La Cabeza de Maza de Escorpión (II)
Ficha Técnica |
Objeto:
Cabeza de maza ceremonial. |
Época: Predinástico
Tardío, "Dinastía
0". Aprox. 3100 a.c. |
Dimensiones: Alto:
25 cm. |
Material: Piedra
caliza. |
Técnica utilizada:
Bajorelieve. |
Ubicación:
Ashmolean Museum of Art and Archaeology, Oxford.
Expuesto en un anexo a la Griffith Gallery. |
Número de Registro:
AN1896-1908.E3632 (AN.E3632). |
Estado de conservación:
Muy fragmentada, aunque conserva gran parte de su
iconografía principal. |
Yacimiento arqueológico:
Hallada durante la temporada de excavación
correspondiente a los años 1897-88 por los arqueólogos
británicos Quibell y Green en el depósito principal del
Templo de Hierakonpolis. |
Conservada
en el Ashmolean Museum de Oxford, esta cabeza de maza ha sido
objeto de numerosos estudios, intentos de reconstrucción e
interpretaciones,
en las que los académicos no llegan a ponerse de acuerdo. En
lo que sí confluyen todos ellos es en entender este documento
como la “afirmación de la realeza en tanto que institución”.
La atribución a un rey Escorpión también ha sido puesta en
entredicho por diversos autores.
En el centro
del mayor fragmento, encontramos la figura humana del soberano
con una hoz en la mano; frente a él una roseta y bajo ella un
escorpión. La roseta parece que se enmarca en el ámbito de la
realeza, de ahí que la mayoría de autores hagan una lectura de
la misma asociada al término “rey” y el escorpión al nombre
del rey. Sin embargo, en esta época los nombres de los reyes
se encontraban ya inscritos en un serej,
de ahí que académicos como Menu y anteriormente Bamgaurtel,
consideren que lo que en realidad aparece frente a la figura
del rey no es su nombre sino un título o epíteto personal del
mismo, de tal forma que podría leerse como “el alimentador” o
“el sustentador”, epíteto que pudiera ser aplicado a Narmer y
considerar que esta cabeza de maza se ejecutó realmente bajo
su reinado, siendo el propio Narmer el que aparecería en ella
representado y no Escorpión II, quien sería, según Menu, el
antecesor inmediato de aquél.
Sin que
pueda considerarse una teoría descabellada, hay que tener en
cuenta que el escorpión constituyó un diseño típico en la
iconografía de Época Predinástica, y la posibilidad de
atribuirle un papel alimentador por su propia naturaleza en
relación con sus crías, al mismo tiempo que un aspecto
peligroso como lo es su picadura usada en defensa de su prole.
Haciendo un
análisis de las escenas que componen el programa
iconográfico-ideológico de esta cabeza de maza, en efecto
comprobamos cómo contiene numerosos elementos, símbolos todos
ellos del establecimiento definitivo de la monarquía como
institución, deviniendo parte de ellos en canon iconográfico
en épocas posteriores y, sin embargo, desapareciendo otros
elementos.
El fragmento principal se encuentra dividido en dos registros:
1.- El
primer registro lo componen una hilera de insignias, once en
concreto: siete orientadas hacia la derecha y lo que queda de
otras cuatro, orientadas hacia la izquierda. El proceso de
centralización de poder y del territorio egipcio en la figura
del rey queda de manifiesto: el soberano, con aspecto
antropomorfo, contrasta con la representación de sus
adversarios que dejan de ser mostrados como individuos para
constituir entidades simbólicas. Los símbolos utilizados son
las aves y los arcos que cuelgan de las cuerdas de las
insignias (carentes ya de manos). Las aves son el futuro signo
“rejyt” que servirá para llamar al pueblo en general (gente).
2.- El
segundo registro es el que ha dado lugar a más
interpretaciones, debido a la complejidad de su estructura.
El rey,
tocado con la corona blanca del Alto Egipto, se encuentra de
pie con una hoz en sus manos. El suelo sobre el que se apoya
lo constituyen una serie de líneas onduladas, símbolo del
agua. Frente a la figura del monarca, dos personajes imberbes
y vestidos le presentan una cesta y una escoba, siendo seguido
por otros dos personajes similares que portan sendos abanicos.
Sobre la
línea de suelo, a la derecha del nombre o título del rey,
aparecen por primera vez los portaestandartes. La apreciación
más interesante que se ha hecho ha sido llamar la atención
sobre cómo cuando las insignias pasan a convertirse en
elementos simbólicos, es entonces cuando hacen su aparición
los portaestandartes, representados como personas y además
vestidas.
Tan sólo
quedan los restos de dos de ellos antes de que la pieza se
fragmente sin que hayamos conservado los restos, pero haciendo
una comparación con la Paleta de Narmer puede reconstruirse la
escena y decir que se representan en número de cuatro. Los
estandartes conservan en su parte superior los elementos
simbólicos que han derivado de las primeras insignias para
convertirse en elementos propios y definitorios de la realeza
egipcia.
Para Menu,
los cuatro estandartes no sólo definen el poder regio en el
tiempo y en el espacio, sino que además constituyen los
“símbolos cardinales de la realeza egipcia”. Los elementos que
se muestran en los estandartes son:
-
el objeto
nejen, o la placenta real, símbolo del este, del nacimiento.
-
el cánido
Jentiamentyu, que simboliza el occidente y, por tanto, el rey
muerto y divinizado.
-
el halcón
del sur
-
el halcón
del norte
Estos dos
últimos simbolizarían la realeza del Alto y del Bajo Egipto,
además de la dualidad que caracteriza a la monarquía egipcia.
Siguiendo
con Menu, “el trayecto real está claramente identificado al
del sol, desde el origen o nacimiento en el este hasta su
destino, en el oeste. El estandarte Jentiamentyu está colocado
antes de la placenta real, por lo que podemos deducir que la
inmortalidad precede al (re)nacimiento y que la realeza es
concebida desde su origen como eterna e inmanente al cosmos.
Los dos halcones designan la dominación por el ejercicio de la
realeza, tanto en el sur como en el norte”.
Continuando
con la descripción de la cabeza de maza, detrás de los
portaestandartes y constituyendo dos registros dentro del
principal, unos papiros y una suerte de personajes entre los
que destacan unas bailarinas y un hombre con una vara.
Más abajo, el agua se bifurca y
serpentea. En sus riberas podemos ver la imagen de tres
hombres desnudos y dotados de barba, que entran en contraste
con las figuras humanas que rodean al rey; una palmera se
encuentra plantada en un suelo irrigado y es probable que a su
derecha, lo poco que queda de la imagen, sea una proa de un
barco. A ambos lados subsisten los trazos de dos santuarios,
quizá los santuarios primordiales del Norte y del Sur: el per-neser
(o per-nu) y el per-ur.
La
importancia de esta cabeza de maza radica en que, en palabras
de Menu, “concretiza el paso crucial entre un Estado
federal y la institución de una monarquía absoluta y sagrada”.
Además, si
seguimos a Midant-Reynes, vemos que este documento ha sido
objeto de dos lecturas:
1.- Por una parte, el problema de la unificación del
territorio de Egipto.
Para
numerosos autores,
aunque no se encuentren precisamente dentro de los estudios
más actuales realizados sobre este tema, esta cabeza de maza
no hace sino representar la conquista del Alto Egipto sobre el
Bajo Egipto. Para ello utilizan como argumentos las aves que
cuelgan de las insignias, las matas de papiros y la corona
blanca que porta el monarca.
Como
decíamos más arriba, las aves de las insignias devendrán en el
jeroglífico Gardiner G23, rejyt, con el que será designado “el
pueblo”, “la gente”. Sin embargo, en su origen, este término
parece referirse tan sólo a las gentes que habitaban en el
Delta del Nilo. Tal deducción surge por las matas de papiros
que encontramos tras el monarca.
El papiro
representa al Bajo Egipto, mientras que el loto será el
símbolo heráldico del Alto Egipto. Si a esto le añadimos el
hecho de que el rey esté tocado con la corona blanca del Alto
Egipto, todo llevaría a la conclusión de que lo que aquí se
escenifica es el triunfo del Sur sobre el Delta.
Esta
interpretación que parece no tener en cuenta el resto de las
escenas que aparecen en la cabeza de maza, nos hace pensar que
quizá estos autores entendieron la hoz de las manos del rey
como un símbolo de destrucción, de ahí que hasta hace bien
poco, la corriente mayoritaria viese en la llamada “Paleta de
las ciudades o del tributo libio” una acción destructora
contra los recintos allí representados.
2.- La
segunda lectura la proporciona la reunión de los elementos
rey-agua-hoz, esto es, la gestión del agua por el poder “que
implica de manera más o menos explícita el papel agrícola
jugado por el rey”.
Es ésta la interpretación que siguen la mayoría de los
autores, desde Quibell y Green, hasta Menu.
Para algunos académicos el rey está creando un canal, es
decir, un medio de irrigación artificial de las tierras. Para
otros, el rey está realizando una actividad agrícola de
carácter simbólico, lo que podría implicar una gestión, una
explotación, de los medios naturales para la irrigación.
Como explica Midant-Reynes, es una cuestión a tener en cuenta
ya que existen algunos investigadores,
que consideran la irrigación artificial como un elemento
fundamental en el proceso de nacimiento de los Estados. Sin
embargo, y hasta el momento, en Egipto no se han hallado
testimonios de irrigación artificial hasta que no hace su
aparición el Estado, a no ser a pequeña escala y dentro de
cada poblado, como es el caso de la conducción del agua
mediante pequeños canales.
De tal manera, Midant-Reynes invierte la cuestión y se plantea
la posibilidad contraria, es decir, “si la irrigación no
puede constituir un punto de referencia de la función real,
podría ser la consecuencia; el rey justificando su poder
mediante una mejora de la función agrícola”; el rey
garante de la fertilidad. Así continúa haciendo referencia a
la ausencia del tema del rey como garante de la fertilidad en
la iconografía posterior, a diferencia de otros temas que
llegan a convertirse en canon, como el rey golpeando a los
enemigos.
Que una de las funciones del rey es ser garante de la
fertilidad del país, es una característica, para nosotros,
consustancial a lo que supone el concepto de Maat.
Quizá
precisamente el hecho de que la irrigación artificial o la
gestión de los recursos naturales como es el caso del agua, no
resultase en Egipto un elemento primordial y “sine qua non”
para el nacimiento del Estado egipcio, y sí lo fuese aquél de
la dominación, conquista o pacificación, sea la causa de que
la iconografía posterior retuviese el aspecto guerrero del rey
olvidando este aspecto agrícola que, en realidad, quedaría
subsumido dentro de un campo más amplio, a saber, la relación
del rey con los dioses y su otorgamiento de ofrendas a los
mismos así como la representación de aquél celebrando diversos
rituales.
De hecho, el
advenimiento de la monarquía ha tenido muy en cuenta las
distintas realidades sociales existentes en Egipto: las
sociedades de economía agraria y las de caza y pastoreo. El
líder que surge de este segundo tipo de sociedad llega a ser
rey gracias a sus propias cualidades. Sin embargo, llegados a
este punto, el rey es investido de nuevas funciones para cuyo
ejercicio necesita de las cualidades de que gozan los dioses;
de ahí surge el enlace entre éstos y aquél: “la
reciprocidad de las acciones reales y divinas que ocupará el
lugar central en la ideología egipcia, el “do ut des” bien
conocido de las ofrendas”.
Recordemos
que Menu ya asignó al rey representado en esta cabeza de maza
el título o epíteto del alimentador, o lo que es lo mismo, el
garante de la fertilidad del territorio egipcio unificado. La
diferencia es que Menu identifica este rey con Narmer y no con
Escorpión II, asegurando que esta cabeza de maza forma parte
de un discurso de poder y de programa monárquico institucional
que se complementa con la cabeza de maza ya conocida como de
Narmer y con la paleta ceremonial del mismo, de tal manera que
concluye:
“Si
admitimos que la unificación de Egipto fue realizada varios
decenios antes que Narmer, se podría deducir que el proceso de
reunión, en vista de la centralización del poder, ha tenido
otros propósitos distintos de aquél de la conquista:
pacificación (extensión de la autoridad real por las acciones
de dominación) y la organización económica con, en definitiva,
una definición dual del poder real y de sus expresiones (sejem
y corona blanca, heqa y corona roja), recuperando la dualidad
geográfica. La adopción de la agricultura, seguida de la
domesticación vegetal, y la organización de la ganadería como
prolongación de la domesticación animal están estrechamente
implicadas en estas acciones”.
Por último,
y no por ello menos importante, hay quien ha propuesto otra
interpretaciones, como la fundación de ciudades, en concreto
Menfis o la “distribución espacial del dominio divino”
atendiendo a la conducción de agua del Nilo a un santuario.
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