Año
1881. Comienza la película con las imágenes de un papiro del Libro
de los Muertos, mientras de fondo una voz en off lee el capítulo XXV de dicho libro: “¡Que en el Templo del Más Allá me sea devuelto mi nombre! ¡Durante
la Noche en que serán contados los Años y enumerados los Meses,
que pueda guardar el recuerdo de mi Nombre en medio de las
Murallas abrasadoras del Mundo Inferior!....
Durante
los últimos años han estado apareciendo en el mercado negro
diversos objetos procedentes de alguna tumba desconocida, y Gaston
Maspero se halla reunido con un grupo de egiptólogos para
estudiar la situación. Ese trozo de papiro le fue entregado por
su antecesor en el cargo, Mariette, y está a nombre de Nedjmet,
reina de la dinastía XXI. Por lo tanto sus sospechas son que hay
una tumba de esa dinastía que está siendo saqueada,
probablemente la de Pianj, hijo de Nedjmet y Herihor
Así,
deciden trasladarse a Luxor y desenmascarar a los saqueadores. Allí,
junto al Valle de los Reyes, vive desde hace siglos la tribu de
las Montañas, cuyos jefes se han ido pasando de generación en
generación el secreto del emplazamiento de las tumbas de la antigüedad.
Para no levantar sospechas, sólo venden los tesoros cuando
realmente las condiciones económicas de la tribu están bajo mínimos.
Pero en los últimos tiempos esta situación ha cambiado, sobre
todo desde la muerte de Selim, el jefe de la tribu. Su hijo mayor
descubre que otros miembros del clan, especialmente su tío Ayub y
sus primos, están vendido objetos para su propio provecho
personal, sin importarles el bien común de su pueblo, y esto es
lo que ha puesto sobre aviso a los egiptólogos de El Cairo. Como
se niega a participar en el negocio es asesinado, y su hermano
menor, Wannis, toma su relevo como jefe de la tribu
Wannis,
que no sabe qué hacer, tiene una serie de encuentros con todos
los personajes: sus familiares, los hombres de El Cairo y un
extranjero al que conoce por casualidad y que es quien le abre los
ojos sobre el tema. En una escena le dice el extranjero: “(Los
effendi) Buscan un pueblo sobre cuyas ruinas vivimos hoy. Les
llaman antepasados”. Entonces todo lo que rodea a Wannis,
especialmente las ruinas y escritos murales, cobra un nuevo
sentido para él. Su dilema moral es que su pueblo está
comerciando con personas, que, aunque murieron miles de años atrás,
son parte de su historia. Su decisión entonces será dar a
conocer a los egiptólogos el lugar exacto del emplazamiento de la
tumba, y de esta forma salvaguardar el nombre y la historia de
aquellos reyes antiguos
La
sorpresa del egiptólogo que lo acompaña a la tumba es mayúscula,
pues no se trata realmente de una tumba, sino de un escondrijo
donde han ido a parar unas 40 momias de la realeza. En el sarcófago
de Seti I descubre la razón del asunto. Un sacerdote de la dinastía
XXI llamado Herihor cuenta cómo en su tiempo el Valle de los
Reyes era sistemáticamente saqueado, y para preservar los cuerpos
de los reyes decidieron esconderlos en una cueva al abrigo de los
ladrones. Allí el joven egiptólogo puede leer los nombres de
Seti I, Ramsés II, Tutmosis III….., y entonces decide evacuar
todo el material de forma rápida, para que los hombres de las
Montañas no puedan reaccionar a tiempo
De
esta forma, durante la noche, todos los hombres que han podido
reclutar en el valle (enemigos eternos de los de las Montañas)
van trasladando los sarcófagos en una larga comitiva fúnebre
hasta el barco que los llevará Nilo abajo hasta El Cairo.
Especialmente emotiva es esta larga escena de la película, sobre
todo cuando el cortejo atraviesa el Templo de Amón en Karnak,
entre cuyas ruinas se han escondido los hombres de la tribu, que
ven cómo han sido traicionados en su secreto. Ayub les ordena que
ataquen para recuperar sus tesoros, pero entre los jóvenes de la
tribu se ha establecido el mismo sentimiento que en el jefe
Wannis, y ven a esas momias como personas, no como objetos que hay
que vender: “Son personas, son muertos”, le achacan al viejo,
y dejan pasar respetuosamente a la procesión de momias. Iguales
respetos van mostrando los campesinos que van encontrando por el
camino y que se disponen a empezar su jornada laboral con las
primeras luces del amanecer. Wannis ve zarpar el barco a lo lejos,
solitario y llevándose las manos a la cara, en un gesto que
denota claramente sus dudas sobre lo que acaba de hacer, pues se
debate entre lo que es bueno para la manutención de su tribu y lo
que es bueno para la
dignidad de esos muertos a los que llaman sus “antepasados”
Claramente,
Shadi Abdel Salam recrea en su película uno de los pasajes más
conocidos e interesantes de la Egiptología de todos los tiempos:
el descubrimiento del escondrijo de Deir el Bahari. Lo hace de una
manera muy singular, puesto que nos ofrece los datos reales de
aquellos hechos, incluyendo algunos personajes como Maspero, pero
dándole un toque muy personal a la interpretación de lo que
pudieron sentir las personas involucradas. Y así por ejemplo
cambia el nombre de la familia que guardaba el secreto del
escondite y en ningún momento se hace la más mínima alusión a
la familia Abdel Rassul, que fueron los protagonistas reales de
esta historia
Desde
la primera escena nos da Abdel Salam las claves para entender su
historia. Con la lectura del Capítulo XXV del Libro de los
Muertos, que lleva por nombre “Para devolver al difunto su memoria”, nos explica el personaje de
Gaston Maspero que en el Antiguo Egipto era de vital importancia
el nombre de la persona fallecida, pues recordarlo era recordar la
propia identidad. Y parece como si Abdel Salam quisiera hacer ver
a sus compatriotas egipcios que conocer a sus antepasados era como
conocer su propia identidad como pueblo
En
la historia real de aquellos hechos, se cuenta que los hermanos
Abdel Rassul fueron interrogados e incluso torturados para
extraerles la información sobre la tumba, pero el director de la
película omite todo esto y prefiere meter en escena una crisis de
conciencia entre las nuevas generaciones de la tribu, lo que le da
a la película una mayor fuerza dramática sin duda. Los jóvenes
se han dado cuenta de que esas piedras talladas, esos templos
ruinosos, fueron construidos por personas como ellos, que vivieron
mucho tiempo antes en esos mismos lugares, y que esas momias eran
esas personas precisamente. Sus cuerpos merecían el respeto de un
descanso eterno, y las cosas que ellos construyeron debían ser
conocidas por los egipcios actuales y futuros, porque ahí estaban
sus raíces. En mi opinión es un claro mensaje no sólo para los
egipcios, que actualmente se muestran muy orgullosos de su pasado
faraónico, sino también para el resto del mundo, y especialmente
para aquellos países que tradicionalmente han “expoliado” los
tesoros de Egipto.
Sobre
el director del film, Shadi Abdel Salam, podemos decir que nació
en Alejandría (Egipto) el 15 de marzo de 1930. Estudió Teatro en
Inglaterra y Arquitectura en la Facultad de Bellas Artes de El
Cairo. Sus primeros trabajos en el mundo del cine fueron como diseñador
de vestuario y escenarios en algunas de las películas egipcias de
temática histórica más famosas, como Wa-Islamah,
El-Nasser Salah El-Din, Almaz,
etc. Pero su salto a la fama mundial lo dio con Cleopatra
(1963), de Joseph L. Mankievicz, donde intervino diseñando los
escenarios. Poco después fue contratado como consultor histórico
para los diseños de vestuario y escenarios en la película polaca
Faraón (1969), dirigida
por Jerzy Kawalerowicz. A partir de aquí su suerte cambió. El
director de cine italiano Roberto Rossellini había visto el film
polaco y quedó impresionado con el trabajo de Abdel Salam, así
que le ofreció trabajar con él. Abdel Salam le contó a
Rossellini que tenía un guión desde hacía unos años basado en
unos hechos reales y que habían sido publicados en los diarios
bastantes años antes. El problema era que el proyecto no era nada
“comercial”, y que su única opción para rodarlo consistía
en pedir una subvención al gobierno egipcio. Pero para que se le
concedieran necesitaba el aval de un director de reconocido
prestigio. Rossellini leyó el guión y nuevamente quedó
impresionado por el trabajo del joven egipcio, así que aceptó la
propuesta
De
esta manera, Abdel Salam pudo llevar a buen término el rodaje de
su primer y único largometraje, Al-Mumia.
A la temprana edad de 56 años, murió en El Cairo (8 de octubre
de 1986), dejando incompleto su segundo largometraje, titulado Ajnatun
(también conocido como The
Tragedy of the Great House)
Shadi
Abdel Salam, que fue Director del Centro Experimental de
Cinematografía de El Cairo desde 1970, dejó varias obras, de temática
histórica casi todas ellas, aunque en formato de cortometraje y
mediometraje. Su filmografía completa como director la componen
los siguientes trabajos:
-
Al-Mumia / La
Momia (1969, largometraje).
-
Al-Fallah al-Fasih
/ El Campesino Elocuente
(1970, cortometraje).
-
Afaq / Horizonte
(1973, mediometraje).
-
Guyush as-Shams /
El ejército del Sol
(1975, mediometraje).
-
Al-hisn /
La Fortaleza
(1977, mediometraje).
-
Kursi Tutanjamun
ad-Dabhi / El Trono
Dorado de Tutanjamon (1982, mediometraje).
-
Al-Ahram / La
Pirámide (1984, mediometraje).
-
An R´ Ramsis az-Zani
/ Acerca de Ramsés II
(1986, mediometraje).
-
Ajnatun / Ajenaton
(inacabada, largometraje).
En
cuanto al rodaje de Al-Mumia,
destaca sobre todo la particularidad de que de todo el plantel de
actores sólo tres eran profesionales. Nadia Lufti por ejemplo,
que era una estrella en su país, rodó un pequeño papel como
favor al director. Sin embargo todas las actuaciones están muy
bien conseguidas, y nadie diría que los actores eran simples
aficionados o debutantes. Junto a este hecho, destacan dos
cualidades más en la película: los escenarios y la música.
Se podría decir que es una película de “exteriores”, porque
los interiores son pocos (aunque muy bien conseguidos e
integrados), pero llama poderosamente la atención el marco escénico
en que discurre la trama. En su mayor parte es Luxor y el Valle de
los Reyes. Las escenas más importantes están rodadas en el
interior de los templos de Tebas, y el Nilo y sus orillas también
aparecen con frecuencia. Desde luego un aficionado a la Egiptología
se regala la vista con estos escenarios. Y la suerte que tenemos
es que el director es egipcio y ama y conoce su país, con lo cual
no nos “engañará” ofreciéndonos un escenario equivocado (ya
hablaremos de esos productos de Hollywood donde nos dicen los
protagonistas que están en el Templo de Karnak mientras vemos
maravillosas tomas de Abu Simbel, por poner sólo un ejemplo de
aberración cinematográfica…).
No
cabe duda de que la fotografía de esta película es una de sus
bazas principales, logrando en todo momento un ambiente misterioso
e inquietante. Pero también destaca la música en esta ambientación.
En un principio Abdel Salam contrató a un músico local para
hacer la banda sonora, pero no quedó muy satisfecho del resultado
final. Cuando acabó el rodaje, se llevó a los laboratorios de
Roma todo el material para su montaje final, y el director comenzó
a impacientarse por el tema de la música. Rossellini lo puso en
contacto con un compositor italiano que había trabajado en
algunas de sus películas, y así fue como se encargó a Mario
Nascimbene la banda sonora del film, que al final fue casi de tipo
experimental, y que junto al sonido del viento que se oye durante
casi todo el tiempo ha contribuido a esa ambientación misteriosa
y casi onírica de la historia.
En
resumen, se trata de una película estupenda, con una buena
historia y muy bien tratada, con muchos elementos que hacen
disfrutar a los cinéfilos, como la fotografía o la interpretación,
y otros que gustan a los aficionados a la Historia, como su
fidelidad a la hora de contar unos hechos basados en la realidad,
sin contar con la cuidada ambientación y localizaciones. Se le
achaca quizás una lentitud excesiva en la acción, pero creo que
incluso esto es agradable, porque da la sensación de que el
tiempo casi se ha detenido, y conecta perfectamente con el espíritu
del Antiguo Egipto. En varias escenas se muestran monumentos,
esculturas, muros escritos y tallados en la antigüedad, y la película
tiene el mérito de lograr que esos elementos arquitectónicos
cobren su propio protagonismo. Son testigos mudos de un pasado
glorioso, pero a la vez parecen gritar pidiendo respeto y admiración,
que en última instancia es el mensaje que lanza su director.
Por
último, sólo cabe recordar que en la Biblioteca de Alejandría
hay una exposición permanente dedicada a este maestro del cine
egipcio, titulada El
mundo de Shadi Abdel Salam, donde se pueden admirar
tanto sus dibujos de diseños para algunas de sus películas más
famosas como su biblioteca personal, con muebles del siglo XVII.
Isabel
Gil Benítez
www.losdestructores.com
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