Tumos, escultor amigo del príncipe
heredero de Egipto (Amenofis) está enamorado de una bella joven
(Tanit) cuyo destino es convertirse en sacerdotisa del dios Amón.
Para evitar ese destino y poder convertirla en su esposa, Tumos
pide ayuda a su amigo, el príncipe Amenofis, el cual le escribe
una orden para liberar a la joven de su futuro cargo. Todo parece
ir bien pues ambos se aman, pero el Sumo Sacerdote se va a
encargar de separar a los enamorados. Ordena detener y matar a
Tumos y realiza una ceremonia en la que Tanit es rebautizada como
Nefertiti, y prepara la boda entre ésta y Amenofis, ya que había
firmado el pacto del matrimonio entre ambos junto con el anterior
faraón. La joven se resiste a todos estos planes hasta que el
Sumo Sacerdote le comunica que Tumos ha muerto y que él mismo es
su padre y acordó la boda con el padre de Amenofis. Pero Tumos
logra escapar de su cautiverio y se viene abajo cuando se entera
de que su amada se ha convertido en la esposa de otro hombre (su
mejor amigo) y ahora es reina de Egipto.
Típica película de las
encuadradas en el género del peplum,
aunque no llega a la categoría de las mejores ni mucho menos.
Rodada en Italia como muchas de las peplum
de la época, con actores americanos e italianos y equipo técnico
italiano, es una película con mucho colorido y una buena
ambientación egipcia, destacando tal vez el maquillaje de la
actriz que encarna a Nefertiti que debe intentar quedar a la
altura de la belleza del famoso busto de la auténtica reina,
sobre el cual gira el tema del film (y lo consigue, porque sale
realmente hermosa en todo momento). Sin embargo falla en muchas
otras cosas, que hacen que veamos la cinta con una eterna
semi-sonrisa en el rostro. Por ejemplo, las luchas son demasiado
“infantiles” y apenas aparece sangre a pesar de que siempre
son con espadas. Acostumbrados a ver coreografías de lucha
espectaculares en el cine actual, las de esa época se equiparan
casi a peleas de niños en un patio de colegio. Lo mismo sucede en
una escena en que Tumos se enfrenta en el desierto a un león, que
naturalmente quiere zampárselo. Cuando el animal se le abalanza y
ambos se mantienen de pie en un forcejeo, Marit (la ayudante de
Tumos en el taller de escultura, que está enamorada de él) clava
una flecha al león y salva así a nuestro protagonista, pero lo
que sigue produce no ya una sonrisita sino una clara carcajada. El
león, con la flecha clavada en el cuello está tumbado en el
suelo con la cabeza levantada e inmediatamente vemos cómo mira
hacia un punto entre las cámaras y, a lo que parece una orden, se
tumba haciéndose el muerto. Cosas de los peplum
de la época, supongo, y por detalles así esta película jamás
logrará equipararse a otras como Cleopatra.
Las actuaciones tampoco son
demasiado brillantes, aunque Edmund Purdom en su papel de Tumos
está bastante correcto, al igual que Amedeo Nazzari en el de
Amenofis IV, los dos papeles más atormentados del film, el uno
por su amor imposible y el otro por la locura que le invade y un
amor no correspondido. Jeanne
Crain no convence tanto, puesto que baila entre dos aguas y no
parece decantarse en ningún momento por ninguna de las opciones
que tiene. Ni parece tan enamorada de Tumos ni tan cómplice en el
gobierno de Amenofis. Pero la pobre bastante tiene con aguantar el
tipo luciendo las coronas enormes que le ponen, porque en una de
las escenas en la que se encuentra en el Salón del Trono junto a
su esposo parece que si se mueve un poco más de la cuenta se le
va a caer toda la parafernalia al suelo, y ni siquiera puede girar
el cuello cuando los demás actores le dirigen la palabra. Queda,
claro, un poco forzada la escena por culpa de esa falta de
movilidad, y ya podían haberle diseñado una corona menos rígida,
porque Amenofis no parece sufrir esa incomodidad con el vestuario.
De Vincent Price en su papel de Benakon, Sumo Sacerdote de Amón,
padre de Nefertiti y conspirador por el trono de Egipto sólo
puedo decir que resulta curioso verlo en una película de este
tipo, donde claramente tenía que hacer de villano, aunque no está
a la altura de sus mejores obras de terror por las que es más
conocido. Quizás parte de la culpa de que esta cinta sea
considerada por muchos como de culto sea el hecho de ver a Price
en ella, especialmente por verlo con su atuendo de sacerdote (con
la piel de leopardo a cuestas) y ese excesivo maquillaje tanto en
los ojos como en los labios que luce todo el tiempo. De todas
formas hace su papel de villano en condiciones, porque cuando es
asesinado uno se alegra de que por fin se haga justicia, y eso
quiere decir que hace bien de malo.
Bueno, muchos fallos tiene la película,
pero si destaca uno sobre todos los demás es sin duda la
ambientación histórica. Parafraseando los títulos de crédito
de muchas películas, cualquier
parecido con la realidad es pura coincidencia, y por ello
mismo es cualquier cosa menos “histórica”. Realmente lo único
que coincide con la auténtica historia de aquellos hechos son los
nombres de los protagonistas, es decir, Amenofis IV, Nefertiti y
Tutmes (aunque en la película se llama Tumos, pero era el
escultor que hizo el busto de Nefertiti que se halla en el Museo
de Berlín). Profundicemos un poco en las diferencias de
“realidades”. En la película, Amenofis IV aparece como un
hombre ya maduro cuando su padre muere y recibe el título de faraón.
Antes de esto, mientras es príncipe, se dedica a la guerra,
aunque empieza a dudar de su capacidad para matar y tiene fuertes
conflictos internos que le provocan ciertos problemas psíquicos.
Es considerado como un hombre enfermo mentalmente, y en ello se
basa el Sumo Sacerdote para querer casar a su hija con él y en un
futuro no muy lejano, con suerte, poder acceder él mismo al
trono. Cuando se casa con Nefertiti ésta no le hace mucho caso,
pues sigue enamorada de Tumos, y por tanto el matrimonio nunca
llega a consumarse. La influencia de un sacerdote caldeo, que se
convierte a su subida al trono en uno de sus consejeros y mejores
amigos, hará que Amenofis decida cambiar el culto de los
“dioses falsos de Egipto”, como él los llama, por el culto a
Atón, el “único dios verdadero”. Al final, no soportando las
revueltas sociales promovidas por Benakon, rechazado por su esposa
y convertido en un ferviente seguidor de Atón decide suicidarse
con su propia espada, con la que había matado a tantos hombres en
la guerra. En ese momento Nefertiti toma el mando del gobierno y
se transforma en una especie de “Hatshepsut”, única
representante del poder de Egipto. Entonces le declara a Tumos que
su amor jamás será posible, porque ahora tiene algo más
importante en su vida y es el destino de Egipto. Tumos lo entiende
y decide ayudarla yendo al desierto a llamar al ejército para que
acuda a refrenar la revuelta. Y todo esto ocurre en todo momento
en Tebas, capital de Egipto. Incluso el taller de Tumos se
encuentra allí, y para nada se habla de la construcción de una
nueva capital en Amarna.
¿Qué ocurrió en realidad? Pues grosso
modo Amenofis IV sucedió efectivamente a su padre, Amenofis
III, en el trono, pero se casó con Nefertiti antes de ese
momento, cuando aún era príncipe. Tuvieron 6 hijas. Amenofis, o Ajenatón, como se
llamó después de cambiar el culto de los dioses por el de Atón,
en todo momento tuvo a Nefertiti como a una de sus mayores
colaboradoras en el proyecto religioso, y de hecho ella fue tanto
o más ferviente seguidora del Atón que el mismo rey. La madre de
Ajenatón, Tiy, siguió manteniendo un papel importante durante el
reinado de su hijo, viviendo largas temporadas en el palacio real,
pero este personaje ni se nombra en la película. Nefertiti en
realidad posiblemente era hija de Ay, un importante funcionario
del estado que unos años después conseguiría llegar al trono de
Egipto tras su matrimonio con Anjesenamon, la tercera de las hijas
de Ajenaton y Nefertiti (y por tanto su nieta) y viuda de
Tutanjamon. En el cuarto año de su reinado, Ajenaton mandó
construir una ciudad en pleno desierto en honor del Atón, ciudad
que se llamaba Ajetatón (Horizonte de Atón), conocida
actualmente como Tell el-Amarna, y la convirtió en la capital del
reino. En dicha ciudad se hallaron los restos del taller del
escultor Tutmés, y el famoso busto de Nefertiti entre las ruinas.
La transformación religiosa realizada por Ajenaton parece que no
supuso un trauma tan fuerte en la población como se ha hecho
suponer hasta hace poco, ya que hay pruebas de que el pueblo seguía
manteniendo sus cultos a los dioses tradicionales sin recibir
castigo por ello. Por tanto, más que de un monoteísmo (como se
dice en la película y en muchos libros de historia) habría que
hablar de un henoteísmo,
es decir, de la existencia de un dios preeminente sobre los otros
dioses, en este caso el Atón, y en todo caso la lucha sería más
bien en contra del clero de Amón y de algún otro dios más
(sobre este tema en concreto resulta muy útil la lectura de "Tell
el-Amarna. Las Tumbas Norte. Vol.1", de Juan de la Torre
Suárez y Teresa Soria Trastoy, Ediciones ASADE, 2003, pág 20-21.
Nefertiti desaparece de la Historia
un par de años antes que Ajenaton, no sabemos si porque murió o
porque tomó otra personalidad (se la ha identificado con
Smenjkare, personaje que el faraón asoció al trono y que después
de su muerte reinó durante otros dos años junto con otra de las
hijas de la pareja real, en este caso Meritaton). Tras la muerte
de este Smenjkare sube al trono el joven Tutanjaton, que según
una de las actuales teorías podría ser hijo de Ajenaton y su
otra esposa Kiya, y durante el reinado de este rey se volvió a
instaurar el culto a Amón, volviendo todo al orden en que estaban
las cosas antes de Ajenaton. Los sucesores de Tutanjamon intentarían
borrar toda huella del paso de Ajenaton y sus sucesores por la
Historia egipcia, cosa que casi logran… La ciudad de Ajetaton
quedó abandonada tras la muerte de Ajenaton, y las arenas del
desierto pronto la cubrieron, pero afortunadamente para nosotros
han quedado bastantes tesoros artísticos, como el célebre busto
de la reina Nefertiti.
A pesar de todo lo dicho, esta película
me ha gustado, principalmente porque es de temática egipcia, y
aunque abunde más la ficción que la realidad eso es algo a lo
que ya estamos acostumbrados con el cine de este género, y no se
le puede negar tampoco que tiene ese encantador y rancio sabor del
peplum de los años
50-60, y sólo por eso vale la pena (aparte de por ver a Vincent
Price vestido y maquillado “a la egipcia”).
Isabel
Gil Benítez
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