I
Amado padre. Hace ya diez días que llegamos
a estas tierras, y al menos tres desde que fuimos
instalados en la capital y en un suntuoso palacio. No
hay duda de que este pueblo es favorecido por sus
dioses, y eso es algo que se observa en cualquier
aspecto. De eso te voy a hablar, padre. Te voy a hablar
de las construcciones tan magníficas que realizan, de la
gran riqueza de sus tierras, y de ese don sobre el que
gira todo esa riqueza, ese don en forma de río.
Cuando llegamos a la costa después de un
viaje en barco de otros seis días, nos adentramos en
tierra por uno de los brazos del Nilo y tomamos rumbo al
sur. Pequeñas ciudades y poblados se reparten a ambos
lados, en fértiles terrenos, apropiados para sembrar y
obtener toda clase de alimentos. No hay duda de que ese
es otro pilar de este gran pueblo: la capacidad que los
dioses les concedieron de obtener sustento en
abundancia. La franja llana, fértil, verde, se extiende
a ambos lados del Nilo en una considerable extensión.
Después de dos días de navegación en esas dulces aguas,
llegamos a un punto donde se unen los diversos brazos
del gran rió. Allí paramos cerca de una antigua capital
del reino, Menfis, para continuar en camello hacia el
sol poniente. Lo que allí vieron mis ojos no puede ser
narrado de ninguna forma, sin faltar a la verdad de su
grandiosidad. Existen tres colosales estructuras
piramidales, que sobresalen sobre otras de menor tamaño.
Dos de ellas son descomunales, y tanto su longitud como
su altura deben medirse en varios centenares de codos.
Padre, te aseguro que estos cálculos no son exagerados
ni desmedidos. Están formadas por cantidades ingentes de
bloques de piedra que no puedo imaginar hayan podido ser
apilados en línea y unos encima de otros, mas que por
titanes. El representante del faraón que nos acompaña
desde que partimos de nuestra tierra nos contó que son
los recintos en los que descansan antiguos reyes del
pasado, convertidos en dioses y de los que desciende
nuestro regio anfitrión. La simple visión de estas
gigantescas obras produce en el que se detiene a
contemplarlas sensaciones contrapuestas de paz,
serenidad, armonía, por un lado, y a su vez hace
recapacitar acerca de lo efímero, de lo breve, de lo
reducido de nuestra existencia, en comparación con esas
colosales maravillas
Esa parada que hicimos no puede sino
considerarse un acto para impresionarnos, para
mostrarnos su superioridad y poderío, sabedores de que
causarían en nosotros sensaciones de asombro tanto como
de inferioridad. Posteriormente volvimos a embarcar y
continuamos nuestro camino Nilo arriba. No puedo sino
maravillarme de la cantidad de embarcaciones pequeñas,
grandes, o realmente enormes que circulan por el ancho
rió, corriente arriba, corriente abajo, o de una orilla
a la otra. Un mar de velas lo inunda todo. Cada cierto
tiempo, en una de las riberas observamos amplias
canteras donde innumerables trabajadores se dedican a
extraer bloques para que otros les den la forma
adecuada, y luego sean transportados en naves a través
del Nilo. No hay duda de que el Nilo es la arteria que
da sentido y sobre la que gira este país. Es el Nilo un
presente que los dioses les cedieron y del que ellos
sacan esplendido provecho.
Nos reclaman para la comida, mi venerado
padre. Continuare relatándote todo aquello que crea que
pueda merecer tu tiempo, tu interés o tu atención. Solo
espero tener la ocasión de poder enviarte estas cartas,
estas reflexiones, hacértelas llegar lo antes posible,
sin que sean interceptadas por mis anfitriones...
El texto íntegro será publicado en el
BASADE IV (Diciembre 2007)
Autor: Raúl Escamilla Becerrá |