo de Ossory y Meath y publicó, entre 1743 y
1745, la relación de sus viajes titulada A Description of the East
and some other countries, en dos volúmenes, de los cuales el
primero estaba dedicado a Egipto y el segundo a los demás países
visitados, o sea Palestina y Líbano, Siria, Mesopotamia, Chipre,
Creta, Tracia, Grecia y algunas partes de Europa occidental.
En
su libro, por primera vez, las descripciones de los yacimientos
arqueológicos sistemáticas y completas, están acompañadas por
numerosos dibujos, mapas topográficos y plantas que proporcionan al
lector una visión general de los monumentos descritos. El interés de
la obra de Pococke -que conoció un enorme éxito inmediato y fue
traducida al francés, al alemán y al holandés- reside sobre todo en
el hecho de que algunos de los monumentos descritos y dibujados por él
fueron destruidos o sufrieron graves daños en la época de la
expedición napoleónica y la de Vivant Denon.
Los
monumentos, y en particular los del antiguo Egipto, constituían el
auténtico interés de Pococke, aunque no faltan páginas dedicadas a
los aspectos naturalistas de las regiones visitadas y a las costumbres
y usos de las poblaciones locales: de hecho, concibió su Ebro no
tanto como un diario de viaje sino como una recopilación de
observaciones sobre ciudades, lugares y monumentos, flora y fauna de
los países visitados. Pococke, que se embarcó en Livorno el 7 de
setiembre de 1737, desembarcó en Alejandría el 29 del mismo mes.
En
Alejandría, ciudad cuyos habitantes tenían «un carácter realmente
pésimo, sobre todo los militares y más aún los jenízaros», visitó
la ciudad, las mezquitas, los conventos y las iglesias, deteniéndose
en las murallas de la ciudad antigua, «maravillosamente
construidas>> y en sus monumentos antiguos: los dos obeliscos,
de los cuales uno está roto y uno de sus pedazos yace el suelo», la
columna de Pompeyo, que fue erigida después de la época de
Estrabón », y alrededor de la cual había numerosos vestigios
arqueológicos que «algunos historiadores árabes llaman el palacio
de Julio César», y las catacumbas, que consistían en «numerosos
apartamentos excavados en la roca».
Pococke
visitó los alrededores de la ciudad, el lago Mareotis, actual lago
Mariut, el canal de Canope «que lleva el agua a Alejandría»,
Abukir, Rosetta, Damietta, y atravesó la
región del Delta, remontando el Nilo hasta El Cairo, donde llegó el
11 de noviembre. «La ciudad de El Cairo está situada aproximadamente
a kilómetro y medio del río y se extiende hacia el este a lo largo
de tres kilómetros en dirección a la montaña -señala Pococke en su
diario- y tiene un perímetro de unos once kilómetros, porque he
empleado más de dos horas y tres cuartos para darle toda la vuelta,
calculando que he recorrido cuatro kilómetros por hora. » Pococke
describe la ciudad empezando por la parte más antigua, llamada «Viejo
Cairo», que correspondía a la fortaleza romana de Babilonia, de la
cual todavía son visibles hoy partes de las murallas, y El Cairo
moderno o «Nuevo Cairo», con el puerto fluvial de Bulaq, ahora un
populosísimo barrio situado en el centro de la ciudad, pero que por
aquel entonces distaba «kilómetro y medio del Nuevo Cairo» y era «el
lugar donde llegan todas las barcas procedentes del Delta». Pococke,
tras haber descrito las dos partes de la ciudad, las iglesias coptas,
la sinagoga, el acueducto, los baños públicos, las caravaneras y las
viviendas, se detiene en la fortaleza, conocida actualmente con el
nombre de Ciudadela, «situada sobre una roca que parece estar
separada artificialmente de las alturas del Gébel Duisy, nombre con
el cual se conoce la parte más oriental del Gébel Moqattam, que se
dice fue construido por Saladino», donde se encuentra también el célebre
«Pozo de José» que, como observa justamente nuestro viajero, «no
obtiene su nombre del patriarca José, como sostienen algunos autores,
sino de un gran visir que tenía el mismo nombre y que prestó
servicio bajo el sultán Mahmud, hijo de Qalaun».
Pococke,
aunque no demuestra estar particularmente interesado en el arte islámico,
no puede por menos que sentirse impresionado por las mezquitas de la
ciudad, llamadas por los viajeros medievales «parroquias del diablo»
y, sobre todo, por la del sultán Hasan: «Hay muchas y magníficas
mezquitas en El Cairo -escribe-, pero la que supera a todas las demás
por la solidez de su construcción y su grandeza y magnificencia es la
del sultán Hasan, construida a los pies de la colina sobre la cual se
halla la fortaleza. » Pococke, con gran habilidad, consigue incluso
dibujar un mapa de El Cairo en el cual están representados con gran
claridad los diferentes distritos de la ciudad y los principales
monumentos descritos en su relación, que concluye con notas sobre sus
habitantes, que son «una gran mezcla de pueblos compuesta por auténticos
egipcios, entre los cuales están los coptos cristianos, los árabes,
los pueblos de la Berbería y de la parte occidental de África y de
los bereberes de Nubia, muchos de los cuales vienen aquí para
ofrecerse como siervos».
En
lo que respecta a los demás pueblos, Pococke señala que en El Cairo
viven «algunos griegos, pocos armenlos y muchos hebreos y, entre los
europeos, solamente franceses, ingleses y algunos italianos
procedentes de Venecia y de Livorno» . Tras haber agotado la
descripción de El Cairo, Pococke se dedica a la de las antigüedades
situadas en las inmediaciones, o sea Giza y Saqqara, maravillándose,
curiosamente, del hecho de que «la auténtica posición de Menfis no
sea conocida todavía con exactitud, dado que era una gran y famosa
ciudad y durante largo tiempo ftie capital de Egipto», y justifica la
falta de vestigios de esta ciudad por cuanto «muchos de los más
apreciados materiales con los que fue construida fueron transportados
a Alejandría ... ».
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Lám.
XXX, pág. 97. Vista de la Necrópolis del Valle de los
Reyes con el Qurn al fondo.
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Pococke
describe luego las grandes pirámides de Giza, de las cuales da además
la posición exacta respecto a Menfis, y no duda en subir a la cima de
la pirámide de Keops para poder trazar un mapa de la zona. Afirmaba,
de un modo análogo al explorador escocés James Bruce, que las pirámides
eran la cobertura con piedra labrada de pequeñas colinas naturales,
pero en cualquier caso, en lo que respecta a la interpretación de
estos monumentos y la técnica utilizada para construirlos, Pococke se
remite a Herodoto, mostrando un perfecto conocimiento del Libro II de
las Historias. Pococke explora también el interior de la pirámide de
Keops pero no efectúa nuevas mediciones, y se refiere a los datos
obtenidos por las mediciones del astrónomo John Greaves y de Benoit
de Maillet, del cual reproduce también el dibujo de la sección.
Después
de Giza, Pococke dirige su atención a la necrópolis de Saqqara,
donde entre otras cosas dibuja la planta del Serapeo -el enorme
complejo de galerías subterráneas donde eran sepultados en
gigantescos sarcófagos de granito los toros sagrados Apis-, que será
redescubierto, un siglo más tarde, por Auguste Mariette. Pococke
visita también necrópolis de Dahsur, donde se hallan las dos grandes
pirámides construidas por el rey Snefru, fundador de la IV Dinastía,
la «pirámide romboidal» y la «pirámide roja», la fértil región
del Favum donde se hallan el lago Moeris (actual lago Qarun) y los
vestigios del llamado «Laberinto», como llamado por los autores clásicos
el templo funerario unido a la contigua pirámide de Amenemhat III en
Hawara. Agotada también la exploración del Fayum, el intrépido
religioso decidió partir hacia el Alto Egipto y, tras haberse
procurado del jeque Osman Bey una indispensable carta de presentación
para las autoridades a las que estaban sometidas las regiones que
debería atravesar, fletó una pequeña barca en la cual cargó
provisiones para sí y algunos regalos (tabaco, arroz, jabón)
destinados a los personajes importantes que iba a encontrar: una
previsión ésta que se revelaría muy útil en el transcurso del
viaje.
El
6 de diciembre de 1737, Pococke dejó El Cairo en dirección al sur en
compañía de un sirviente y de un dragomán, como eran llamados los
guías e intérpretes al servicio de los viajeros europeos. Tras haber
pasado la pirámide de Meidum, Pococke llegó a la altura del convento
de San Antonio y aprovechó para descansar allí antes de reemprender
el camino y llegar a Benisuef, desde donde prosiguió hacia el sur
visitando los vestigios de Antinópolis, Hermópolis (la actual el
Asmunein), Licópolis (Assiut), Panópolis (Akmin) y Abidos,
alcanzando finalmente las ruinas de la antigua ciudad de Tentyris (Dendera),
donde se hallan «dos puertas y cuatro templos que parecen tener
relación el uno con el otro». En
el templo principal, el dedicado a la diosa Hator pero que nuestro
viajero afirmaba con seguridad que estaba dedicado a la diosa Isis,
Pococke admiró las columnas cuyos capitales estaban adornados en sus
cuatro lados con la imagen de la diosa Hator y esculpidos de forma
realmente delicada, siendo seguramente «obra de uno de los mejores
escultores griegos».
Tras
haber pasado la pequeña ciudad de Qift, la antigua Coptos, punto de
partida de una importantísima ruta que unía el Nilo con el puerto de
Berenice en el mar Rojo, donde pudo ver todavía los vestigios del
lugar, hoy desaparecidos, Pococke llegó a Qus, llamada antiguamente
Apollinopolis Parva. Allí se presentó al jeque, que lo recibió
amablemente, y después de haber mostrado sus cartas de presentación
le ofreció como regalo una bolsa de tabaco, un saco de arroz,
pastillas de jabón y, con motivo de la visita, un par de zapatos
rojos. Pococke obtuvo a cambio una oveja y el permiso para visitar
Karnak, «que es parte de la antigua Tebas y donde están las ruinas
de un magnífico templo», y Luxor, «donde están las ruinas de otra
gran construcción que probablemente era el templo o el monumento de
Osimandias». Así llegó nuestro viajero, el 13 de enero de 1738, a
la «gran y famosa ciudad de Tebas que se extiende sobre las dos
orillas del río y que algunos dicen que fue construida por Osiris ...
». Pococke se quedó un tanto perplejo porque, en las ruinas de la
ciudad conocida en el mundo antiguo, según la leyenda homérica como
la «Tebas de las cien puertas», no consiguió hallar ninguna huella
de murallas, sin tener en cuenta que la palabra griega pilon había
sido mal traducida como «Puerta» cuando, en realidad, en la frase en
cuestión significaba «columna». Tras haber admirado durante largo
tiempo las columnas, las esfinges y los obeliscos de Karnak y Luxor,
Pococke se dirigió a la orilla occidental. Allí nuestro viajero fue
recibido por el jefe, que lo condujo a su poblado en Qurna y le
proporcionó ayuda caballos para permitirle alcanzar el valle de Biban
el-Moluk, donde se hallaban los «sepulcros de los reyes». «Alcanzamos
un punto que era más amplio, formando una abertura redondeada, como
un anfiteatro, y subimos a través de un estrecho y empinado pasadizo
de casi tres metros de alto que parece haber sido tallado en la roca
... » Así describía Pococke el acceso al Valle de los Reyes que, en
aquella época, conservaba todavía el aspecto originanio que debía
de tener en la antigüedad.
Pococke
era el cuarto viajero que conseguía penetrar en esta necrópolis en
la época moderna, tras haber sido precedido solamente por otros tres
religiosos: los padres Protasio y François en 1688, seguidos, una
veintena de años más tarde, por el padre Sicard. Pococke trazó
también, si bien con una cierta fantasía, el primer mapa conocido de
la necrópolis real, revelando la presencia de dieciocho tumbas, de
las cuales nueve lo bastante libres de detritos como para poder
penetrar en ellas. Pococke dibujó las plantas de las tumbas
accesibles pero, analizando sus relieves, no siempre resulta fácil
comprender de cuáles tumbas se trataba; seguramente visitó la tumba
de Ramsés IV (KV 2) y la de Ramsés VI (KV 9), Amenemes (KV 10), Ramsés
III (KV 11), Tuosret y Setnakt (KV 4), Seti (KV 1) y Ramsés X (KV
18).
Tras haber explorado en un par de días el Valle de los Reyes, Pococke
visitó también algunas de las llamadas «tumbas de los nobles»,
excavadas en los flancos de la montaña tebana, y el Ramesseum, donde
había «una grandísima estatua colosal rota en mitad del tronco, con
la cabeza que mide casi dos metros». En el segundo patio de este
templo Pococke señaló también «dos estatuas de granito negro; la
del oeste y que está sentada mide desde la mano hasta el codo metro y
medio», mientras que la otra estatua, situada al este, tenía «a una
cierta distancia la cabeza con su tocado». Las dos estatuas en cuestión
eran las de Ramsés II, de las cuales una se halla todavía en el
templo mientras que la otra, la sentada que Pococke sitúa al oeste,
pocos años después, en la época de la expedición napoleónica, cayó
al suelo haciéndose pedazos y su parte superior fue retirada por
Belzoni.
Antes
de regresar a la orilla oriental, Pococke no dejó de visitar también
el templo de Medinet Habu, que identificó como el Memnonium de los
autores clásicos, y los colosos de Memnón, las dos gigantescas
estatuas que se hallaban delante de los escasos vestigios del templo
de Amenofis III, del que plasmó su elegante diseño. Tras haber
visitado el templo de Luxor, llamado «Mausoleo de Osimandias» por
cuanto afirmaba que pertenecía al «rey de reyes Osimandias»,
Pococke se embarcó de nuevo y prosiguió su viaje Nilo arriba
visitando los templos de Hermonthis (Armant), Esna, Edfú, Kom Ombo.
El
21 de enero de 1738 alcanzó Asuán, cerca de la primera catarata del
Nilo, «una pobre y pequeña ciudad con un fuerte y cuarteles para los
jenízaros» que era la meta final de su viaje al Alto Egipto. Tras
haber visitado los restos de la antigua Siena, las canteras de
granito, la isla de Elefantina y la de File, Pococke empezó, el 27 de
enero, el viaje de regreso que, desarrollándose a favor de la
corriente y sin efectuar las largas paradas de la ida, fue mucho más
breve. El 20 de febrero Pococke estaba ya en Manfalut, y el 27 llegaba
a la vista de El Cairo, desde donde, poco después, partiría en
dirección a Jerusalén.
Bibliografía:
"El Descubrimiento del Antiguo Egipto" de Alberto
Siliotti. Puede consultarse en los libros prestados a la Biblioteca
de la ASADE (Asociación Andaluza de Egiptología) por Juan de
la Torre Suárez y Teresa Soria Trastoy.
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