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Relatos Egipcios

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Por José Ignacio Velasco Montes

  

 

7.-

 

Han pasado setenta días. El cadáver ha quedado embalsamado de la forma más perfecta conocida. Sus entrañas están rellenas de amuletos. Un gran escarabajo, tallado en cuarzo, queda en el lugar del corazón. Torundas del mejor lino totalmente empapadas en mirra, aceites aromáticos y bolas de fibra de caña son embebidas en bálsamos e introducidas para rellenar los espacios vacíos. Varias cañas, envueltas en lino e impregnadas en pez, dan forma a las hundidas cavidades.

La gran incisión del costado queda cerrada y pegada con resina a la piel mediante una placa de oro en la que va, en relieve, el cartucho real. Es la “Placa de vaciado de vísceras”. La superficie cutánea, que ha quedado obscura y contraída por la acción de las sales de natrón, es cuidadosamente untada con todo tipo de ungüentos odoríferos antes de ser vendada cuidadosamente.

Los coaquitas, los maestros de las ceremonias fúnebres y expertos en el arte de vendar, se ocupan a continuación del cuerpo para iniciar la penúltima de las ceremonias antes de introducirlo en el primer ataúd. Sucesivas capas de vendas de lino, untadas de goma del oriente y resinas, van siendo colocadas rodeando el cuerpo y dándole una forma parecida a la humana.

 Entre cada capa y en diversos lugares del cuerpo, van siendo colocados amuletos de diversos tipos, como un gran Jepri, un hermoso escarabajo sagrado de fayenza; Pilares Djed; varios Ank de gran tamaño, la Cruz Ansada de la Vida de Isis, y muchos más que vienen tallados en diversas piedras y colores. Igualmente le es colocado un gran Udjat, un cuádruple ojo de Horus que le protegerá de todo mal a lo largo del viaje al “Más allá”. Los amuletos, en sí mismos, son de una gran riqueza y están realizados por hábiles artesanos en oro, mármol, esquisto, turquesas, diorita, esteatitas y cuarzos y contrastan con otras piezas que han sido realizadas en marfil, fayenza y hueso.

Al llegar a la sexta vuelta de vendas, pegadas entre sí con resinas, se colocan toda una serie de collares pectorales y un gran escarabajo de oro y lapislázuli, de nuevo sobre el corazón. Cuando todos los talismanes están colocados, se dan las postreras vueltas de lienzo.

Es el momento de iniciar el delicado trabajo de las manos y las muñecas. Tras poner anillos y fundas de oro en cada dedo de las manos y de los pies, se procede al vendaje de las extremidades con exquisito cuidado. Primero dedo a dedo y, posteriormente en grupo.

Al final, con todo hecho, se cruzan con dificultad los brazos sobre el pecho, sujetando el Hig, el Cayado de pastor y el Mayal, el látigo de las tres colas, símbolos ambos del poder real. Se añaden terracotas con la imagen del can protector de la muerte, Anubis y de los cuatro hijos de Horus. De esta forma, se le asegura al “Ka” la presencia de un escudo mágico que conservará el “Dyet” eternamente. Cuando se completa todo el proceso Ramip envía aviso a Anjaf.

 

--Señor. Ramip me indica que está todo terminado.

--Iré ahora a la cripta y si todo se encuentra a mi satisfacción, lo daré por acabado.

 

Anjaf lo verifica todo en silencio. Las vísceras se han colocado ritualmente empaquetadas en los Vasos Canópicos bajo la protección de los hijos de Horus. El Cerebro es introducido en una vasija cuya tapadera ostenta una cabeza humana que representa a AmSeth. En este mismo vaso se introduce después el Hígado y la vesícula biliar. Los Pulmones son metidos en un vaso cuyo tapón tiene forma de cabeza de mono cinocéfalo y simboliza a Hapy. El Estómago queda bajo la protección de Duamutef, genio que figura en el cierre con la cabeza de un chacal. Finalmente los Intestinos, grueso y delgado, se introducen y quedan contenidos en un vaso cuya tapadera tiene la cabeza del genio Kebehsenuf y que se muestra con la forma de una cabeza de Halcón. Los cuatro Vasos Canópicos quedan finalmente colocados en una rica caja de madera de Acacia, con incrustaciones de fayenza y marfil.

Terminado el ritual del embalsamamiento, la momia es introducida en un rico ataúd rectangular de madera de Sicómoro, la madera más incombustible y que mejor sobrevive al paso del tiempo. Es un ataúd de líneas rectas que en nada muestra, exteriormente, una figura humana. El oro, los esmaltes y una amplia gama de colores completan el adorno.

Dentro del ataúd es colocado un gran rollo de papiro con oraciones que le indicará lo que debe hacer durante el viaje por el mundo subterráneo. Es un verdadero vademécum que servirá al fallecido como ayuda y orientación en su tránsito hasta los “Pilares de KenSeth”, la Tierra de los Muertos. Con sus indicaciones podrá sortear a los enemigos, sobre todo a la cruel serpiente Apofis, durante el paso por los “Lagos del Dat”. Lleva también indicaciones de las respuestas que debe dar en el “Juicio de Osiris”. El ataúd es sometido al “Gran Humo Sagrado”, que ha de protegerlo por los tiempos de los tiempos.

La mascarilla funeraria, que reproduce fielmente la facies de Keops, está formada por varias capas de lino prensado y papiros, formando un cartonaje endurecido con estuco. Sobre él se han colocado laminas de oro martillado y dibujos con esmaltes, hasta lograr los rasgos faciales, las sombras y los labios del rey. Los ojos son dos incrustaciones de Lapislázuli. En la nuca se coloca un soporte de cabeza en negra madera de Ébano muy pulimentada.

El ataúd se saca de la cripta y se sube al salón de Anubis. Las esposas, hijos y altos dignatarios de la corte esperan fuera.

 

--Señor, todo se encuentra dispuesto – me indica un novicio.

 

Me acerco a la puerta y la abro. Con voz potente y clara pregunto:

 

--¿Quiénes sois y qué deseáis? ¿Por qué llamáis a la Casa de la Muerte? ¿No escucháis la ululante canción del “Can de las Tinieblas”? ¿No percibís el bramido terrible del “Chacal Guardián del Umbral”?

 

Djedefre, hijo de Keops y futuro rey, es el Consejero Secreto del Cielo, y para suceder a su padre, debe ocuparse del entierro según el dicho, tan viejo como el primen egipcio: “El que entierra a su padre, lo hereda”. Por ello se adelanta y me entrega una gran bolsa llena de oro y plata.

 

--¿Pretendéis comprar su paso al “Más Allá” y la protección de Anubis con la miseria y la vanidad? – le espeto en un ceremonial que tiene centenares de años y en el que siempre se hacen los mismos ritos y se dicen idénticas frases, muchas de ellas sin sentido.

--No, quiero abrir la boca de mi padre para que en la otra vida pueda gozar de todos los placeres de los que dispuso en ésta.

--Pues adelante, abre todos los sentidos y que pueda ser dichoso con la vista, con el oído, con el olfato, con la comida y que sus manos puedan acariciar de la piel de las mujeres como lo hizo en esta vida que ha dejado --autorizo recitando una antigua fórmula que cada uno de nosotros adapta a su modo de ver la vida.

Djedefre hace un gesto de agradecimiento.

 

--Pasad al templo. Que vuestro silencio sea total y nada se escuche. Que vuestras lágrimas, por el que tanto amáis, no alteren su reposo.

 

Y el largo y complicado ceremonial de la de la Apertura de la Boca, se realiza por la mano de Djedefre. El hacha Nejereta apalanca simbólicamente la boca, la nariz, los ojos y demás posibles sentidos. La ceremonia se repite con el talismán de los dos dedos, hasta completar todo el rito. Djedefre se encuentra satisfecho, ha podido dotar devolviendo a su padre todo lo que éste necesita para la otra vida. Sólo le queda enterrarlo para poder heredar su título que, por demás, considera que le corresponde por real indicación en vida de Keops.

Henutsen, la esposa principal de Keops, hace un gesto y una doncella trae y me acercan una nueva bolsa y una caja con vasijas de vino. Hago un gesto y dos sacerdotes avanzan y se hacen cargo de los presentes.

La comitiva, muy escasa, penetra y rodea el ataúd. Las esposas se sitúan a la derecha. Djedefre, acompañado de Kefrén y otros hijos lo hacen a la izquierda. Heronset, el general más antiguo, con la espada sobre el hombro, se sitúa a los pies, para proteger el frente de los posibles enemigos.

 

--¿Es éste el "Dyet" de Keops? –-pregunto invitando para que los presentes comprueben la realidad-- ¿Es éste el cuerpo del Gran Dios de Egipto, Reencarnación de Osiris, Señor del Nilo, Petri del pueblo escogido de Amón y al que Anubis espera en el “Reino de Poniente?

 

Los representantes de los tres estamentos principales: familia, poder y ejercito, se asoman y afirman con la cabeza a pesar que solamente pueden contemplar una máscara funeraria en la que se han reproducido los rasgos más sobresalientes del rey. Hay un silencio absoluto. Sólo mi voz, como Gran Hierofante, se escucha. Desde lo alto, la estatua sedente de Anubis vigila y su largo hocico de Chacal se adelanta en un gesto de total dominio sobre los presentes. La pétrea figura del “Dios de la Muerte”, interpuesta entre un tragaluz y el ataúd, arroja su sombra protectora sobre la momia.

 

--¿Es pues Keops, Khnum-Khufu, el que aquí duerme?

 

Y de nuevo afirman con la cabeza los tres grupos de poder. La esposa principal se quita una diadema de flores de loto unidas con hilo de oro y la deja enganchada en las dos figuras que sobresalen en la frente de la mascarilla: una cobra y un buitre. Cada una de las esposas deja su presente dentro del ataúd. Un gran papiro, en el que van sortilegios y peticiones, es depositado por el Visir a la altura de las piernas. El general coloca, al lado de la cintura la espada corta de cobre endurecido que utilizara el rey en numerosas ocasiones. Todos los presentes desfilan a continuación por delante del ataúd, y cada uno coloca en el interior un recuerdo, un voto de buenos deseos en forma de ramas de sicómoro, hojas de palmera, flores de nenúfares y lotos, mimosas, vallisnerias y adelfas.

Los familiares más cercanos introducen unos pocos Ushtebis, que irán íntimos al rey. Los respondedores, de madera o terracota, van pintados en verde o azul, representarán al muerto al que dirán al ser llamados: “Aquí estoy”. Cada uno lleva el nombre del finado y un fragmento de un rezo en el que se comprometen a trabajar en lugar del rey si éste tuviera necesidad de hacerlo. Cuando todo ha terminado, tomo de nuevo la palabra e impongo el orden, diciendo:

 

--La hora ha llegado. Su "Ka” está esperando para poder tomar posesión de su cuerpo e iniciar la vida eterna con él.

 

La tapa interior se coloca en primer lugar y, a continuación, entre varios acercan la exterior, de mayor tamaño. Es una sólida pieza de madera escasamente policromada. Se lleva encima con gran precisión, haciendo coincidir las espigas de madera de la tapa, con los cajeados que presenta la base.

Anjaf acciona los pestillos y los bloquea con resina derretida, colocado el sello con los “Siete chacales de Anubis”. A su vez, este bloque es introducido en otro sarcófago de madera policromada, que viene colocado en unas andas con tres brazos de gran longitud. A una orden del Visir, un grupo de sacerdotes levantan las andas y son rodeados a su vez por un grupo de medjays, la escolta personal que siempre ha preferido Keops.

La comitiva sale del templo precedidos por Anjaf, ausente y digno. En su mano derecha lleva la caña que le identifica y en la izquierda se muestra el anillo del poder que, en vida, le entregara el rey. Detrás de él, en un arcón de dura y negra madera de Nubia, van los Vasos Canópicos. En la tapa del arcón, una pequeña estatua de la “Diosa Tutelar Isis” extiende los brazos en un ademán de proteger su contenido.

El compacto grupo de acompañantes se estira durante centenares de metros. Llevan collares funerarios y ramos de flores. Los llantos de centenares de plañideras rompen el silencio al salir el catafalco del recinto del templo. El sonido vibrante de los Sistros se mezcla con el lúgubre de los oboes y el agudo de las flautas de doble cuerpo. La columna avanza con lentitud hasta la orilla del Nilo.

En ella esperan los barcos funerarios del rey. El catafalco es subido al primero de ellos. Son cinco grandes barcos que se encuentran abarloados al muelle de piedras y troncos de árboles clavados en el fango. Los más íntimos del rey, suben al primero, el de más tamaño y exornado. Los demás suben a los otros barcos que tienen la misma misión de cruzar al oeste, al reino de la muerte, en la dirección en que cada día muere el sol, ocultándose por poniente.

Al alcanzar la otra orilla, la procesión se pode de nuevo en marcha hacia la altiplanicie de Gizeh. La enorme esfinge, abandonada sin terminar por Keops, hace años, contempla el paso del fúnebre cortejo con total hermetismo. Para ella el paso del tiempo no cuenta ni contará en el futuro.

La pequeña barca funeraria sobre la que va el catafalco, de gran tamaño, muestra el esplendor de un trabajo que ha ocupado toda la vida de un selecto grupo de artesanos. Es idéntica a la grande que les acaba de trasladar y que está siendo desmontada por un numeroso grupo de carpinteros de ribera Al fondo y arriba de la meseta, la Gran Pirámide, apenas acabada hace menos de un año, muestra su impresionante mole de ciento cuarenta y seis metros de altura. Durante varias horas, el cortejo asciende hasta llegar a la explanada delantera de la pirámide por su cara este, en la cual se localiza la entrada. La comitiva se reúne para una larga ceremonia, en el templo funerario situado a la entrada de la pirámide y de cuyo complejo forma parte. Las múltiples celebraciones, que durarán varios días, mantienen activos a centenares de personas que comen y beben en los mismos lugares en los que oran, queman inciensos, cantan y lloran.

Finalmente, un grupo reducido que encabeza Anjaf, sube por la escalinata y penetra en la pirámide por el estrecho “Ojo de la Gran Pirámide”, un triángulo de piedra, la “Puerta del Horizonte”. Desde la parte baja de él, parte el acceso, una siringa que lleva al primer pasillo que conducirá, posteriormente, a la Gran Galería. Ésta, se ha construido con una inclinación tan acusada que lleva al corazón de la ingente mole de piedra.

Tras grandes dificultades y esfuerzos, el grupo de personas que porta el catafalco llega hasta la Cámara Real, de gran tamaño. El conjunto de ataúdes es colocado dentro del gran sarcófago de granito rojo de Assuan que fue ubicado en aquel lugar durante la construcción de la pirámide. Es de gran tamaño, de aristas rectas y gruesas paredes de casi un palmo. Sobre el suelo, soportada por varios troncos de madera de cedro, la enorme tapa del mismo granito, espera.

Dos sacerdotes encienden el Gran Humo Sagrado que dirigen hacia el gran túmulo en cuyo interior reposa el cuerpo de Keops. Todo está dispuesto para la inhumación. Figuras de alabastro y colosales estatuas de dioses protectores rodean el enorme recipiente de piedra en la que va a ser introducido el ataúd. Estatuas del rey, en granito y basalto, esculpidos con la mayor delicadeza, ocupan las esquinas de la gran cámara. Cabezas de repuesto, muebles y objetos personales de Keops, le acompañaran para siempre y esperan amontonadas en una esquina para ser colocadas cuando el resto de las operaciones estén terminadas; ánforas con comida y bebidas; juguetes de su infancia; armas y ropas, se encuentran colocados en el rincón opuesto alcanzando el techo de grandes losas.

La tapadera del sarcófago, de gran peso, que se va a ajustar en cola de golondrina, ofrece grandes dificultades para ser colocada. Pero finalmente es llevada a su sitio exacto y queda encajada. Al hacerlo, desde el interior de la tapa caen tres espigas (*) dentro de los agujeros correspondientes tallados en el grueso de las paredes de la gran cuba de granito y la cierran herméticamente. Los muebles y las estatuas son colocados en orden, repartiéndolos por toda la cámara. La pequeña barca funeraria, copia fiel de la grande, en la que el catafalco ha cruzado el Nilo, queda en un rincón para que el finado la pueda utilizar, cuando quiera, en la otra vida. El arcón que contiene los Vasos Canópicos queda a los pies del sarcófago. Bandejas y cajas conteniendo docenas de Ushebtis policromados, quedan en el entorno para quedar al servicio de su señor. Estos pequeños replicantes de terracota, esquisto, mármol y otros materiales, dotado de nombres y con indicación del tipo de trabajo a realizar, adquirirán vida cuando su señor los precise y realizarán los trabajos para los que han sido creados.

La sala va siendo, sucesivamente abandonada por los pocos que han tenido acceso. Sólo Anjaf queda, solitario, en el interior de la cámara. Desde el lugar en el que ha quedado, cerca del cuerpo del que ha sido su rey, escucha como el sonido de los rastrillos, los bloqueos y las caídas de las losas de obturación se alejan y todo va quedando en silencio.

 

--“Ya estoy solo con mis pensamientos y mi miedo”. –Me digo—“¿Podré soportar este tiempo antes de tratar de escapar?”.

 

El cortejo, después de dejar encerrado al Gran Hierofante, desciende por las galerías y acaba saliendo al exterior. Durante su descenso, la caída controlada de inmensas piezas de granito ha ido jalonando la retirada.

 

--“Cada golpe que escucho me aísla más y más de la posibilidad de salir”. ¿Podré hacerlo? Imiotep me lo prometió y el iba a ocupar este sitio; es lógico que lo tuvieran previsto. Si le he creído hasta ahora, no es momento de dudar de él.”

 

Ya en el exterior del enorme monumento, el grupo observa el final del sellado completo de la entrada. El llamado “Ojo de la Pirámide” queda cerrado por el giro de dos ingentes bloques que han rotado sobre unos invisibles goznes. El vano de la puerta se cubre con la misma piedra caliza de Tura, con la que se ha revestido toda la Pirámide. En unos días, la argamasa secará y la arena cubrirá las grietas. El tiempo hará que no queden vestigios del lugar por el que se podría tener acceso al interior.

 

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