Retorno
a Menfis
Por
José
Ignacio Velasco Montes
5.-
La
Cámara Real de la Gran Pirámide bulle de actividad. Todo el interior está
siendo acondicionado. Los tesoros personales de Keops van siendo
introducidos y colocados.
El
Arquitecto Real y sus ayudantes ceban y preparan las trampas que sellarán
el interior. Conforme los obreros autorizados, todos
sacerdotes-arquitectos del templo de On, van ultimando las obras de las cámaras
y los accesos, se les hace salir tras exigirles la más incondicional
discreción en una obligada búsqueda del más absoluto silencio.
La
gran altiplanicie de Gizeh, hierve de soldados y narrias arrastradas por
acémilas y onagros que transportan los tesoros del rey. Las continuas
cargas de objetos procedentes del Palacio de Menfis son llevadas hasta la
entrada. Después, una a una, son introducidas con todo cuidado y van
desapareciendo en el interior de la insaciable y colosal masa de piedra
que es “El Horizonte de Keops”, su Gran Pirámide.
6.-
Un
silencio absoluto domina la lúgubre cripta que está profusamente
iluminada. Pebeteros de gran tamaño, muy repartidos por la sala, queman
grandes cantidades de incienso, mirra y sándalo. En el centro una fuerte
mesa de madera. Sobre ella hay una pieza de caliza escavada de tal forma
que la dota de un reborde. La cabecera es un poco más alta que los pies
en los que se aprecian desagües. Sobre la fría caliza, ya rígido, se
encuentra el cadáver de Keops.
Ramip,
el Jefe de los Embalsamadores, es un reconocido tariqueuta. Realiza el
primero y único corte necesario con un cuchillo de brillante obsidiana,
la piedra de Etiopía, cuyas lascas son las que mejor cortan de todos los
minerales. Es un corte limpio y profundo que deja abierto un segmento de
apenas una palma de mano a nivel del costado izquierdo por debajo de las
costillas. Por ese orificio, con una habilidad especial, adquirida a lo
largo de muchas intervenciones similares, se van a extraer, cuando llegue
el momento del rito que así lo indique, casi todas las vísceras hasta
dejar vacío todo el cuerpo. Pequeñas perforaciones en los intestinos,
realizadas por varias cánulas de bronce, eliminaran el gas que se ha
formado ya en el interior del cuerpo y que sale con fuerza en un soplido múltiple.
El olor a descomposición compite con el del incienso, la mirra y la
madera de sándalo. Las vísceras, eliminados los gases, volverán su tamaño
y podrán ser extraídas.
Ramip
debe sacar el cerebro en primer lugar. Para ello introduce por la nariz un
instrumento de cobre, largo y de punta afilada, y dándole la inclinación
precisa, lo golpea con una pequeña almádena de madera. Sucesivamente
repite la operación con diferentes inclinaciones. Después, utilizando
una larga pinza y un gancho, amplía el conducto sacando unas esquirlas de
hueso. Ramip es concienzudo, por lo que agita en su interior varios
instrumentos y, con diversos y violentos movimientos, saca varios
fragmentos óseos y remueve toda la masa cerebral deshaciéndola.
Introduce unas cánulas por las aletas de la nariz y añade un producto cáustico
que la ayudará a deshacer la masa cerebral y que ésta salga fluyendo
libremente.
Durante
un tiempo dejan reposar el interior del cráneo mientras van vaciando el
resto del cuerpo-
A
continuación, ayudado por dos sacerdotes, procede a la evisceración.
Sucesivamente y siguiendo un orden cuyo origen se pierde en la noche de
los tiempos, hígado, estómago, intestinos, pulmón y vejiga, van siendo
cortados de sus anclajes y extraídos. Las piezas extraídas se colocan en
bandejas llenas de vino de palma, donde son cuidadosamente lavadas y
vaciadas. Esperarán en estas vasijas hasta el momento en el que serán
colocadas en los Vasos Canópicos. Sólo el corazón, órgano
"Solar" y los riñones, órganos "Venusinos",
permanecen en sus sitios. El corazón debe ser pesado en el Juicio de
Osiris y los riñones deben llegar puros, sin ser tocados por nadie, a la
Celeste Mansión donde vivirá su segunda y mejor vida si lo han
encontrado convertido en un “Justificado”.
Al
terminar de vaciar las cavidades, retorna al cerebro. Ayudado por varios
de los sacerdotes que le acompañan y observan, giran el cuerpo, lo
invierten hasta colocarlo con la cabeza baja y los pies altos. Por las cánulas
nasales que introduce con habilidad, va saliendo el licuefactado cerebro
transformado en una masa líquida que borbotea al entrar en una vasija en
la que hay vino de Palma y aceites.
Ramip,
es, además, el mejor paraquista de Kemit. Tiene una especial habilidad
para su trabajo. Sus manos son de exquisita sensibilidad y con cada
movimiento aplicado a las cánulas, logra la extracción de otro mediano o
gran volumen que va siendo acumulado en la vasija. Cuando considera que el
cráneo ha quedado vacío, lava su interior con aceite aromático y deja
la cavidad llena de una masa de diversos ungüentos y resinas mediante
unas jeringas de caña. Las fosas nasales quedan obturadas mediante cera
de abejas.
Un
gran aljibe, profundo y alargado, queda cubierto en el fondo con grandes
cantidades de sal de natrón. Introducen el cadáver en él y le colocan
encima y dentro de sus cavidades abiertas, nuevas cantidades de natrón
hasta que queda totalmente envuelto en ella. Ha de permanecer envuelto en
ese polvo durante setenta días, el mismo tiempo que la estrella Sothis
(Sirio) muere, desapareciendo en el cielo para revivir, reapareciendo,
setenta días más tarde. El natrón, una sal de muy alta concentración
y, por tanto, ansiosa de captar líquidos, irá sacando los humores de los
tejidos hasta dejar el cuerpo totalmente desecado e imposible de poderse
deteriorar. La piel se volverá oscura, reseca, convertida en pura fibra,
pero preparada para resistir en condiciones inmejorables el paso del
tiempo.
Mientras
trabajan, todos los presentes han escuchado la interminable cantinela del
“Libro de la Salida a la Luz del Día” que lee el sacerdote más joven
de los presentes. Cuando todo el protocolo se ha realizado y comprobado
por tres veces la exactitud de cada una de las operaciones, verificando
que el natrón cubre por completo la piel y se ha rellenado bien la gran
cavidad que alojaba a las vísceras, salen de la cripta.
--Ahora
salid todos. Yo la abandonaré el último y la dejaré sellada.
Durante
quince días nadie tocará nada. Pasado ese tiempo, Anjaf volverá a
abrirla para una nueva sesión. En ella comprobara que se reponga o cambie
el natrón que sea necesario. Durante los setenta días, comprobará que
el cadáver se revise cada cierto tiempo para asegurar una perfecta
desecación. Y así se hará sucesivamente hasta cumplir el tiempo
previsto para el embalsamamiento.
Retorno a Menfis 7
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