La
Infancia en el Antiguo Egipto
Por
Isabel Gil
En
el Antiguo Egipto, los hijos eran muy deseados por sus padres. De hecho,
la unidad básica de esa civilización era la familia, pero una familia
restringida a los padres e hijos, lo que la diferencia de otros conceptos
que se dan mucho por la zona, como el clan, y esto se observa claramente
en las triadas familiares (padre, madre, hijo) que formaban parte del
panteón religioso a imagen del patrón social. Esto no quiere decir que
otros miembros más alejados no pudiesen formar parte de la casa, ya que
de hecho las hermanas viudas y solteras de los cónyuges y otros miembros
femeninos podían convivir en el mismo hogar. Pero lo normal es que la
pareja que se unía se fuera a vivir a su propia casa, independizándose
del hogar paterno y fundando su propia familia (un concepto muy cercano al
que tenemos nosotros en la actualidad). Las niñas eran tan queridas y
deseadas como los niños, y nunca se practicó el infanticidio femenino,
como sí se hizo en Grecia y Roma. Por lo tanto, el nacimiento de un hijo
era un momento de gran alegría, pero desde su concepción entrañaba
graves riesgos, dada la alta tasa de mortalidad infantil y puerperal que
existía en aquellos tiempos. Durante el embarazo se tomaban bastantes
medidas de precaución contra las fuerzas negativas que pretendían
oponerse al nacimiento del futuro bebé. Por ejemplo, se usaban muchos
amuletos y fórmulas mágicas, se buscaba la protección de algunos
dioses, y sobre todo se prestaba mucha atención a los cuidados médicos.
Sin embargo, el embarazo no era tenido como una enfermedad, sino como algo
muy natural, y por esa razón estos cuidados, y la atención en el parto,
los realizaban las comadronas, más que los médicos.
Existían
incluso recetas para averiguar el sexo del futuro bebé, como nos muestra
un fragmento del Papiro de Berlín:
“Pondrás cebada y trigo en dos sacos de tela que la mujer regará con su
orina cada día, y también pondrás dátiles y arena en los dos sacos. Si
la cebada germina primero, será un niño; si el trigo lo hace antes, será
una niña. Si no germinan ninguno de los dos, la mujer no dará a luz”.
El
momento del parto era fundamental, y conllevaba una especie de ritual para
facilitar el proceso. El cabello de la parturienta se anudaba y se le ungía
el cuerpo con aceite para relajarla. Mientras tanto, se invocaban algunos
dioses, como Isis, Neftis, Heqet y Mesjenet, cuya misión era facilitar el
nacimiento. El parto tenía lugar en un sitio específico de la casa
llamado “pabellón de nacimiento”,
que normalmente era una habitación con columnas en forma de papiros, y
con adornos como plantas trepadoras y representaciones de Bes, el enano músico,
y Tueris, la mujer hipopótamo, ambos dioses protectores del parto. Esta
habitación pretendía evocar el momento en que Isis dio a luz a Horus
escondida en la espesura de papiros para salvarlo de las fuerzas
negativas, que pretendían impedir el nacimiento del dios.
La
mujer se sentaba en el “asiento de
nacimiento” o se ponía en cuclillas sobre los cuatro ladrillos mágicos
(estos ladrillos representaban a las cuatro diosas principales: Nut, la
grande, Tefnut, la mayor, Isis, la bella y Neftis, la excelente). Para
ello contaba con la ayuda de las comadronas, cuya misión es facilitar el
trabajo del parto y recoger al niño entre sus manos. Estas mujeres eran
representaciones de la diosa buitre Nejbet, que con sus garras sujeta
fuertemente a su presa, sin dejarla caer, y que era la protectora del Faraón.
Mientras el niño nacía, las comadronas recitaban fórmulas mágicas para
protegerlo, y más tarde cortaban el cordón umbilical
y lavaban al pequeño.
En
el momento del nacimiento, la madre era la encargada de dar nombre al bebé.
Este primer nombre que recibía se conocía como “el
nombre dado por su madre”, pero también se le ponía un segundo
nombre que es el que se usaba cotidianamente para nombrar al niño. El
primer nombre iba ligado de alguna manera a la personalidad del niño, y
solía hacer referencia a alguna característica positiva o bien se
relacionaba con alguna deidad o incluso con el monarca reinante. Por
ejemplo, Najti (fuerte), Ju (protegido),
Aset (Isis), Ptahhotep (Ptah está satisfecho), Nebipusenusert (Senusert es mi señor)…
La
mortalidad infantil en esa época debió ser muy alta, según se ha
extrapolado de las comparaciones con otras sociedades no industrializadas.
Las bajas condiciones sanitarias serían sin duda peligrosas para los niños
pequeños, especialmente en la transición del destete, cuando la
inmunidad infantil se reduce notablemente y el cambio de alimentación
puede provocar problemas gastrointestinales. En un principio, el peligro más
grande estaba en los primeros momentos de la vida del bebé, hasta el mes
más o menos de vida. Por ello los médicos recomendaban que las madres
amamantaran a sus hijos durante al menos 3 años, y así se recoge por
ejemplo en el Papiro de las
Instrucciones de Ani. Sin embargo es de suponer que ese largo período
de lactancia acarrearía en algunos casos problemas de alimentación en
los niños, y de esa forma en algunos esqueletos infantiles de la época
se observan ciertos indicios de raquitismo. A veces la madre no tenía más
remedio que acudir a los servicios de una nodriza, para que le ayudara en
la crianza del pequeño, sobre todo en las familias de clases altas. El
trabajo de nodriza estaba muy bien pagado y muy reconocido a nivel social.
Tanto es así que incluso se firmaba un contrato en el cual se estipulaban
los honorarios y las obligaciones de las nodrizas. Antes se hacía un
examen minucioso de la leche, especialmente mediante el olor. Según el Papiro
Ebers, los médicos olían la leche para determinar su calidad. Una
leche en condiciones adecuadas debía oler a plantas aromáticas.
Volviendo
al tema del destete, hay evidencias en los cementerios estudiados de que
la edad crítica para los niños estaba en torno a los cuatro años, justo
en el momento en el que se cambiaba la lactancia natural por el alimento sólido.
Por lo tanto, si se superaban los 5 años de edad podía augurarse una
buena vida en el futuro, con una esperanza de vida media de unos 30 años
para los campesinos (que llevaban una vida muy dura debido a su trabajo),
y bastante más alta para las clases superiores (hasta los 60-70 años
para los varones, y algo menos para las mujeres, debido al desgaste de la
crianza de los hijos). Parece pues que la lactancia tenía más ventajas
para la madre que para el hijo, ya que le permitía a la mujer descansar
durante 3 años de nuevos embarazos, o al menos espaciarlos en el tiempo,
ya que como se ve los niños dependían en parte de su resistencia a la
hora del destete.
Los
hijos, por lo tanto, eran la finalidad del matrimonio. Cuando eran pequeños
solían ir desnudos, especialmente los de clases menos acomodadas, aunque
naturalmente esto no quiere decir que no tuviesen ropas (que usaban cuando
bajaban las temperaturas o en otras ocasiones). Ayudaban a la madre a
recoger semillas y tallos que luego servirían para la alimentación, y
comían lo mismo que los adultos, principalmente cerveza y pan sin
levadura, que era la base de la dieta. Se les colgaba del cuello algún
amuleto contra el mal de ojo, como el Ojo
de Horus, o algunas figurillas de dioses protectores de la familia y
el hogar, como Bastet.
Los
niños solían llevar la cabeza rapada y un largo mechón de pelo cayendo
en el lado derecho, que a veces anudaban en una trenza, peinado que solían
usar hasta los diez años aproximadamente. En las estatuas y pinturas se
representa normalmente a los pequeños con un dedo en la boca y con la
desnudez característica de su edad. Los varones de clase media-baja
aprendían el oficio del padre, ya fuera campesino o artesano, y las niñas
aprenderían las tareas domésticas de la casa junto a sus madres. Además,
el padre era el encargado de la educación del hijo. En las clases altas
no existía este sistema tan rígido de sucesión laboral. Por ejemplo los
puestos de los altos funcionarios de la administración central
(administrativos, religiosos y militares) no se heredaban de padres a
hijos. Y los niños y niñas de familias ricas tenían mayor acceso a la
educación, bien en las escuelas de los templos o mediante tutores. El fin
primordial era asegurar la herencia paterna, y por eso muchas parejas que
no podían tener hijos solían adoptarlos (para lo cual existían
contratos parecidos a los de venta), para que esa herencia no se perdiera
y para que los padres tuvieran una ayuda en la vejez. De ahí que al hijo
se le denominara normalmente como “el
bastón en la vejez de su padre”.
Al
llegar a la pubertad, los varones eran circuncidados, aunque parece que no
era una costumbre universal, pero sí bastante normal, pues se han
encontrado relieves en los que aparecen jóvenes no circuncidados. Parece
que tenía carácter ritual, de paso de la infancia a la edad adulta, pero
no se sabe con exactitud si en las niñas se practicaba la clitoridectomía.
El final de la infancia en las niñas coincide con el inicio de la
menstruación, y en ese momento dejaban de ir desnudas, y comenzaba su
edad adulta. En los chicos tardaba un poco más.
Han
llegado hasta nosotros, sobre todo como ajuar funerario en las tumbas,
multitud de juguetes que usaban los niños y niñas en el Antiguo Egipto.
La mayoría son animales de madera con partes móviles, pelotas hechas de
fibra vegetal o de cuero y muñecas de madera o de barro, pero también
había peonzas, carracas, pequeñas armas, aros, cubos, muebles pequeños
para las muñecas, etc. Además de los juguetes, en las representaciones
pictóricas aparecen niños y niñas jugando al aire libre, bien sea
practicando juegos gimnásticos (saltos, carreras, luchas…) o danzas
(sobre todo en el caso de las niñas).
Como
se ha apuntado desde el principio, la mortalidad infantil era bastante
elevada, pero aún así las familias solían ser bastante amplias.
Haciendo cálculos aproximativos, ya que no existen estadísticas, una
mujer podía dar a luz una media de ocho hijos entre los 15 y los 40 años
de edad, y de ellos podrían sobrevivir unos cuatro más o menos. Algunos
niños nacerían con malformaciones o enfermedades, pero eran bien
aceptados en la sociedad. Uno de los casos más conocidos es el del enano
Seneb, que llegó a ser jefe de la guardarropía del palacio en la dinastía
IV (Jufu y Dyedefra). En el grupo escultórico que se encuentra en el
Museo de El Cairo, aparece sentado junto a su esposa, que pertenecía a la
aristocracia, y sus dos hijos, niño y niña, con la típica representación
de la infancia en el arte (desnudos y con el dedo en la boca, el varón
con la trenza en el lateral derecho de la cabeza y el color de piel
oscuro, y la niña con la piel clara). Un claro ejemplo de que una
enfermedad o deformidad física no era óbice para disfrutar de un buen estatus
social y una familia completa.
No
se tienen datos fiables sobre la tasa de mortalidad infantil, ya que todos
los niños no eran enterrados en tumbas. Normalmente, si el bebé moría
al nacer o inmediatamente después, junto a su madre, eran enterrados
ambos en la misma tumba. Pero otras veces los niños se metían en unas
vasijas de barro y se enterraban cerca de la casa o incluso en el mismo
suelo de la vivienda, y estos cuerpos no se han conservado en la mayoría
de los casos. Hay autores que incluso piensan que en algunos casos, sobre
todo cuando no daba tiempo a encariñarse con ellos, se dejaban los
cuerpos en los límites del desierto o se echaban al río para ser
devorados por los animales y aves de presa.
En
las tumbas que quedan se observan señales de auténtico cariño por parte
de la familia, y se cuidaban todos los detalles del enterramiento como en
el caso de los adultos, sin escatimar en gastos. Entre los más pudientes
solían embalsamar los cuerpos y colocarlos en sarcófagos individuales,
ricamente decorados. Los más pobres sólo los envolvían con vendas de
lino o esteras de palma. Sobre los cuerpos se colocaban amuletos y
adornos, y se rodeaban de vasijas y juguetes, entre otros objetos. Todo
ello para garantizarle al pequeño una larga vida en el más allá.
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