-¡Se acabó por hoy! – Gritó el capataz desde el alto
donde se encontraba. Un último latigazo, seguido de un
grito de dolor, se escuchó a lo lejos y los jadeos,
chillidos y quejas desaparecieron para dar paso a los
murmullos de alivio.
El sol se había puesto hacía ya tiempo y la
oscuridad era cada vez más densa. Otro grito a voz viva
del capataz resonó en el silencio y los hombres se
pusieron en fila y comenzaron a caminar. Algunas
antorchas, portadas por los guardianes, iluminaban los
rostros, curtidos por el sol, de los esclavos. Una voz
grave pidió agua y alguien tropezó rompiendo la fila. Al
instante, el chasquido del látigo recorrió el aire y un
grito desgarrador inundó los oídos de los presentes. Al
poco, se reanudó la marcha.
Los esclavos estaban construyendo una nueva
ciudad destinada a ser la futura capital de las Dos
Tierras: Akhetatón, la ciudad
del horizonte de Atón. Ésta construcción fue planificada
por el faraón en poco tiempo, con la decisión de que
fuera el punto de partida de la reforma religiosa que
quería llevar a cabo: extender el culto a Atón por todo
Egipto, prohibiendo el culto al resto de los dioses. Los
esclavos de la compañía de Isas estaban llevando las
piedras necesarias para la construcción de
la Capilla Real, también llamada mansión de Atón. El
edificio, a su término,
estaba rodeado por una muralla con torreones salientes a
modo de atalaya, constando de tres patios con pílonos de
entrada y un sancta sanctorum en dos secciones, similar
al del Gran Templo de Atón.
El Nilo discurría tranquilo bajo la luz de la luna y una
brisa fresca mecía los juncos y papiros de las orillas.
Las blancas grullas y los rosados flamencos se
refrescaban en los cañaverales mientras los mochuelos
ululaban buscando insectos con los que alimentarse. Un
ibis alzó el vuelo y un cocodrilo se zambulló en las
aguas del río provocando un pequeño revuelo entre las
zancudas de las cercanías. A lo lejos se oyeron el
aullido de un lobo dedicado a la luna y la risa
siniestra de una hiena.
Isas se tumbó en su jergón, agotado tras el duro día de
trabajo. Su “hogar” era más parecido a un almacén que a
una casa. Un solo habitáculo contenía la gran
construcción donde se encontraba. El techo, hecho de
cáñamo, se elevaba a tres metros del suelo y solo unos
pocos agujeros, a modo de ventana, aparecían en las
lisas paredes de ladrillos de adobe cocido. Los jergones
se repartían por toda la estancia, pegándose por la
cabecera a la pared. Había un centenar de ellos en
total.
Bajo una de esas ventanas tenía el lecho
Isas y cada noche miraba las estrellas con ojos perdidos
en sueños de libertad.
- Hoy no ha sido tan duro – Comentó la persona que se
tumbó en el lecho contiguo. Era un joven de unos 25
años, más alto que Isas y que la mayoría de los egipcios
y musculoso como un toro salvaje. Sin embargo, su
principal rasgo era su tez, de color negro azabache. Y
sobre esa piel tiznada, unos extraordinarios ojos azules
como el cielo. Era extraño en Egipto ver a alguien así,
pero él no era egipcio. Nació al sur, en Nubia y, como
nubio, estaba orgulloso de serlo. Llevaba cerca de un
año trabajando con Isas y en seguida conectó con el
egipcio. Ambos eran parecidos en la forma de ser:
alegres, respetuosos con el otro y, sobre todo,
bromistas. Khemen contaba que fue capturado mientras
cazaba a orillas del Nilo Azul por una incursión
egipcia. Pero estaba seguro de que, tarde o temprano,
volvería a su hogar.
Isas giró la cabeza hacia él y asintió - Los
picadores no han extraído tanta roca como otros días.
Además los bloques que salían no eran tan pesados como
de costumbre. Quizás ya se estén dedicando a las
minucias…
- Y aun así, hemos dejado trabajo hecho para mañana. Hoy
han faltado casi la mitad de los barcos que se llevan
las piedras vírgenes para traer los bloques tratados.
Calculo que con lo que ha quedado en el muelle, mañana
no tendremos que darnos prisa en llevar las cargas hasta
primeras horas de la tarde – Explicó Khemen y añadió en
tono curioso – Quizás sean ciertos los rumores que
corren sobre los preparativos de guerra por parte del
Hijo del Sol.
- No me extrañaría – Dijo Isas – A pesar de que sólo se
dedique a defenestrar a los sacerdotes de Amón y a
intentar decirnos que ahora hay que adorar sólo a Atón,
quizás también desee dominar todas las naciones para
someterlos al yugo del dios Sol.
- Puede tener ese deseo, pero nunca lo conseguirá –
Replicó orgulloso Khemen, dejando ver sus blancos
dientes sobre su tez negra – Nubia nunca será sometida
por Egipto.
- Lo que tú digas amigo – dijo gravemente Isas – Lo que
es seguro es que Nubia nunca gobernará sobre Egipto,
porque no lo soportaría.
- ¿Quién? ¿Tú? – preguntó Khemen intrigado
- Atón – Concluyó Isas riendo – No soportaría a tantos
charlatanes como tú.
El nubio se echó a reír a carcajadas acompañando a su
amigo. Se escucharon algunas quejas de los adormilados y
una voz cascada les mandó callar entre improperios y
maldiciones. Isas y Khemen se miraron aun riendo.
- Buenas noches Amuras, me alegro de saber que aun estás
con nosotros – Dijo Isas al de la voz cascada.
- Os sobreviviré renacuajos, por Osiris que os
sobreviviré – respondió aquel
- ¡Como te escuche el faraón, dudo que pases
de mañana! – contrarrestó sonriendo Khemen.
Poco a poco el murmullo de las voces dio
paso al sonido de las respiraciones de los esclavos. Más
de uno roncaba para desgracia de algunos desesperados
que, chistando y con quejas, intentaban que dejaran de
hacerlo, aunque sin resultado alguno.
Isas tampoco podía dormir a pesar del
cansancio. Estaba mirando las estrellas que se dejaban
ver por el hueco de la pared. Recordaba, como cada noche
desde que estaba allí, su vida antes de la esclavitud:
sus juegos de la infancia a orillas del Nilo, las
eternas partidas al senet con sus hermanos, el
aprendizaje de la escribanía que estaba a punto de
terminar antes de su detención…la libertad.
Su padre, Eskisas, era un antiguo general
al servicio de Amenofis III, padre de Amenofis IV (Akhenatón)
Curtido en batallas para asegurar el control egipcio de
Siria, donde tuvo una gran carrera militar que le llevó
a un puesto tan importante dentro del ejército egipcio,
cayó en desgracia a su vuelta a la corte al no aceptar
los nuevos cultos palaciegos del faraón. Amenofis ciego
de ira por la negativa de uno de sus mejores generales,
le destinó en una pequeña guarnición en la frontera con
Nubia. El faraón, además, prohibió que su familia le
acompañara. Ahogado por la soledad y por la rabia
acumulada hacia el monarca, murió al año de ser
desterrado en una escaramuza con unos bandidos nubios.
Isas contaba entonces con tan solo 6 años y apenas tenía
unos vagos recuerdos de su padre. Su madre, Anhertari,
al recibir la noticia se derrumbó e hizo luto por su
marido, prometiéndose que no se casaría con otro hombre.
Isas, su madre y hermanos pasaron entonces a
vivir en la casa de su tío materno, Gran Sacerdote de
Amón. Éste cuidó de ellos y miró siempre por su
bienestar, favoreciéndoles cada vez que pudo gracias a
su influyente posición. El hermano mayor de Isas imitó a
su padre y emprendió una carrera militar que le llevaría
a Siria, integrándose en la compañía que estaba
acuartelada en Emberakh, en la frontera al sur de
Karkemish. El mediano, por su parte, decidió formar
parte del sacerdocio y marchó a la Ciudad Sagrada a
iniciarse. Isas, sin embargo, no siguió ninguno de los
caminos emprendidos por sus hermanos. Su tío siempre le
había favorecido más que a ellos y lo llenó de mimos y
regalos a la menor ocasión. En la mente del Gran
Sacerdote estaba diseñado el futuro de su sobrino menor:
sería el Gran Escriba del faraón y para ello, cuando
Isas llegó a su casa, empezó a aprender los distintos
tipos de escritura: jeroglífica e hierática. Con el paso
de los años, fue instruido en gramática y textos
clásicos, derecho, geografía, contabilidad y en
historia. Todo esto mediante la trascripción y copia de
textos. Cuando cumplió los 16 años, su Tío le regaló el
mejor equipo de escriba que Isas jamás hubiera soñado:
Un estuche de metal trabajado lleno de calamos, una
paleta de sicómoro, un pequeño mazo para pulir, un
alisador bellamente trabajado, varios cubiletes de tinta
de distintos colores, panes de color negro y rojo,
tablillas de la madera de mejor calidad y un rascador
con sus iniciales. El aprendiz de escriba, con los ojos
llenos de lágrimas, abrazó a su tío dándole las gracias.
Amenofis III murió y le sucedió su extraño
hijo Amenofis IV. Los sacerdotes de los dioses
principales estaban preocupados por el camino que
elegiría: si seguir con la idea de un único dios en la
corte de su padre o la vuelta al politeísmo original.
Pero muy pronto se le vieron las intenciones y el mundo
de Isas tembló. El Gran Sacerdote de Amón se negó a
abandonar su creencia e integrarse en la nueva creencia
que Amenofis IV, que se hacía llamar Akhenatón, quería
imponer. Por ello, el alzamiento de Atón a dios único
supuso la caída en desgracia de los sacerdotes de los
dioses tradicionales. El tío de Isas, viendo el triste
final que le esperaba, decidió quitarse la vida con
veneno antes de la entrada de los soldados del faraón.
Isas y su madre no corrieron la misma suerte. El nuevo
faraón decidió esclavizar a todos los allegados a estos
sacerdotes y, en ese momento ya como esclavo, Isas es
enviado a la construcción de la ciudad de Akhetatón, la
futura capital de Egipto, y nunca volvió a saber nada de
su madre.
- ¡En pie! - gritó el soldado encargado de
despertarlos cada día tras tocar el cuerno. Isas abrió
los ojos sin recordar en qué momento se había quedado
dormido. Alzó la vista hacia la ventana y vio que, como
cada día, las últimas estrellas pululaban en un cielo a
punto de perder su oscuridad nocturna para dar paso a la
majestuosidad del sol. Sus compañeros comenzaban a
desperezarse y algunos ya estaban listos mientras otro,
como Khemen, se hacían los remolones. Isas se levantó y
comenzó a vestirse para otro duro día de trabajo.
Los esclavos fueron conducidos a otro gran
almacén, idéntico a donde dormían, que estaba amueblado
con largas mesas de madera con bancos para sentarse. Al
fondo había un pequeño habitáculo del que se escapaba
olor a cocina. Isas y sus compañeros se fueron sentando
a la mesa y una fila de esclavas salió con humeantes
platos de caldo de la cocina, repartiéndolos a los
presentes. Una bonita esclava egipcia le puso el plato a
Isas.
- ¡Qué aproveche Isas! - Le dijo sonriendo
la joven
- Gracias Arinna – Respondió cortés el
esclavo. La joven era menuda pero extremadamente bonita.
Un largo pelo azabache caía con gracia sobre sus hombros
y en cascada por su espalda. Unos grandes ojos marrones
sobresalían en su rostro redondeado, de labios carnosos
y nariz afilada. La tez era blanquecina aunque los
pómulos los tenía enrojecidos por el contacto con el
sol. Vestía un traje blanco de tirantes, un traje de
esclava que dejaba entrever sus curvas de mujer. No
tendría más allá de los 15 años, pero ya estaba formada
por completo y dentro de poco tiempo sería destinada a
alguna casa de la nobleza o a la propia corte. Su
belleza le ayudaría, sin ninguna duda, a tener un buen
destino.
- Espero que hoy tengas un día sencillo –
deseó la joven.
- Y yo espero que hoy los rayos del sol
sientan envidia de tu belleza – respondió más que cortés
el esclavo mientras que pensaba que, aparte del físico,
la chica tenía todo lo necesario para ser una buena
sirviente y esposa.
Arinna se ruborizó y, con una leve
despedida, volvió a la cocina a por más platos para
repartir. Khemen llegó en ese momento y se sentó al lado
de Isas, quien aun estaba mirando hacia el habitáculo.
- Apuesto todo el oro del faraón a que has
vuelto a piropearla - le dijo sarcástico el nubio - he
visto su rostro ruborizado cuando he llegado.
- ¡Con lo bien que me conoces, quien querría
apostar algo contra ti en cualquier tema que me
concierna! - exclamó sonriendo Isas.
- La verdad es que es bonita para ser
egipcia - le dijo con sinceridad su compañero - aunque
sé que te lo digo cada día. En lo menuda me recuerda a
la chica con la que estaba prometido en mi tierra.
- Sí, esa que era más bonita que las
estrellas del cielo y que nadie puede igualársele, ¿no?
- repitió mofándose Isas - No hay día en el que no me lo
recuerdes
- Y también te repito todos los días lo que
haría yo en tu lugar con esa jovencita, pero por más que
te lo digo, no me haces caso. Y cuando se vaya de aquí,
te arrepentirás. - Le reprendió serio Khemen.
- No sé si arriesgar la vida por estar un
rato con ella merezca la pena
- ¿Qué vida? ¿Ésta? – Le recriminó el nubio
– Piénsalo bien amigo mío, antes de que te tengas que
arrepentir de por vida.
El desayuno, la única comida que harían en
todo el día, pasó sin más conversaciones, cada uno
centrándose en saborear el plato con el que deberían de
afrontar el día.
Aun no habían terminado el desayuno cuando
las esclavas que hacían de camareras salieron de la
cocina en dirección a la salida. Arinna iba en la mitad
de la fila. Al verla salir, Isas, que había estado
meditando las palabras de su amigo, se decidió a
pararla.
- Arinna, ¿Dónde podríamos vernos esta
noche? – le susurró Isas sosteniendo su brazo suavemente
cuando ella pasó a su lado
- E..Esta noche cuando la estrella del Norte
salga a navegar, te espero detrás de la cocina – le
contestó con suavidad la joven, acariciándole la mano
antes de seguir andando…
Isas sonrió y se acomodó de nuevo en la mesa
y vio como Khemen le sonreía burlón.
Las palabras de Arinna le resonaban en la
mente mientras arrastraban los grandes bloques de piedra
desde el muelle hasta la ciudad en construcción. “Esta
noche” le había dicho. Su imaginación echó a volar,
haciéndole olvidar por momentos el duro trabajo que le
agotaba el cuerpo. ¿Cómo sería una noche con ella? ¿Se
pasarían toda una noche hablando bajo la luz de las
estrellas? Sin duda ella sería capaz de mantener una
conversación entretenida. Se imaginó tumbado en los
jardines de su tío, bajo la luz de la luna, y ella a su
lado, reflejando en su rostro el pálido reflejo de La
Cambiante. Se imaginó corriendo y riendo con ella…en
libertad…
De repente, Isas notó un agudo dolor en la
espalda que le devolvió a la realidad haciéndole gritar.
- ¡Tira, esclavo! – Le espetó el capataz con
el látigo aun en alto.
- Maldito tirano, ya me gustaría verle aquí
con las piedras, el polvo y soportando las iras de los
capataces inútiles como él – masculló entre dientes Isas.
En ese momento recibió un codazo en las costillas de
Khemen
- Cállate o esta noche mi mejor amigo estará
alimentando a los chacales en vez de con esa chica tan
mona – le recordó el nubio, contundente.
El día transcurrió sin más sobresaltos. El
sol brillaba con fuerza en lo alto del cielo, inundando
todo con su luz y su calor insoportable. La humedad se
pegaba en los torsos desnudos de los esclavos,
haciéndoles sudar para intentar sofocar algo ese fuego
que provenía del dios Atón. “Parece que quiere
castigarnos” se oyó en la fila refiriéndose al exagerado
calor que los atormentaba. No había ni una sola nube en
el cielo de azul intenso que los vigilaba desde lo alto.
Un halcón pasó encima suya planeando en búsqueda de
algún animalillo para alimentar a sus crías y la
habitual bandada de buitres volaba en círculos por
encima de sus cabezas, con su aleteo cansino, esperando
a que alguno de ellos desfalleciera y fuera arrojado al
desierto para que muriera.
Un par de horas después, Isas notó como
aumentó el peso que estaba arrastrando y, sin necesidad
de girar la cabeza, comprendió que uno de sus compañeros
no había resistido. La curiosidad de saber quien era le
hizo mirar, aun con la quemazón que las sogas hacían en
sus hombros. El que había caído era un hombre escuálido
y de pelo desaliñado, que rondaría los 50 años. Nunca
había hablado con él ya que su aire taciturno y huraño
no ayudaba a ello. Isas observó como los soldados cogían
el cuerpo inerte del esclavo y se lo llevaban. Poco
tiempo después, la bandada de buitres comenzó a
descender hacia su banquete. “Triste final para un hijo
de las Dos Tierras” pensó Isas.
El dios Sol enfilaba ya su camino hacia su
viaje nocturno y desapareció tras el horizonte. El
alivio se hizo notar entre los esclavos, el sol quemaba
su piel con tal fuerza que rozarse con otros ya era un
suplicio insoportable. Por segundo día consecutivo,
menos barcos de los que habituaban a hacerlo se
dedicaron a trasladar las piedras Nilo arriba, lo que
mitigó algo el trabajo de los esclavos.
- ¡Por hoy ya basta! – Gritó el capataz cuando la luz
empezaba a desaparecer y las estrellas se encendían en
lo alto del cielo. Algunos levantaron murmullos de
alivio mientras otros se quejaban del dolor que le
acuciaba espalda y hombros por las quemaduras. Un hombre
se lamentaba por no haber cogido los tallos de aloe vera
que había visto en el muelle a orillas del Nilo. Isas,
como todos, se llevaba con cuidado las manos a los
hombros, poniendo una mueca de dolor en cuanto se
rozaba.
Cuando llegaron a los barracones donde
dormían, Isas pegó su espalda contra la pared. El frío
contacto le calmó un poco el ardor de las quemaduras. Un
poco aliviado, se tumbó, con muchísimo cuidado, en su
jergón boca arriba para poder observar las estrellas.
Esa noche era importante que no perdiera ojo de ellas…no
debía llegar tarde a su cita con Arinna.
- Hoy es la mejor noche desde que llegamos
aquí, ¿Eh? – comentó pícaramente Khemen a su compañero
entre muecas de dolor mal disimuladas.
- La verdad es que si no fuera por estas
quemaduras, sería la mejor noche de mi vida – le
contestó Isas mostrando sus blancos dientes.
- Y con las quemaduras, así que no te quejes
tanto. Lo que daría yo porque una niña bonita como
Arinna me cuidara esta noche.
- La verdad, tampoco espero gran cosa de
esta noche – terció Isas
- Aparte de las quemaduras en la espalda, el
sol te ha chamuscado el cerebro y torcido los
pensamientos – Le recriminó el nubio – Como dicen en mi
tierra: “Un cocodrilo que tiene la presa al alcance de
su boca y no ataca, o está muerto o no es un cocodrilo.”
Así que déjate de tonterías, que esta noche va a ser la
mejor en mucho tiempo.
- Bonito refrán. Quizás tengas razón, es que
a veces pienso que en mi destino no existe la palabra
felicidad…
- Definitivamente, el sol te ha chamuscado el cerebro.-
Le cortó Khemen indignado.- Al menos estás vivo, no como
el pobre hombre que han devorado los buitres hoy.
Aprovecha la vida mientras la tengas, porque es el único
momento en el que podrás decidir qué es lo que quieres
hacer. – Isas se incorporó y puso cara de desconcierto.
El nubio continuó – Sí Isas, tú eliges en cada momento.
Porque podemos estar esclavizados aquí, obligados a
hacer trabajos forzados hasta la extenuación y a comer
al alba una comida que los chacales despreciarían, pero
la libertad de cada uno reside en su alma, y eso es algo
que jamás puede ser esclavizado. Ahora mismo, tú estás
eligiendo seguir vivo, sometiéndote a la esclavitud
impuesta. Sin embargo, puedes elegir un camino que puede
llevarte a otras situaciones: ¿Crees que jamás he
pensado en escaparme? Sí lo he pensado y meditado
largamente, pero sé que tras ese camino, ahora mismo,
solo hay muerte. ¿Dónde iría? Que irrisoria libertad la
de escapar de la esclavitud para morir en el desierto.
Khemen tomó un poco de aire y de tiempo para que sus
palabras penetraran en el pensamiento de su compañero y
continuó.
- Sé que me llegará el momento de la
libertad. O al menos, el momento en el que escapar no me
lleve exclusivamente a la muerte. Pues bien, ahora es un
momento en el que, dentro de la libertad que posees,
debes elegir: ¿Quieres ir? Sabes que ese camino puede
que te lleve a la muerte si te descubren, pero si no lo
hacen, pasarás una noche como llevas mucho tiempo
imaginando. Sentirás de nuevo la libertad en su estado
más puro y, mañana, tendrás otro motivo por el que
soportar el trabajo que nos imponen. Piensa que del
camino que escojas nunca sabes donde te va a llevar.
Khemen calló y se hizo el silencio durante unos minutos.
Al fin, Isas contestó.
- Nunca te había oído hablar con tan…no sé,
tan sincero. Parecías mi Tío por momentos, sólo te ha
faltado hablar del Destino de Amón y hubiera pensado que
eras él. – Le dijo con sinceridad a su amigo.- Me has
abierto los ojos que el sol del día me había cerrado,
gracias amigo.
- Sólo te voy a pedir una cosa – dijo con
cara seria Khemen - ¡Qué mañana me cuentes todos los
detalles! – Y, cambiado el semblante de la cara, se echó
a reír.
- Ni tras una dura reprimenda puede evitar
reírte de mi – Contestó sonriendo, y terminó diciendo –
Buenas noches Khemen.
- Para unos mejor que para otros, Isas. Que
disfrutes de esta noche.
Isas se volvió a tumbar y fijó su mirada en
el cielo estrellado, como cada noche. Y dejó su mente
volar…
Se despertó de repente y miró por la ventana
desesperado. “Por Amón, que no haya pasado la hora”
pensó mientras buscaba en el cielo. Suspiró de alivio:
se acababa de despertar justo para llegar a la cita. Muy
despacio, se levantó y, con cuidado de no molestar ni
despertar a ninguno de sus compañeros, caminó hacia la
puerta. Un ronquido de Amuras le sobresaltó y el corazón
comenzó a latirle con muchísima fuerza. Cuando se hubo
calmado, continuó andando de puntillas.
Abrió la puerta lentamente, con un
movimiento casi imperceptible, orando a los dioses para
que no le encontrasen los soldados que vigilaban el
lugar. Por suerte, nadie vigilaba el barracón en ese
momento. Se escabulló por las sombras y fue cruzando de
un barracón a otro sin ver a ningún guardián y sin ser
visto por ningún soldado. Al fin, llegó al barracón
donde se desayunaba y la rodeó hasta llegar al punto
donde había quedado con ella. Al llegar, miró al cielo y
vio que aun no había salido la Estrella del Norte, pero
no tardaría en hacerlo. Se sentó a esperarla y, tal y
como hacía cada noche desde su jergón, se acomodó a ver
las estrellas. Un ruido le puso en tensión y le hizo
observar la penumbra que le rodeaba y vio que un
guardián pasaba por el edificio de enfrente con
evidentes signos de sueño. Cuando lo perdió de vista,
Isas se relajó de nuevo. Al poco tiempo, la vio aparecer
y le pareció estar soñando. La luna iluminaba el fino
vestido blanco que le caía desde los hombros hasta el
tobillo, insinuando las
Curvas que llenaban el menudo cuerpo de Arinna. Su
sonrisa, bella como la luna menguante, se dibujaba
esbelta en el bello rostro de la joven y sus grandes
ojos le miraban fijamente con un brillo especial. El
pelo se mecía suavemente acorde con los pasos de la
esclava, dejando que el brillo de la luna remarcara el
acentuado color azabache. Isas la miraba embobado y una
risita se le escapó a Arinna al verlo.
- Me alegro de que hayas venido Isas, creí
que no lo harías – Le saludó la joven
- Créeme que por momento, tampoco yo creí en
que vendría, pero solo con verte así ya ha merecido la
pena. Me halaga que no hayas faltado a nuestra cita – Le
contestó Isas - ¿Cómo te las has apañado para llegar
hasta aquí?
- Nadie vigila la estancia de las esclavas,
Isas, ningún varón puede violar la intimidad de las
jóvenes, por muy esclavas que sean.
- No me había percatado de ello – Cayó en la
cuenta el joven – Ven y siéntate aquí a mi lado.
- ¿Y tú como lo has logrado? Tengo entendido
que el edificio de los esclavos está siempre custodiado
– le preguntó la joven mientras se tendía junto a Isas.
- La verdad es que he tenido que noquear a
unos cuantos de ellos – dijo sonriendo Isas, pero ante
la cara de incredulidad de la joven tuvo que ser sincero
– En realidad no había nadie vigilando, o eso espero al
menos porque yo no vi a nadie.
Arinna se quedó mirando al joven esclavo.
Isas rondaría los 18 años y era alto para la media
egipcia. Su cuerpo hacía sido moldeado por el trabajo
forzado, librando de grasa su estructura y fortaleciendo
los músculos. Tenía la tez morena de las horas bajo el
sol y unas manos fuertes. Pero seguía teniendo una cara
de niño. Una expresión de niño pillo revestía cada gesto
de Isas hacia ella. El pelo negro le caía, greñudo, casi
hasta los hombros, y una pequeña barba se dibujaba en su
cara. Los ojos negros eran profundos al mirar y sus
labios carnosos contrastaban con el conjunto de su faz.
Pero lo que más le gustaba a Arinna de Isas era su
sonrisa: sincera y agradable. Los dientes blancos de
Isas infundían tranquilidad y alegría a la joven, pues
verlos era señal de que todo marchaba bien.
Siguieron charlando durante largo tiempo,
preguntándose el uno al otro sobre cómo habían llegado
hasta allí. Isas le contó la caída en desgracia y muerte
de su padre, la vida junto a su Tío, el destino de sus
hermanos, el aprendizaje de escriba, el suicidio del
Gran Sacerdote de Amón y el posterior arresto del joven
y de su madre. Cuando le preguntó a ella, el esclavo
escuchó el relato de Arinna: Era la hija de una esclava
de la esposa de un terrateniente de Tanis. Desde pequeña
le gustaba bailar y tenía el don de cantar salmos y de
recitar poemas, por lo que fue muy apreciada por el
terrateniente. Pero un día, en medio de una ceremonia de
bendición de campos, se dejó llevar por la música y
comenzó a cantar. El sacerdote encargado de la ceremonia
la oyó e hizo que la presentaran para escucharla. Nada
más hacerlo, dijo a los presentes que esa chiquilla
tenía el don del arte del cantar y que habría que
adiestrarla. El terrateniente solo aceptó aquello tras
recibir una buena cantidad de monedas y así, Arinna fue
llevaba a Abydos. A pesar de las alabanzas del
sacerdote, el origen esclavo le pesó muchísimo allí y no
tardó en ser despreciada por el resto de jóvenes. Por
ello, en cuanto tuvo la oportunidad, se intentó escapar.
No lo logró y pasó de nuevo a la servidumbre, siendo su
primer destino la de servir las comidas y limpiar los
edificios del campamento de esclavos constructores de
Akhetatón.
Isas escuchó con atención el relato de la
joven, sorprendido por ciertos aspectos de la vida de
Arinna.
- Me gustaría oírte cantar algo – Dijo
fascinado Isas
- Me da vergüenza, Isas – terció ruborizada
la joven.
- Me harías muy feliz si lo hicieras, Arinna
– replicó el esclavo, acentuando su nombre.
- Bueno...esta noche es especial, pero no
creo que sea bueno que cante entre tanto silencio. –
Viendo la cara de decepción del joven siguió – pero sí
te recitaré algo, ¿Quieres?
- ¡Por supuesto! – le agradeció Isas.
- Bueno, te recitaré algo que me enseñó mi
madre cuando tenía 3 años. Espero que te guste.
Cuentan las historias antiguas
Que en el Egipto de no Un solo dios
Un terrible mal acechaba las tierras
De la abeja y el junco, el chacal y el halcón
La joven esclava observó como en la cara de
Isas surgía una expresión de asombro y de fascinación.
Prosiguió con su canto…
Penetró por las fronteras de Egipto
Proveniente del desierto del calor
Un demonio y sus huestes a miles
Causando muerte y destrucción
El Rey Escorpión corrió hacia el templo
A orarle al venerable dios Halcón
Y estando allí, meditando en silencio
Apareció el ave y le habló:
- Egipto caerá en las sombras
Entre fuego, muerte y destrucción
A menos que el faraón sea fuerte
Y cumpla su destino sin temor
Isas se acomodó, disfrutando de las sensaciones que le
transmitía la delicada voz de Arinna. Jamás había
escuchado algo tan bello como el recitar de la joven.
-¿Cuál es el sino que me lleva,
Qué he de hacer por mi nación?
- Deberás marchar hacia la cuna
Del Gran Río - El ave contestó
-¿Y qué habré de hacer allí?
¿Qué milagro cambiará la situación?
Pero el halcón ya no medió palabra
Y, levando el vuelo, se marchó
El faraón volvió a palacio
Y a su hijo así le habló
- He de marchar de Egipto
Sé fuerte y demuestra ser faraón
Arinna silenció su voz para descansar un
poco y miró con ojos brillantes al joven que la miraba
embelesado. Se acercó un poco más a él y, lentamente, y
con la luna de testigo, en los labios le besó en los
labios. Isas recibió el beso sorprendido, pero en
seguida lo correspondió. Ambos sintieron como si fueran
uno, al igual que lo eran la Tierra de la Abeja y la del
Junco. Cuando sus labios se separaron, Arinna vio un
brillo especial en los ojos del joven.
- Aun no he terminado, te prometo que cuando
lo haga, habrá más de estos – le dijo la joven en un
susurro al oído.
La noticia corrió por las calles
Y el pueblo de Egipto se conmocionó
- El faraón huye como las ratas del fuego
De Egipto huye el Rey Escorpión
Mientras, el mal se propagaba
Destruyendo la alegría del corazón
Secando el Nilo, quemando cosechas
Cubriendo con nubes negras el sol.
Isas escuchaba embelesado a la joven a la
que acababa de besar...por primera vez en su vida. Había
sido tan dulce como la miel y tan suave como las telas
de lino. Había sido como flotar entre las nubes, jugando
con las estrellas.
El príncipe desesperaba sin consuelo
Largos meses desde que su padre marchó
Y con el enemigo a las puertas de Nején
El sonido del cuerno del rey oyó
El Demonio sonrió al ver al rey
Y su estridente risa gravemente resonó
En las Tierras de la Abeja y del Junco
Y con desprecio al rey habló:
- Huyes de tu reino cuando te necesita
Y haces sonar el cuerno de un cabrón
Tus huestes ya han sido derrotadas
No te queda ejército ninguno, faraón.
-Enfréntate conmigo si te atreves
Demonio oscuro, volverás a tu mansión
Que no es la tierra de mis padres
¡Es la muerte del mundo inferior!
Isas jamás había escuchado recitar a
alguien, y mucho menos tan bien como ella. A pesar de
que conocía la historia, le parecía estar escuchando
algo totalmente nuevo.
El Demonio atacó primero
Pero el faraón le esquivó
Y sacando la Maza Escorpión
La mano derecha le destrozó
- Morirás – gritó el demonio
Pero entre la ira y el dolor
Sintió que algo le atravesaba
La sangre negra de su corazón.
La Maza está envenenada
El demonio agonizante murmuró
Y, llevando consigo sus huestes
De este mundo desapareció
Y así cuenta la leyenda
Que por la Maza del Rey Escorpión
Nace y florece en las Dos Tierras
La vida, bajo la luz del dios Sol.
- Eres increíble – fue lo único que acertó a
decir Isas
- Gracias – respondió sonrojada Arinna. Y,
de nuevo, se acercaron sus labios, esta vez acompañados
de unos brazos que apretaban el uno al otro, para nunca
tener que separarse.
Cuando la Estrella del Norte amenazaba con
dejar la cúpula celeste, un escalofrío recorrió el
cuerpo de Isas: sintió que alguien les estaba espiando.
Disimuladamente, se incorporó un poco y pudo ver como
dos soldados, recién salidos del barracón donde
descansaban, miraban fijamente hacia donde se
encontraban. Isas despertó a Arinna, que se había
quedado dormida acomodada en su pecho. Sin hablar le
señaló los soldados y le dijo que se quedara quieta,
pero aquellos comenzaron a moverse en la dirección de
ellos.
El corazón del joven comenzó a latir fuertemente.
“Tengo que sacarla de aquí” pensó y luego le susurró al
oído.
- Por favor, vete por el lado contrario. Yo
los distraeré. No me perdonaría jamás que te pasara
algo.
- ¡No te quiero abandonar! – le dijo entre
sollozos de miedo la joven
- ¡Debes hacerlo! ¡Corre! – le espetó Isas
tras besarla suavemente en los labios.
- Jamás te olvidaré – le dijo al oído la
joven antes de marcharse. Esas palabras recorrieron todo
el ser del esclavo y comprendió que, pasara lo que
pasara, nunca volvería a ver a aquella joven que le
había atrapado el corazón.
Su mente volvió a la situación a la que se enfrentaba:
dos soldados se dirigían hacia él y estaba seguro de que
lo habían visto. Pensó en la posibilidad de pelear
contra ellos, pero en seguida la desechó. Ellos llevaban
lanza y habían sido entrenados para luchar mientras que
él era un simple aprendiz de escriba convertido en
esclavo. En ese momento recordó las palabras de Khemen,
tan solo unas horas antes aunque parecieran años: “Sin
embargo, puedes elegir un camino que puede llevarte a
otras situaciones: ¿Crees que jamás he pensado en
escaparme? Sí lo he pensado y meditado largamente, pero
sé que tras ese camino, ahora mismo, solo hay muerte.
¿Dónde iría? Que irrisoria libertad la de escapar de la
esclavitud para morir en el desierto.” Y ahora, en
ese camino se encontraban los pies de Isas. Podía
quedarse y morir, ajusticiado y arrojado a los buitres
del desierto, o ir él mismo en busca de esos buitres.
Siempre quedaba la oportunidad de que los dioses se
apiadaran de él. Siempre tendría la oportunidad de
elegir, la libertad.
Isas se preparó y salió disparado cuando los soldados
aun se encontraban a una decena de metros de él. En
ellos, esta acción causó una gran confusión y no
reaccionaron a tiempo: ellos creían que lo que se
agazapaba allí era un conejo. Esos instantes de duda
fueron los que, al final, salvaron la vida de Isas, de
momento.
Los soldados salieron a la carrera tras la estela del
esclavo pero, estando recién levantados y con los
atavíos militares, apenas pudieron seguirle el ritmo. Al
cabo de unos pocos minutos, el esclavo había
desaparecido entre la arena del desierto.
- Se ha metido en la boca de la muerte –
Comentó uno de los soldados al otro.
- Yo espero que no vuelva, porque será peor
que la muerte lo que le ocurrirá si depende de mí. Ha
cometido el sacrilegio de escapar de la construcción de
la ciudad sagrada de Atón, que la furia del Dios Sol
caiga sobre él. – replicó el otro.
- Veo que has aprendido bien las nuevas
doctrinas del faraón – comentó el primero de ellos,
olvidándose por completo del esclavo que acababa de
escapar.
- Algunos miembros de mi familia pertenecen
al sacerdocio del dios Atón y ahora que los sacerdotes
de Amón han sido rebajados en poder, ellos pueden
pisotearles todo lo que quieran. El verdadero culto se
impondrá sobre todos aquellos que intenten adorar a los
dioses antiguos, sean quienes sean. – El otro soldado
asintió, sin ninguna gana de escuchar la tensión
existente entre los sacerdotes de los diferentes cultos.
Isas vagó durante las dos últimas horas de
la noche, intentando guiarse por las estrellas que iban
desapareciendo en el firmamento. Al fin, logró ubicarse
y se detuvo a pensar la dirección que debía coger.” El
desierto es la muerte, a menos que lo conozcas. Y nunca
he pisado el desierto yo solo. El otro camino que puedo
elegir es ir hacia el Iteru (Gran Río). Quizás allí
tenga alguna oportunidad de sobrevivir.” Así que, una
vez decidido, se orientó en dirección al Gran Río.
El cielo comenzaba a clarear y nuestro
protagonista no dejaba de pensar en la noche que acababa
de dejar atrás. Había sido la mejor noche de su vida,
sin duda alguna. Arinna era una muchacha
extraordinaria...y había compartido su corazón con él.
Se le partió el alma al pensar que jamás volvería a
verla, casi preferiría morir a soportar esa carga.
¿Estaría bien? Seguro que sí. Quizás los dioses le
darían una segunda oportunidad, alguna vez, él lucharía
por volver a tenerla y no volvería a separarse de la
chica de la que se había enamorado perdidamente a lo
largo de los meses de esclavitud.
También recordó a Khemen y le quemó el
corazón al imaginarse el despertar de su amigo, perplejo
por no tener a Isas acostado el jergón colindante,
desecho por el sentimiento de culpa de haber enviado a
su amigo, con sus palabras, a la muerte. Recordó, con
cariño, las quejas de Amuras y el recital nocturno de
ronquidos de sus compañeros. Las lágrimas empañaron sus
ojos y le recorrieron las mejillas, humedeciéndolas.
Pero era libre, al fin volvía a ser libre, y sólo por
ello ya merecía la pena.
Tras caminar hasta que el sol se elevaba ya
sobre lo alto del cielo, con una sed terrible y
alimentándose con algunos tallos de plantas que encontró
en pequeños vergeles, llegó hasta orillas del Gran Río.
Una vez allí, cayó en la cuenta de que no había pensado
en como alejarse del lugar. Antes ya había desestimado
internarse en el desierto por razones obvias y ahora se
encontraba delante de otro dilema: cruzar el Iteru y
dirigirse a la gran ciudad de Hermópolis o intentar
navegar a lo largo de él. Ambas cosas eran difíciles sin
una embarcación puesto que, aparte de la gran fuerza del
río en época de crecida, ya que estaban inmersos en la
estación Akhet, estaba el peligro de los cocodrilos.
Tras pensarlo largo rato, desistió de cruzarlo a nado y,
sin ninguna esperanza, se dirigió al muelle donde los
barcos llevaban las piedras. Esto era arriesgado, ya que
le podían ver y aun llevaba las ropas de esclavo, pero
era la única salida que tenía.
Se acercó lentamente al muelle y se agazapó tras unos
matorrales a una distancia providencial. Había varios
montones de piedra de la que ellos trasladaban desde la
ciudad y un barco acababa de descargar un par de bloques
ya terminados. Sin embargo, no había ningún soldado a la
vista y supuso que sus compañeros estarían trasladando
uno de los bloques terminados para la construcción de la
capilla real o mansión de Atón, orden expresa del
faraón. Por lo demás, exceptuando a un par de mercaderes
que descansaban a la sombra de los sicómoros, no halló a
nadie. Examinó entonces todo lo que allí se encontraba,
intentando hallar algo que le pudiera ayudar. Sabía que
lo tenía casi imposible…pero aun tenía una mínima
esperanza. ¿Quién le habría dicho la noche anterior que
por la mañana estaría en libertad? Libertad paupérrima,
pero libertad al fin y al cabo.
Tras un rato de observación, fijó su atención en un
montón de objetos que había en una especie de caja en el
muelle, pero no muy lejos de donde Isas se encontraba.
En él vio diversos utensilios: desde antorchas a
material de escriba, pasando por un juego de senet. Sin
embargo, lo que más le llamó la atención, y acrecentó su
esperanza, fueron unos ricos ropajes. Dudaba que fuera
de alguno de los que dormitaban, ya que aquella caja
estaba lejos de donde descansaban. Isas se decidió a
cogerlo.
Lentamente y agazapado entre los matorrales que
recorrían las orillas del Gran Río, se acercó hasta el
muelle y, cuando fue el momento oportuno, se hizo con
ellos. El vestido era elegante, aunque de menor porte
que los que su tío usaba en las grandes celebraciones.
Pensó que era ideal para hacerse pasar como comerciante.
Cuando se lo puso, Isas entró en el muelle y se sentó
junto a los otros comerciantes, sabedor de que no
tardaría mucho en pasar alguna embarcación para
transportar la mercancía y pasajeros del muelle. Éstos
ni se enteraron de la llegada del joven.
Al cabo de una hora, una pequeña embarcación arribó al
muelle. Esta era
Del barco bajaron una docena de tripulantes que se
dispusieron a subir a bordo la mercancía que había en el
muelle. Un pescador bajó con su caña y su cesto y se
dirigió a los cañaverales. Entonces, los dos mercaderes
que estaban dormitando se despertaron y se encaminaron
en dirección al barco. Isas les siguió. Subieron la
pasarela y el capitán les saludó.
- Buenos días, señores mercaderes, ¿Hacia
dónde se dirigen?
- Hasta Karnak. Estos días es el mejor sitio
para hacer negocio – contestó uno de ellos y el otro
asintió
- Ciertamente que lo es, el festival Sed del
faraón siempre es propenso a los beneficios. El viaje
durará una semana, ya que a contracorriente es más
lento, y el coste es de 3
hedys. – Dijo el capitán, extendiendo la mano.
Los comerciantes pagaron y se dirigieron
hacia un extremo del barco. Isas se maldijo: no había
pensado en el coste del viaje. Desesperado, buscó entre
sus ropajes con el corazón en un puño. Los bolsillos
estaban vacíos pero, notó un bulto entre los ropajes, a
la altura de la cadera. Metió la mano y sacó una pequeña
bolsa. Al abrirla, los ojos se le humedecieron de la
emoción: estaba repleta de pequeños hedys.
- Buenos días, señor mercader. ¿Hacia dónde
se dirige? – preguntó el capitán.
- A Karnak también. – Le contestó el joven,
extendiendo la mano abierta con el coste del viaje.
- Qué disfrute del viaje. – Terminó
satisfecho el capitán y, dándose la vuelta, se dirigió
hacia la quilla.
El Nilo, a pesar de la fuerza de la crecida,
corría mansamente hacia el mar. La barcaza discurría
plácidamente y sin sobresaltos, parándose en las
distintos muelles de las principales ciudades: Cusae,
Akhmim, Abydos, Denderah, Copto… El trajín de viajeros y
mercancías era continuo en cada puerto y varias veces se
cruzaron con otros barcos a lo largo del trayecto. Las
noches eran más agradables que los días, pero el calor
diurno se podía mitigar refrescándose con el agua del
Gran Río.
La noche anterior a llegar a Karnak, la cena
fue más animada que de costumbre. El alimento consistía
en pescado condimentado, pan de cebada, cebolla y una
refrescante heneket que el
capitán había enfriado en un ánfora atada al barco y
hundida en el río. Isas, los dos comerciantes, el
capitán y un sacerdote que había subido en Denderah
conversaron durante toda la cena y, al terminar, se
pusieron a contemplar las estrellas. Era una noche
despejada y los luceros del cielo brillaban con fuerza.
Uno de los dos comerciantes le había cogido cierto
cariño al joven mercader que les acompañaba y cada noche
le contaba algo sobre las constelaciones del cielo
- Isas, ¿Ves aquella constelación, la de la
estrella brillante? – Comenzó una vez que se había
acomodado tras la cena - Es Sothis. Esa constelación
está dedicada a Isis y Osiris y se cree que es el alma
de ambos. La importancia que tiene es que ésta
constelación nos sirve para saber cuando ocurrirá la
Crecida del Gran Río, que da la vida a Egipto. Esta
estrella deja de verse en el cielo nocturno 70 días
antes de que comience el Aketh, regresando justo cuando
empieza la crecida. Por eso se celebra
el Upet Runpet justo ese día. La otra que vez un poco
más a la derecha es…
Isas escuchaba atento al viejo comerciante,
empapándose del saber que él tenía sobre las estrellas.
Sin embargo, el sacerdote no veía con buenos ojos todo
aquello, puesto que pertenecía al culto de Atón y, por
ello, no aceptaba la presencia de ninguna otra deidad,
ni siquiera en la soledad eterna de la noche.
Esa noche nadie pudo dormir de la excitación
de la llegada a Karnak. Todos sabían que era algo
histórico la ceremonia que se celebraba días después.
Cuando el alba despuntaba, el sacerdote se inclinó y
comenzó, como cada día, a cantar el himno a Atón:
¡Apareces resplandeciente en el horizonte del cielo,
Oh Atón vivo, creador de la vida!
Cuando amaneces en el horizonte oriental,
Llenas toda las regiones con tu perfección.
Eres hermoso, grande y brillante.
Te elevas por encima de todas las tierras.
Tus rayos abarcan las regiones
Hasta el límite de cuanto has creado.
El sacerdote siguió cantando las alabanzas a
Atón, pero el pensamiento de Isas le transportaba muy
lejos, a los tiempos en los que su tío cantaba a Amón
por las mañanas. Isas no compartía la creencia de un
solo dios que el faraón quería implantar, al igual que
la mayoría de los egipcios, pero siempre tenía
curiosidad por el culto a este dios proveniente de la
corte. Los cánticos se parecían a otros que él ya había
escuchado sobre otros dioses: Ra, Osiris, Amón…
Creaste a Hapy en la Duat
Y lo traes según tu deseo,
Para alimentar a las gentes,
Porque las creaste para ti mismo.
Señor de todo, que se esfuerza por ellos,
Señor de todas las tierras que brilla por ellas,
Atón del día, grande en Majestad.
Haces vivir a todas las tierras lejanas,
“Cada culto se atribuye la creación de
Egipto y del Gran Río” pensó Isas al volver a escuchar
al sacerdote.
Akhenatón, duradera sea su vida,
Y la Gran Reina a quien él ama, la Señora de las Dos
Tierras,
Nefer-neferu-Atón Nefertiti; que viva por siempre jamás.
El sacerdote terminó el himno de la alabanza
y volvió a su sitio. Los que le habían estado
observando, se comenzaron a preparar para la llegada,
puesto que la esbelta Karnak se podía vislumbrar entre
la bruma matutina del río.
Karnak era una pequeña población cercana a
Tebas. Su importancia radicaba en el conjunto religioso
que poseía, centro del culto a Amón y de tal importancia
que el templo principal fue ampliado gradualmente por
treinta faraones. Y era el lugar escogido por Akhenatón
para celebrar su festival Heb Sed.
Tras desembarcar en el muelle, repleto de
gente, del pequeño pueblo, Isas se despidió de los dos
mercaderes y del sacerdote, que se dirigió directo al
templo.
Isas comenzó a andar, sin rumbo, pensando
qué es lo que haría allí. No se había parado a pensar en
lo que haría, solo se había ido dejando llevar por las
situaciones que se le presentaban. “Del camino que
escojas nunca sabes donde te llevará” pensó recordando,
de nuevo, las palabras de su amigo Khemen. ¿Cómo
estaría?
El bullicio de la ciudad no podía envidiar
en nada a la de las grandes ciudades como la cercana
Tebas o como Menfis. Las carretas de los vendedores
errantes, con las diferentes mercancías, corrían de un
lado para otro, con el dueño gritando qué era lo que
vendía: huevos, pan, verduras, frutas, ropas, juegos
para entretenimiento, parasoles, carne, pescado y un sin
fin de objetos y alimentos exóticos. Las mujeres corrían
de un lado para otros comprando todo lo necesario para
su hogar y los chiquillos jugaban entre el gentío. Se
oyó un grito y alguien salió corriendo con algo entre
las manos mientras un mercader vociferaba “Ladrón,
ladrón”. En una esquina, un lisiado pedía limosna y, a
su lado, un viejo ciego contaba historia a unos jóvenes
que le escuchaban con atención. Un escriba, con los
papiros en la mano, entró en una de las casas.
Isas cogió una calle perpendicular a la que se
encontraba, deseando poder respirar un poco de aire
fresco, y cayó de bruces con el mercado, tan lleno como
la calle anterior. En él se encontraban los puestos
fijos de los vendedores locales, donde el alimento solía
ser más fresco y de mejor calidad. Un vendedor se le
acercó ofreciéndoles una cerveza de cebada y el joven
aceptó, pagando un cuarto de Hedy por ella. Se la bebió
poco a poco, saboreándola y mitigando la sed que le
agarrotaba la garganta. Pocos metros más adelante,
compró un poco de pan y cebolla por un quinto de Hedy.
Mordisqueando lo comprado, siguió paseando por el
mercado.
Cuando el sol comenzaba a enfilar el
descenso hacia el mundo subterráneo, Isas convino en que
sería necesario encontrar alojamiento. Había oído
durante el día que el festival Sed comenzaría al día
siguiente y había decidido quedarse en el pueblo durante
los 30 días que duraba. Nunca había estado en un
festival de tal calibre, un festival único.
El origen del festival Sed se remontaba
hacia el comienzo de Egipto. Esta ceremonia, exclusiva
del faraón, solía hacerse a los treinta años de reinado.
Consistía en una serie de actos rituales de que duraban
varios días, en los que el faraón renovaba sus fuerzas
físicas y mágicas con el fin de perpetuar su tiempo de
reinado. De hecho, la celebración de estas fiestas se
extendía también al más allá, lo que significaba que se
fijaba el reinado del faraón para toda la eternidad. Lo
extraño de este festival Sed, era que se hacía tan solo
en el 4º año de reinado del faraón Amenofis IV, y en la
calle comenzaba a correr todo tipo de rumores sobre los
deseos del monarca: unos hablaban de que se había vuelto
loco, otros comentaban que quería preparar una guerra
contra los enemigos de Egipto y necesitaba de este
festival para regenerar sus fuerzas y llevar a Egipto a
la victoria; también había quienes comentaban el afán de
poder del faraón, el cual quería extender más allá de la
política elevando el culto de Atón sobre el resto y
erigiéndose él como máximo responsable.
Tras varios intentos fallidos, Isas encontró
un albergue con habitación libre y bastante asequible:
los treinta días solo le costarían 5 hedys. Entró en su
habitación y se tumbó en el jergón, extasiado tras mucho
tiempo sin poder descansar bien. Se quitó los ropajes y
vació el contenido de la pequeña bolsa y comenzó a
contar las monedas. Aun le quedaban 32 hedys. “Quien
haya perdido lo que he robado deberá estar lamentándose”
pensó sonrojado Isas. Volvió a guardar el dinero en la
bolsa de cuero y, dejándose llevar por el cansancio
acumulado, cerró los ojos y se durmió. Esa noche soñó
con Arinna. Ella huía de los soldados y lograba
esconderse, pero un gran nubio como Khemen la raptaba y
la llevaba a Nubia. Isas corría detrás, intentando
salvarla, pero cayó en el Gran Río y un cocodrilo
intentó comerlo. Logró subirse a una barca en la que
estaba un hombre semi desnudo. “Tú me robaste lo que
tenía” le gritaba con un puñal en lo alto y, tras
abalanzarse contra Isas, se lo clavó en una pierna. El
dolor inundó su cuerpo y todo se volvió oscuro. Cuando
volvió la luz se vio tumbado en una cama, con Arinna
acariciándole con amor y ternura. “Al fin en libertad”
le decía ella recitando como aquella noche…
Los cuernos de la Guardia del Faraón
despertaron a Isas. El sol estaba ya en lo alto del
cielo y el joven esclavo corrió a vestirse. Llevaba
mucho tiempo sin dormir hasta que le apeteciera,
demasiados meses viendo amanecer…
Al salir en la calle, una sonrisa iluminó el
rostro del “mercader”. La alegría del bullicio era
contagiosa y, dejándose llevar, se unió a la gente para
celebrar el festival Hebsed del faraón Amenofis IV…
Tal y como los rumores decían, no fue un
festival corriente. En él, Amenofis IV emprendió una
serie de cambios que no todo el mundo aceptó. Lo primero
fue el elevar el culto a Atón a nivel nacional,
prohibiendo el culto de los demás dioses. Después, y en
honor al dios que encumbraba, hizo cambiar su nombre por
el de Akhenatón que significa “El que agrada a Atón” lo
que confirmaba el cambio de rumbo religioso que quería
imponer.
Isas, tras 30 días de fiesta continua, no
había decidido que haría. El dinero se le empezaba a
agotar y comenzó a preocuparse por ello. Debía de
encontrar algún trabajo. Pensó en entrar en una escuela
de escribas a terminar su aprendizaje, pero lo rechazó
al instante: no tenía dinero para pagarlo ni para
asentarse durante un tiempo largo en una gran ciudad.
Pensó entonces en presentarse a algún mercader, pero
sabía que si se presentaba solo con esas vestiduras, sin
nada más, pensaría que era un ladrón. Abrumado por tan
negativos pensamientos, decidió marchar a Tebas, a
buscar su oportunidad mientras le durase el dinero.
Esa misma noche, Isas ya descansaba en una
habitación de una hospedería de la gran Tebas. En su
camino desde el muelle hasta encontrar la estancia,
había comprado una vestimenta más sencilla: un simple
traje de lino blanco que le cubría hasta media pierna.
En el poco tiempo que llevaba en Tebas había visto
multitud de personajes, a cual más curioso: altos grados
del ejército, con su porte regio y fiero; mercaderes
nubios, con sus extravagantes trajes hechos con pieles
moteadas; embajadores hititas y babilonios, cada uno con
sus vestimentas típicas y sus barbas trenzadas,
caminaban en dirección a palacio; los mercaderes de
maderas de Byblos ostentaban trajes despampanantes, los
habitantes de Arabia paseaban con sus turbantes…
Desde la ventana de su habitación podía ver
el bullicio que llenaba las calles al caer la noche.
Carretas con mercancías se recogían hacia sus casas para
volver a salir al día siguiente, policías con garrotes
paseaban por las calles, algún que otro hombre ebrio
daba tumbos buscando su casa, mujeres del oficio más
antiguo del mundo piropeaban a los jóvenes que
pasaban…Esta era la libertad que Isas llevaba buscando,
la libertad de poder elegir que quería hacer y a donde
ir. La libertad de vivir la vida que él quisiera.
A la mañana siguiente, Isas salió en
búsqueda de algún comprador de tejidos. Se había
decidido a vender los ropajes que robó, ya que con el
que había comprado tenía de sobra. Fue buscando por las
calles de los mercados hasta que se topó con un puesto
en el que se vendían telas de todo tipo, desde lino
hasta la seda traída del lejano oriente.
- Buenos días. Vengo a preguntar si le
interesaría comprar estos ropajes. Son de muy buena
calidad, pero yo no los necesito. – Dijo Isas al
tendero, un señor mayor, encorvado por los años de
trabajo. Éste cogió los ropajes y comenzó a palparlos
para ver la calidad.
- Los acabados son muy buenos y este lino es
de buena calidad. A ver los cosidos…son fuertes,
aguantarán tirones y movimientos bruscos. El tinte que
lleva tiene muy buena pinta y los dibujos son hermosos.
La verdad es que es un vestido de bastante calidad. Te
daré 30 hedys por él.
- ¿Solo? – dijo, simulando un tono de enfado
Isas. De pequeño su madre solía regatear cuando iba Isas
con él a comprar y su hijo menor había aprendido.- En un
puesto en el que he estado antes me han ofrecido 50 por
él.
- Estoy dispuesto en llegar a los 35 –
replicó el tendero, que había entendido que se trataba
del cotidiano juego del regateo.
- No bajo de 46, lo siento.
- 43 y no se hable más – Dijo el anciano
mercader, seguro de que el joven aceptaría
- Hecho. – dijo triunfante Isas. Había
logrado más de lo que podía esperar.
- Que tengas un buen día, joven señor – le
dijo el tendero dándole el dinero.
- Gracias sabio vendedor. Que tenga un día
fructífero. – dijo el antiguo esclavo y, guardándose el
dinero, se perdió entre la muchedumbre.
Una semana después, Isas observó un gran
revuelo cerca del muelle y decidió ir hacia allí. En el
tiempo que llevaba en Tebas no había encontrado aun una
ocupación y comenzaba a impacientarse. A pesar de que
tenía dinero de sobra para permanecer un par de meses
sin necesidad de trabajar, él lo necesitaba. No quería
sentirse un despojo inservible y tampoco quería que
llegase el momento de agotarse sus monedas sin tener la
certeza de que se podría rellenar. Al acercarse a la
gente que se arremolinaba, preguntó al que tenía al
lado:
- ¿Qué ocurre?
- El faraón necesita soldados. Rib-Adda, el
rey de nuestra aliada Byblos, está en apuros. En pocos
días, el ejército de Egipto irá a socorrerlo.
Isas entendió que estaba ante la oportunidad
que necesitaba. En Tebas era complicado encontrar algo
para él que no fuera demasiado denigrante (matón a
sueldo no era algo de su gusto) y, a pesar de que era
muy arriesgado, sabía que la carrera militar podía
elevarle hasta el grado de vida que tenía antes de ser
esclavizado.
De nuevo, Isas tenía bajo sus pies un camino
en el que tenía que decidir: o quedarse en Tebas y
seguir buscando fortuna, es decir, contentarse con lo
que tenía, o marchar a Siria. Estaba arriesgando la
vida, pero la recompensa era mucho mayor. Decidió ir a
la guerra.
Abriéndose paso entre la multitud, llegó
hasta el soldado que apuntaba los voluntarios.
- ¿Tu nombre? – preguntó el soldado
- Isas, hijo de Eskisas – respondió el joven
- Pareces fuerte y vigoroso. Podrás aguantar
lo que te espera. Aceptado, ¡siguiente!
El soldado de mayor rango que vigilaba la mesa se le
quedó mirando fijamente. Él había combatido bajo las
órdenes del padre de Isas y sabía que había caído en
desgracia. No podía ser que aquel fuera su hijo. Meneó
la cabeza apartando la mirada.
Al amanecer siguiente, Isas, vestido con el
traje de soldado egipcio, navegaba Nilo abajo en una
poderosa flota destinada a salvar los intereses de
Egipto en Siria. El joven militar, de pie en la proa,
miraba fijamente a un horizonte donde se dictaría su
destino: morir o vivir libre para siempre.
Tres años más tarde, un general egipcio
recorría las calles de Tebas con porte señorial,
llegando a la plaza principal. En ella había todo tipo
de mercancías: desde frutas y verduras a animales
traídos del sur, marfiles y sedas. Pero lo que llamó la
atención del militar era una venta de esclavas que
ocupaba la mayor parte de la plaza. Se acercó y observó
a las jóvenes que llevaban un cartel al cuello y se fijó
en una en concreto.
- 100 hedys por la esclava número 4 – dijo
con voz potente. La gente que le rodeaba, al verle
hablar, se apartaron de él.
- ¡Vendida al valiente General! - dijo al
instante el tratante. Era todo un negocio que no podía
dejar escapar.
El general se acercó con las monedas y pagó
por la muchacha. Dándose la vuelta, se marchó. La joven,
tras quitarse el letrero, le siguió sin mediar palabra.
La subasta siguió. Cuando hubieron andado lo suficiente
para no estar apretados entre el gentío, el general se
paró y abriendo los labios dijo.
- Hace mucho tiempo, una joven a la que
amaba no me pudo cantar porque podíamos ser
descubiertos. ¿Me cantarás ahora, Arinna?
Y los ojos de Arinna se nublaron de lágrimas
al ver la sonrisa de Isas, que la miraba con ternura.
Autor:
José Carlos María Bustos |