"al mumia"

al descubierto

Isabel Gil Benítez

 

Año 1881. Comienza la película con las imágenes de un papiro del Libro de los Muertos, mientras de fondo una voz en off lee el capítulo XXV de dicho libro: “¡Que en el Templo del Más Allá me sea devuelto mi nombre! ¡Durante la Noche en que serán contados los Años y enumerados los Meses, que pueda guardar el recuerdo de mi Nombre en medio de las Murallas abrasadoras del Mundo Inferior!....

Durante los últimos años han estado apareciendo en el mercado negro diversos objetos procedentes de alguna tumba desconocida, y Gaston Maspero se halla reunido con un grupo de egiptólogos para estudiar la situación. Ese trozo de papiro le fue entregado por su antecesor en el cargo, Mariette, y está a nombre de Nedjmet, reina de la dinastía XXI. Por lo tanto sus sospechas son que hay una tumba de esa dinastía que está siendo saqueada, probablemente la de Pianj, hijo de Nedjmet y Herihor

Así, deciden trasladarse a Luxor y desenmascarar a los saqueadores. Allí, junto al Valle de los Reyes, vive desde hace siglos la tribu de las Montañas, cuyos jefes se han ido pasando de generación en generación el secreto del emplazamiento de las tumbas de la antigüedad. Para no levantar sospechas, sólo venden los tesoros cuando realmente las condiciones económicas de la tribu están bajo mínimos. Pero en los últimos tiempos esta situación ha cambiado, sobre todo desde la muerte de Selim, el jefe de la tribu. Su hijo mayor descubre que otros miembros del clan, especialmente su tío Ayub y sus primos, están vendido objetos para su propio provecho personal, sin importarles el bien común de su pueblo, y esto es lo que ha puesto sobre aviso a los egiptólogos de El Cairo. Como se niega a participar en el negocio es asesinado, y su hermano menor, Wannis, toma su relevo como jefe de la tribu

Wannis, que no sabe qué hacer, tiene una serie de encuentros con todos los personajes: sus familiares, los hombres de El Cairo y un extranjero al que conoce por casualidad y que es quien le abre los ojos sobre el tema. En una escena le dice el extranjero: “(Los effendi) Buscan un pueblo sobre cuyas ruinas vivimos hoy. Les llaman antepasados”. Entonces todo lo que rodea a Wannis, especialmente las ruinas y escritos murales, cobra un nuevo sentido para él. Su dilema moral es que su pueblo está comerciando con personas, que, aunque murieron miles de años atrás, son parte de su historia. Su decisión entonces será dar a conocer a los egiptólogos el lugar exacto del emplazamiento de la tumba, y de esta forma salvaguardar el nombre y la historia de aquellos reyes antiguos

La sorpresa del egiptólogo que lo acompaña a la tumba es mayúscula, pues no se trata realmente de una tumba, sino de un escondrijo donde han ido a parar unas 40 momias de la realeza. En el sarcófago de Seti I descubre la razón del asunto. Un sacerdote de la dinastía XXI llamado Herihor cuenta cómo en su tiempo el Valle de los Reyes era sistemáticamente saqueado, y para preservar los cuerpos de los reyes decidieron esconderlos en una cueva al abrigo de los ladrones. Allí el joven egiptólogo puede leer los nombres de Seti I, Ramsés II, Tutmosis III….., y entonces decide evacuar todo el material de forma rápida, para que los hombres de las Montañas no puedan reaccionar a tiempo

De esta forma, durante la noche, todos los hombres que han podido reclutar en el valle (enemigos eternos de los de las Montañas) van trasladando los sarcófagos en una larga comitiva fúnebre hasta el barco que los llevará Nilo abajo hasta El Cairo. Especialmente emotiva es esta larga escena de la película, sobre todo cuando el cortejo atraviesa el Templo de Amón en Karnak, entre cuyas ruinas se han escondido los hombres de la tribu, que ven cómo han sido traicionados en su secreto. Ayub les ordena que ataquen para recuperar sus tesoros, pero entre los jóvenes de la tribu se ha establecido el mismo sentimiento que en el jefe Wannis, y ven a esas momias como personas, no como objetos que hay que vender: “Son personas, son muertos”, le achacan al viejo, y dejan pasar respetuosamente a la procesión de momias. Iguales respetos van mostrando los campesinos que van encontrando por el camino y que se disponen a empezar su jornada laboral con las primeras luces del amanecer. Wannis ve zarpar el barco a lo lejos, solitario y llevándose las manos a la cara, en un gesto que denota claramente sus dudas sobre lo que acaba de hacer, pues se debate entre lo que es bueno para la manutención de su tribu y lo que es  bueno para la dignidad de esos muertos a los que llaman sus “antepasados”

Claramente, Shadi Abdel Salam recrea en su película uno de los pasajes más conocidos e interesantes de la Egiptología de todos los tiempos: el descubrimiento del escondrijo de Deir el Bahari. Lo hace de una manera muy singular, puesto que nos ofrece los datos reales de aquellos hechos, incluyendo algunos personajes como Maspero, pero dándole un toque muy personal a la interpretación de lo que pudieron sentir las personas involucradas. Y así por ejemplo cambia el nombre de la familia que guardaba el secreto del escondite y en ningún momento se hace la más mínima alusión a la familia Abdel Rassul, que fueron los protagonistas reales de esta historia

Desde la primera escena nos da Abdel Salam las claves para entender su historia. Con la lectura del Capítulo XXV del Libro de los Muertos, que lleva por nombre “Para devolver al difunto su memoria”, nos explica el personaje de Gaston Maspero que en el Antiguo Egipto era de vital importancia el nombre de la persona fallecida, pues recordarlo era recordar la propia identidad. Y parece como si Abdel Salam quisiera hacer ver a sus compatriotas egipcios que conocer a sus antepasados era como conocer su propia identidad como pueblo

En la historia real de aquellos hechos, se cuenta que los hermanos Abdel Rassul fueron interrogados e incluso torturados para extraerles la información sobre la tumba, pero el director de la película omite todo esto y prefiere meter en escena una crisis de conciencia entre las nuevas generaciones de la tribu, lo que le da a la película una mayor fuerza dramática sin duda. Los jóvenes se han dado cuenta de que esas piedras talladas, esos templos ruinosos, fueron construidos por personas como ellos, que vivieron mucho tiempo antes en esos mismos lugares, y que esas momias eran esas personas precisamente. Sus cuerpos merecían el respeto de un descanso eterno, y las cosas que ellos construyeron debían ser conocidas por los egipcios actuales y futuros, porque ahí estaban sus raíces. En mi opinión es un claro mensaje no sólo para los egipcios, que actualmente se muestran muy orgullosos de su pasado faraónico, sino también para el resto del mundo, y especialmente para aquellos países que tradicionalmente han “expoliado” los tesoros de Egipto.

Sobre el director del film, Shadi Abdel Salam, podemos decir que nació en Alejandría (Egipto) el 15 de marzo de 1930. Estudió Teatro en Inglaterra y Arquitectura en la Facultad de Bellas Artes de El Cairo. Sus primeros trabajos en el mundo del cine fueron como diseñador de vestuario y escenarios en algunas de las películas egipcias de temática histórica más famosas, como Wa-Islamah, El-Nasser Salah El-Din, Almaz, etc. Pero su salto a la fama mundial lo dio con Cleopatra (1963), de Joseph L. Mankievicz, donde intervino diseñando los escenarios. Poco después fue contratado como consultor histórico para los diseños de vestuario y escenarios en la película polaca Faraón (1969), dirigida por Jerzy Kawalerowicz. A partir de aquí su suerte cambió. El director de cine italiano Roberto Rossellini había visto el film polaco y quedó impresionado con el trabajo de Abdel Salam, así que le ofreció trabajar con él. Abdel Salam le contó a Rossellini que tenía un guión desde hacía unos años basado en unos hechos reales y que habían sido publicados en los diarios bastantes años antes. El problema era que el proyecto no era nada “comercial”, y que su única opción para rodarlo consistía en pedir una subvención al gobierno egipcio. Pero para que se le concedieran necesitaba el aval de un director de reconocido prestigio. Rossellini leyó el guión y nuevamente quedó impresionado por el trabajo del joven egipcio, así que aceptó la propuesta

De esta manera, Abdel Salam pudo llevar a buen término el rodaje de su primer y único largometraje, Al-Mumia. A la temprana edad de 56 años, murió en El Cairo (8 de octubre de 1986), dejando incompleto su segundo largometraje, titulado Ajnatun (también conocido como The Tragedy of the Great House)

Shadi Abdel Salam, que fue Director del Centro Experimental de Cinematografía de El Cairo desde 1970, dejó varias obras, de temática histórica casi todas ellas, aunque en formato de cortometraje y mediometraje. Su filmografía completa como director la componen los siguientes trabajos: 

-         Al-Mumia / La Momia (1969, largometraje).

-         Al-Fallah al-Fasih / El Campesino Elocuente (1970, cortometraje).

-         Afaq / Horizonte (1973, mediometraje).

-         Guyush as-Shams / El ejército del Sol (1975, mediometraje).

-         Al-hisn /  La Fortaleza (1977, mediometraje).

-         Kursi Tutanjamun ad-Dabhi / El Trono Dorado de Tutanjamon (1982, mediometraje).

-         Al-Ahram / La Pirámide (1984, mediometraje).

-         An R´ Ramsis az-Zani / Acerca de Ramsés II (1986, mediometraje).

-         Ajnatun / Ajenaton (inacabada, largometraje).

En cuanto al rodaje de Al-Mumia, destaca sobre todo la particularidad de que de todo el plantel de actores sólo tres eran profesionales. Nadia Lufti por ejemplo, que era una estrella en su país, rodó un pequeño papel como favor al director. Sin embargo todas las actuaciones están muy bien conseguidas, y nadie diría que los actores eran simples aficionados o debutantes. Junto a este hecho, destacan dos cualidades más en la película: los escenarios y la música. Se podría decir que es una película de “exteriores”, porque los interiores son pocos (aunque muy bien conseguidos e integrados), pero llama poderosamente la atención el marco escénico en que discurre la trama. En su mayor parte es Luxor y el Valle de los Reyes. Las escenas más importantes están rodadas en el interior de los templos de Tebas, y el Nilo y sus orillas también aparecen con frecuencia. Desde luego un aficionado a la Egiptología se regala la vista con estos escenarios. Y la suerte que tenemos es que el director es egipcio y ama y conoce su país, con lo cual no nos “engañará” ofreciéndonos un escenario equivocado (ya hablaremos de esos productos de Hollywood donde nos dicen los protagonistas que están en el Templo de Karnak mientras vemos maravillosas tomas de Abu Simbel, por poner sólo un ejemplo de aberración cinematográfica…).

No cabe duda de que la fotografía de esta película es una de sus bazas principales, logrando en todo momento un ambiente misterioso e inquietante. Pero también destaca la música en esta ambientación. En un principio Abdel Salam contrató a un músico local para hacer la banda sonora, pero no quedó muy satisfecho del resultado final. Cuando acabó el rodaje, se llevó a los laboratorios de Roma todo el material para su montaje final, y el director comenzó a impacientarse por el tema de la música. Rossellini lo puso en contacto con un compositor italiano que había trabajado en algunas de sus películas, y así fue como se encargó a Mario Nascimbene la banda sonora del film, que al final fue casi de tipo experimental, y que junto al sonido del viento que se oye durante casi todo el tiempo ha contribuido a esa ambientación misteriosa y casi onírica de la historia.

En resumen, se trata de una película estupenda, con una buena historia y muy bien tratada, con muchos elementos que hacen disfrutar a los cinéfilos, como la fotografía o la interpretación, y otros que gustan a los aficionados a la Historia, como su fidelidad a la hora de contar unos hechos basados en la realidad, sin contar con la cuidada ambientación y localizaciones. Se le achaca quizás una lentitud excesiva en la acción, pero creo que incluso esto es agradable, porque da la sensación de que el tiempo casi se ha detenido, y conecta perfectamente con el espíritu del Antiguo Egipto. En varias escenas se muestran monumentos, esculturas, muros escritos y tallados en la antigüedad, y la película tiene el mérito de lograr que esos elementos arquitectónicos cobren su propio protagonismo. Son testigos mudos de un pasado glorioso, pero a la vez parecen gritar pidiendo respeto y admiración, que en última instancia es el mensaje que lanza su director.

Por último, sólo cabe recordar que en la Biblioteca de Alejandría hay una exposición permanente dedicada a este maestro del cine egipcio, titulada El mundo de Shadi Abdel Salam, donde se pueden admirar tanto sus dibujos de diseños para algunas de sus películas más famosas como su biblioteca personal, con muebles del siglo XVII.

Isabel Gil Benítez

www.losdestructores.com

 

 

 

 

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