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Relatos Egipcios

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WATY, EL ESCRIBA (II)

  

Los días siguientes transcurrieron en un ambiente de tensión, para muchos. Los escribas de las oficinas de registros distribuyeron los nombres de los conspiradores por todo el reino, los castigos en general terminaban con la muerte de los conspiradores, los mas afortunados eran expulsados al destierro en el desierto con sus familias.

Una mañana estaba en mi granero acomodando unos sacos cuando escucho fuertes golpes en mi puerta. Subí rápidamente a abrir la puerta cuando veo que un grupo de guardias reales voltea a la misma y me rodean con sus lanzas, mientras el oficial al mando me dice:

- Tú eres Waty el escriba

- Sí, le respondí.

- Deberás acompañarnos, estas acusado de conspirar contra el faraón.

Mi sorpresa fue muy grande al escuchar estas palabras, así sería la forma en que el faraón me recompensaría.

- Pero no puede ser, debe haber un error dije sorprendido

- Ningún error tu nombre estaba en las listas de Phatamón, y el mismo lo confirmo antes de ser ejecutado.

Diciendo esto fui conducido a un carro, en donde se amontonaban varios prisioneros. Fuimos conducidos a la prisión real a esperar que se nos juzgara.

Cuando Atón estaba en lo mas alto, se nos condujo al palacio real. Al llegar, un grupo fue separado, y fue conducido a uno de los patios, mientras nosotros esperamos bajo los radiantes y sofocantes rayos de Atón. Tiempo después me entere que el grupo separado fue ajusticiado.

Luego de varias horas de espera, el nuevo jefe de la guardia Upi nos leyó lo siguiente.

- En el 10° año del reinado de Akenatón también llamado Amenofis IV, y teniendo pruebas suficientes que los inculpan, como colaboradores en el fallido intento de asesinar a nuestro bienamado faraón, serán condenados al destierro, siendo expulsados desde hoy al desierto, donde Atón decidirá sus destinos.

- Sus bienes desde hoy serán propiedad del faraón. Y sus nombres serán borrados de todos los registros.

Nos volvieron a conducir a la cárcel, para esperar nuestra suerte.

Todavía no comprendía que estaba pasando cuando se abre la puerta de mi celda, y sin ninguna palabra soy conducido de nuevo a palacio. Al llegar, se me hace pasar a una de las salas. Upi estaba esperando en ella junto con Tuthotep, el médico real el que me dijo:

- Nos encontramos de nuevo, y nuevamente me disculpo por el trato que has recibido.

- Ven el faraón nos espera en el Per Hay.

El Per Hay, era una de los jardines del faraón, no por nada era llamado el lugar de la alegría.  En él había toda clase de flores y plantas traídas de todos los puntos del reino un gran estanque de lotos coronaba el lugar algunos sirvientes en sus hombros llevaban un palo en cuyos extremos colgaban sendas ánforas con agua que era utilizada para regar el majestuoso jardín.

Efectivamente en un rincón del jardín estaba el faraón sentado en su trono, y jugando con sus hijas y un niño, Que según rumores era hijo de Kiya la bienamada del faraón. Al vernos ingresar al jardín dijo:

-    Tut, niñas vayan a jugar que yo tengo que tratar asuntos de estado con estos      señores.

Las niñas corrieron hasta la salida, mientras el faraón los miraba tiernamente. El niño al que llamaban Tut se quedó mirándome detenidamente, sus ojos grandes e inquietos como los de una gacela, me miraban tiernamente. Recogió un cocodrilo de juguete del suelo y salió corriendo detrás de las niñas.

- Waty, exclamó el faraón,

- Te preguntaras por que estas aquí después de haber sufrido tantas penurias.

- Primero te diré que el pequeño royo no era otra cosa que el documento por el cual se nombraba a Ajishaton, visir de estas tierras, a las que llamaría el renacer de Amón, además recomendaba que se registren minuciosamente a todos los nombres de las personas leales a la causa de Amón

- Efectivamente, tu nombre estaba en las tablillas halladas en los almacenes reales, lo que nos indica que has hecho muy bien tu papel de infiltrarte entre los conspiradores.

- Ese hecho es muy importante para mí, ya que estoy seguro que no podremos eliminar a todos mis enemigos, porque muchos han huido,  por lo que tú deberás seguir siendo mis ojos y oídos, pero no aquí en esta ciudad sino fuera de Egipto por eso es que, he creado este juzgamiento para ti, para que todos crean que te destierro, cuando en verdad, tu serás, como te he dicho, mis ojos y oídos.

- Pero tendré que sobrevivir al desierto, como lo haré

- No te preocupes cuando estés en el desierto, alguien se te acercara te tocara el hombro te llamará por tu nombre y te dirá: “que tu rostro se ilumine”, además llevara colgado en su pecho un escarabajo color turquesa.

- Ahora atiende bien, he oído que, varios de los desterrados y muchos de los insurrectos que han logrado escapar, se están refugiando y están recibiendo ayuda de nuestros enemigos los Hititas, los Fenicios, he inclusive algunos, están en Babilonia y Asíria. Tu deberás, infiltrarte entre ellos, para que estemos al tanto de lo que pueda pasar aquí.

- Para ello te enviaré, a la tierra de los Cananitas, en donde para todo el mundo serás un desterrado, convivirás con ellos, y aprenderás todo lo referente a nuestros enemigos, ya que generalmente las caravanas llegan a sus capitales.

- Escribirás todo lo que te parezca importante para Egipto.

- Pero dime, señor, como he de hacerte llegar toda esa información, si no podré volver al reino.

- En la ciudad de Jericó, vive un mercader llamado Sebetis, él lleva siempre colgado en el pecho un Ank de plata, a él le darás la información, guardada en bolsas de sal.

- ¿Cómo  me reconocerá?.

- Tu siempre, deberás llevar colgado al cuello el escarabajo que te di, y que sabiamente has utilizado, por el te reconocerá.

- Ahora ve y no te preocupes por tus bienes, yo los guardare para cuando vuelvas, he inclusive te haré construir una tumba.

Los días siguientes fueron penosos, ya que nos transportaron por el Nilo en apiñados barcos hasta Menfis y de ahí por tierra hasta la frontera, donde nos dieron a cada tres odres de agua y nos empujaron al desierto.

Caminamos penosamente por el caliente desierto por varias horas, lo único que se veía era arena y más arena, muchos hombres desistían esperando la muerte en el lugar.

Entre los desterrados había un Nubio de mas de 4 codos egipcios de altura y muy fuerte musculatura. De inmediato lo reconocí como uno de los porteadores del almacén real, se me acercó y tocándome el hombro dijo:

- Yo te conozco eres Waty el escriba, “que tu rostro se ilumine”, y guiñándome el ojo tocaba el escarabajo color turquesa que tenia colgado al cuello:

-  Que mala suerte la nuestra, por haber creído en los espejismos de Ajishaton ¿no?.

- Pero no te preocupes, cuando era joven pertenecía a una caravana de mercaderes que comerciaban en esta zona sé bien a donde encontrar un oasis, así que escucha cuando anochezca y los hombres duerman nos separaremos del grupo.

La tarde llegó, las colinas de arena se tiñeron de rojo, varios buitres seguían nuestra caravana de muerte, esperando un apetitoso banquete.

Al llegar la noche acampamos entre dos grandes dunas, el calor que tuvimos todo el día se estaba transformando en un espantoso frío. Cuando todos dormían el nubio se me acercó y dijo:

- Vamos es hora, cúbrete con tu túnica y sígueme, debemos caminar de noche y resguardarnos del día, no querrás pasar otro día como hoy.

- ¿Dónde vamos?,pregunté.

-  Primero iremos a buscar ropa adecuada, los hombres del faraón nos están esperando en una tienda al oeste de aquí.

- Pero dime, todavía no sé tu nombre.

- Mi nombre es Ka, y el faraón me encomendó ser tu guía, ya que mi nombre nunca estuvo en las tablillas de Ajishaton.

Efectivamente al despuntar el alba divisamos un campamento, con las banderas del faraón, en él nos esperaba Upi, el jefe de la guardia real.

- Que Atón ilumine sus rostros, han pasado ya lo peor, aquí tienen ropa adecuada y varios odres con agua, además tienen unos sacos de carne en natrón, y un burro, este animal es usado por los nómadas de esta zona así que si se encuentran con algún exiliado dirán que han matado a un nómada para sacarle sus cosas.

Los días transcurrieron mientras marchábamos de noche y nos refugiábamos en grutas  o en algún oasis de día. Una mañana, llegamos a un oasis en donde acababa de acampar una caravana cananita. Al acercarnos, un viejo de larga barba blanca, turbante, y una vieja y rustica túnica dijo en perfecto egipcio.

- Alabado sean los Dioses, que es lo que ven mis pobres y fatigados ojos, si es Ka, que haces en el desierto nuevamente.

- Pero esto si que es suerte, si es mi viejo amigo Araán, y abrazándolo tan fuerte que casi quiebra al pobre viejo dijo:

- Araán este es mi compañero de viaje Waty, luego te contaremos que es lo que estamos haciendo.

- Tus amigos son mis amigos, vengan a mi tienda.

La tienda de Araán era buen refugio para el extenuante calor del desierto, en su interior estaba su esposa Rebeca.

- Mira Rebeca quien llegó, ve busca a Lia y dile que traiga del pozo agua para que nuestros invitados se refresquen.

Lia, la hija de Araán y Rebeca, entro a la tienda con un cántaro de agua fría que trajo del pozo cercano. Era una muchacha encantadora. Tenia una  holgada túnica ceñida por una faja en la cintura, a través del manto que le cubría la cabeza se escapaban parte de su rojizo y ensortijado cabello. Su cara redondeada tenia una sonrisa cautivante, mientras sus ojos eran como la miel. Su cuello alargado, que me recordaba al de Nefertiti, estaba adornado por un collar de cuentas.

Dejo el cántaro a mis pies se volvió a sonreír y se alejo sin decir nada.

Luego de refrescarnos Araán nos invitó a que nos recostemos para descansar de las fatigas del viaje, la tienda era sencilla pero confortable una pequeña mesa en el centro y muchos almohadones, el sueño no se hizo esperar.

Cuando despertamos, la noche acababa de hacer su aparición, pequeñas fogatas se dispersaban por todo el campamento. La penumbra del atardecer, daba paso al negro manto de la noche. Nunca había visto un cielo tan negro solamente interrumpido por millones de diamantes que tachonaban el firmamento.

A lo lejos, se dibujaban entre las fogatas, las siluetas de alguno que otro integrante de la caravana.

- Bueno, amigos, - dijo Araán – creo que ahora tendrán hambre, vengan que les tengo algo preparado.

Un cordero se estaba asando en una estaca, el patriarca, nos indico que nos sentáramos sobre unos almohadones, tomo un cuchillo corto dos grandes trozos y nos dio a probar, mientras rebeca nos servia unos tazones de leche de cabra, y Lia nos entregaba sendos panes.

- ¿Delicioso no?

- Realmente es un manjar digno de un faraón.

- Ahora díganme, que es lo que trae a un nubio y a un egipcio, aquí al fin del mundo.

- A ti te podemos contar, hemos sido enviados en misión por el Faraón. Son tiempos muy difíciles en el reino, y los enemigos están escondidos en sus madrigueras del desierto.

- He oído algo de una revolución sofocada, por el Faraón.

- Si, y por eso es que estamos aquí. Debemos sacar a cada uno de esos escorpiones de sus escondites, y para ello requerimos de tu ayuda. Debemos ser comerciantes en tu caravana y así poder pasar inadvertidos y al mismo tiempo informar al Faraón de los movimientos de sus enemigos.

- Es una muy buena idea, pero les advierto algo, la vida del desierto es muy ruda, nos enfrentamos a tormentas de arena, sequías, alimañas  y bandidos que saquean nuestras mercaderías.

- Tendremos que arriesgarnos, es lo único que hará que nuestro Faraón siga gobernando por muchos años más.

Araán, sonrió, tomo un sorbo de leche, y se recostó sobre un almohadón diciendo

- Dime Ka, como anda el joven Akenatón, siempre tan abstraído en sus pensamientos.

- Si, pero es muy distinto del niño del que tu me contabas esas historias.

- ¡Un momento!, -interrumpí- ¿Tu conoces al Faraón?

- Si, desde que nació, yo fui esclavo de Amenofis III, un gran hombre, justo como el solo. Yo servia en el palacio, gracias a mis conocimientos de las hierbas medicinales del desierto. Una vez, el joven Akenatón, que ya sentía una gran atracción por el sol, subió a lo alto de una de las colinas de las inmediaciones de Tebas, se desnudo y se tendió al sol desde el amanecer hasta que anocheció. Ese día, recuerdo bien, Amenofis  III, envió a todos los guardias reales a buscarlo. Cuando lo encontraron estaba casi sin sentido, con el cuerpo todo con ampollas y una fiebre muy alta. Los médicos de palacio no podían hacer nada para bajar esa fiebre y El se quejaba y deliraba por el intenso dolor que sentía. El Faraón me mandó llamar y me pidió que hiciera algo por su hijo, ya que sabia de mis conocimientos de las hierbas.

- Y bueno, así fue como luego de preparar un ungüento, el joven se repuso. Desde ese día fui muy considerado entre los médicos de la corte y cuando el Faraón murió, el joven Amenofis IV dio mi libertad y la de mi familia, por lo que le estoy eternamente agradecido.

- Al ser liberado, me uní a una caravana de mercaderes que estaba comerciando en Tebas, ahí es donde conocí a nuestro mutuo amigo Ka.

- Si, recuerdo eso como si fuera ayer, -dijo el nubio-

- Tu me enseñaste todo lo que se sobre las estrellas y como orientarme en la negra noche.

La conversación duró varias horas, las mujeres yacían dormidas, en un rincón de la tienda. Las hogueras fueron apagándose poco apoco, y con ellas nuestra conversación. No recuerdo, en que momento me quede dormido, pero lo que sí recuerdo, es que esa noche en el desierto, fue la primera noche en mucho tiempo que dormí tranquilo, sin miedo a que alguien me cortara el cuello, como al desdichado Muy. No sé porque, pero sentía una inmensa paz y tranquilidad, me sentía seguro, me sentía en casa. Como si mi destino hubiese sido siempre este, el de deambular por el desierto.

La tierra de Canaán, era un mosaico de montes rocosos cubiertos de hierba, llanuras fértiles y estepas áridas. El río Jordán lo atravesaba longitudinalmente, y de las laderas de los cerros bajaban centenares de ríos menores muchos de ellos no tenían agua gran parte del año, El clima era variable, desde el calor extremo en verano, hasta el frío húmedo en invierno.

Eran tierras ricas para el pastoreo de ovejas y cabras, las que daban leche y estupendo queso. Los valles daban, trigo, uvas, aceitunas, dátiles y  suculentos higos dulces como la miel. Era realmente una tierra de ensueño.

A la mañana siguiente, despertamos, con renovadas fuerzas y comenzamos mi primer viaje en caravana. Un peculiar espectáculo se presentaba frente a mis ojos.

Los pastores, como generales, conducían sus ovejas y cabras como un ejercito blanco y negro. Los asnos transportaban la lana y las demás mercaderías de ciudad en ciudad. El comercio se hacia frecuentemente, a través del canje de mercaderías, aunque muchas veces nos daban plata, oro e inclusive un nuevo metal más resistente que el bronce y más preciado que el oro, el hierro.

Luego de varios días en el desierto llegamos a la ciudad de Jericó. Enorme ciudad amurallada  dentro de ella había un templo con cinco patios, 11 escaleras y muchos cuartos, varios de ellos adornados con marfil.

Las residencias, tenían patios. El resto de las viviendas eran sencillas de un piso hechas de ladrillos y arcilla, sostenido el techo por troncos de árboles. Pero lo que más me sorprendió eran grandes reservorios de agua llamados cisternas. Estos reservorios estaban construidos en la caliza a la que perforaban con ingeniosos utensilios hasta el nivel freático, y al enlucirlo con cal quedaban impermeables. De esta manera la ciudad tenia gran cantidad de agua como para resistir un eventual ataque de los Pueblos del Mar. Se decía que estos pueblos saquearon y hicieron desaparecer a la ciudad de Ugarit después de incendiarla.

Al llegar a Jericó fuimos recibidos eufóricamente, ya que muchas familias no se habían visto por mucho tiempo. Nosotros en particular fuimos recibidos por Josua, hermano menor de Araán, el que nos llevó a su hogar.

   -       Sean bienvenidos a mi pequeña morada, y que los Dioses los protejan.

La casa era pequeña las paredes de ladrillo tenían unas hendiduras en donde se guardaban las ánforas, y otras vasijas una mesita rectangular de madera con sus patas talladas se encontraba en el medio de la habitación, sobre ella un plato con  dátiles, uvas, e higos, un pequeño cántaro con vino, y una cajita de marfil. Dos grandes cantaros, uno con aceite de oliva y el otro agua estaban contra una de las paredes. Lo que más me sorprendió era la cama ya que estaba hecha de cuerda tejida en un armazón de madera. Lo que la hacia elástica y muy confortable.

- Que es lo que vienen a hacer a Jericó, - preguntó Josua-

- Solo somos dos egipcios expulsados de su país que quieren dedicarse al comercio.

- Pues han venido al lugar correcto, esta es una de las mejores ciudades de la región, de aquí, parten caravanas a, Biblos, Alalakh, Alepo, Ninive, Babilón, Tiro, e inclusive hay algunas que llegan a Hattusa, la ciudad mas fortificada y armada del mundo, la capital de los Hititas.

- También vienen comerciantes de su país, e incluso aquí a la vuelta vive Sebetis, el egipcio, que es un hombre rico y poderoso.

- Pueden recorrer la ciudad a gusto, este es un lugar muy acogedor.

Salí de la vivienda con Ka y Araán, dirigiéndonos a la tienda de Sebetis, esta era un poco más grande que la de Josua con un pequeño patio atiborrado de mercaderías.

En el interior, había ricas telas fenicias color púrpura, alfombras con intrincados dibujos, cuchillos y espadas de Damasco. Todo el mundo estaba representado por sus más bellas joyas. Estábamos admirando todo aquello cuando detrás de una cortina sale, un hombre bajo, regordete, con una sonrisa bondadosa, ojos chispeantes, una rica túnica púrpura, con guardas de oro y un gran Ank de plata colgado del pecho.

- Que sus rostros se iluminen, en que les puedo ayudar, desean ver lo ultimo en telas que he mandado a traer de Tiro, o quisieran probar el filo de este cuchillo de Damasco.

- No, nosotros somos dos pobres compatriotas tuyos, que hemos sido desterrados y venimos a ver si nos puedes dar algunos consejos, ya que entraremos en el ramo del comercio.- y poniendo en descubierto mi escarabajo pregunte-

- Dime comerciante, ¿tu en cuanto cotizarías este escarabajo?

            Al verlo Sebetis frunció el ceño y exclamo

- Los estaba esperando, vengan a la trastienda.

Nos llevó a una muy pequeña habitación en la que apenas entrábamos los cuatro, nos hizo sentar en unos taburetes, hablo mirándome fijamente

- Ya me han hablado de ti Waty, eres muy valiente. Si la mitad de lo que me dijeron  es cierto, tendrás éxito en tu misión.

- En mi ultimo viaje a Tiro -siguió diciendo- he visto a varios de los conspiradores, en especial a Ibiskamón, el que se reunió con algunos de los comerciantes mas destacados de esta ciudad. Según me dijeron mis informantes los hombres de Amón son dueños de un gran almacén en donde tienen guardadas muchas riquezas que pudieron sacar de Egipto.

- Lo que tenemos que hacer es ver donde está ese deposito y tratar de recuperar de alguna manera esas riquezas. Tengo ordenes expresas del Faraón de ponerme a tu disposición en todo lo que necesites, aunque para la gente serás mi empleado y tu Ka su sirviente.

- Vivirán aquí, en una casa que ya les he comprado. Vamos síganme les mostraré.

Recorrimos las intrincadas calles hasta llegar a una casa similar ala de Josua solamente que había dos baúles de madera de acacia, en donde muy bien doblada y perfumada se encontraba nuestra nueva ropa, que si bien no era tan rica como la de Sebetis, era la ropa más fina que había usado hasta el momento.

El resto del mobiliario era muy similar al ya descrito en la casa del hermano de Araán.

Cinco días después partimos con rumbo a Tiro, la capital de Fenicia. Debido a lo peligroso del viaje, Lia y Rebeca se quedaron con Josua en Jericó.

      Araán encabezaba la caravana, seguido por mí y por Ka. Llevábamos un cargamento de sal y lana, mercaderías muy apreciadas por los fenicios, en especial la Sal

- Sabes Waty, -dijo Araán- la sal es muy apreciada por los fenicios ya que al parecer la canjean por un material secreto con el cual tiñen sus telas y les da ese color púrpura que has visto en la túnica de Sebetis.

- ¿Pero a quien le dan la sal y para que la quieren?

- Parece que se la dan a los habitantes de las islas, creo que son los Helenos, y ellos la usan entre otras cosas, para cambiarla por otros objetos o trabajos, un sistema muy particular por cierto.

La caravana partió hacia el río Jordán, de esta manera, no tendríamos que preocuparnos por el agua,  recorreríamos este río hasta su naciente, pasaríamos por el mar de Galilea al que bordearíamos, seguiríamos al norte hasta llegar al río Litani ahí bordearíamos a este hasta el mar y de ahí a Tiro. Era un camino largo pero no tendríamos problema con el agua.

La caravana estaba compuesta por unos 10 hombres incluyéndonos. Uno de estos integrantes era un muchacho pequeño de unos tres codos egipcios de altos un poco delgado, para su edad y con un turbante en la cabeza. Estaba encargado de un grupo de cabras a las que canjearíamos en el camino por grano y otras mercaderías que volveríamos a comerciar en Tiro. 

El viaje transcurría tranquilamente, con un poco de calor, pero se podría decir que era un viaje apacible. Llegamos al río Jordán un poco antes del anochecer. El río no era muy correntoso el lugar. La luna que se hacía paso entre las ramas de los árboles se iluminaba en las aguas iluminando tenuemente a unos patos que se escondían entre unos juncos.

Araán se apeo de su mula e indicó que el lugar parecía seguro para levantar el campamento. Ayudé al patriarca a levantar su tienda mientras Ka se dirigió al río. El resto de los hombres, realizaba una actividad especifica, como si se tratara de un pequeño ejercito. Estaba encendiendo una hoguera, cuando Ka regresó con seis patos al hombro.

- Pero, este país si que es el paraíso uno no necesita apuntar la flecha para cazar un pato, este solamente se pone delante de ella.

- No exageres, ahora me dirás que eres un gran mago.

- No sé si serás mago, -dijo Araán – pero que tienes excelente puntería con el arco doy fe, y me alegro que seas parte de esta caravana.

Riendo fuertemente, Ka, se acerco a la hoguera y se puso a preparar a los patos para asarlos.

A unos codos del lugar se encontraba el pastorcillo de cabras. Aunque yo no conocía a casi nadie en este país su cara se me hacia familiar.

- Ven muchacho,  le dije extendiéndole un trozo de pato. El muchacho titubeo un momento, y extendió su mano tímidamente, y se retiró nuevamente entre las sombras.

Al amanecer partimos, sin contratiempo. El río era como una gran serpiente verde que se contorsionaba entre la vegetación.

Así siguió nuestro viaje, vadeando algunos pocos ríos que se interponían a nuestro paso hasta el cuarto día, en donde el terreno se hacía un poco más difícil, la vegetación comenzaba a disminuir, y algunos montes aparecían a nuestro lado.  Pasamos la pequeña ciudad de Jabes de Galaad que se encontraba al otro lado del río y unas horas después levantamos el campamento.

- ¿Dime Araán, por que no acampamos en Jabes de Galaad?

- Esa ciudad no es segura, esta llena de bandidos del desierto, es preferible que pasemos inadvertidos, toda esta zona es peligrosa.

- Si, -dijo Ka- deberemos reforzar la guardia de noche.

Esa noche no encendimos fuego, comimos, un trozo de queso de cabra con un pan y nos fuimos a dormir, Tres de los hombres, fueron a montar guardia.

Me acomode como pude contra unas rocas, me tape con mi manta, y trate de conciliar el sueño. Esa noche dormí sobresaltado, como si algo estuviera acechando.

Todavía el sol no había salido cuando, un grito desgarrador nos despertó. Ka como un rayo tomó su arco y grito:

- RAPIDO CÚBRANSE ENTRE ESAS ROCAS.

Sin saber bien lo que pasaba empuñe mi cuchillo y me parapete atrás de unas rocas. Una lluvia de flechas caía sobre nosotros, los tres pobres desdichados, que hasta hace un momento hacían guardia, yacían en el suelo, atravesados por flechas. Un cuarto hombre, ni siquiera llegó a despertar, y Araán  tenia una flecha clavada en el hombro.

Como pudimos nos resguardamos en una pequeña cueva.

La situación era complicada, y nos tenían acorralados. Nosotros éramos seis, Araán, estaba herido, Ka y dos de nuestros hombres  tenían arcos y flecha, yo tenia mi cuchillo. Afuera eran aproximadamente cuatro hombres armados con arcos y flechas, pero nuevamente tenían la ventaja ya que en nuestra huida no previmos una puerta de escape y el único lugar donde se suponía por donde tendríamos que salir estaba cubierto.

     -    Si alguien pudiera salir, sin ser visto y atacarlos por detrás, seria nuestra única solución, además aprovecharíamos el efecto sorpresa... ¿Pero, como?

Estaba viendo nuestra caótica situación, cuando el pastorcillo se me acerco con una especie de tira de cuero y me dijo.

- Yo se como saldremos, ves esa grieta ahí atrás, yo puedo pasar por ella.

- Eres muy pequeño para tirar con el arco, ¿cómo los atacaras?

Se sonrió, trepo por la grieta, y dijo:

- Ustedes prepárense y apunten bien, que la oportunidad del efecto sorpresa será solo una vez

El niño, rodeo a los bandidos sin ser visto, tomó la tira de cuero que tenia en la mano la doblo a la mitad colocó una piedra en el medio y comenzó a revolear, cuando lo creyó conveniente soltó uno de los extremos de la tira de cuero y la piedra salió lanzada a la cabeza de uno de los atacantes, quien se desplomó fulminado.

Cuando los bandidos se percataron del hecho el niño ya estaba lanzando una segunda piedra a la cabeza de otro, al mismo momento que Ka y nuestros hombres disparaban certeras flechas, matando a todos. Cuando salimos de la cueva, el niño nos estaba esperando afuera:

- Bastante bien para mi edad y mi tamaño ¿no?

- Me sorprende tu destreza con esa arma, nunca he visto algo igual.

Levantamos campamento, pero Araán estaba muy mal herido, y perdía mucha sangre.  El muchacho se acercó al anciano, y dijo:

- Traigan agua fresca del río, y tu Ka prende una fogata.

- Pero... Como es que me hablas de esa manera, acaso eres medico que sabes que hacer – respondió irritado Ka.

- Rápido, -gritó con una voz Chillona como de mujer- hagan lo que digo.

Mire a Ka, y con un gesto asentí que obedeciera. Cuando volvieron con el agua, Ka ya había prendido la fogata, el niño tomo su cuchillo, y con gran habilidad extrajo la punta de la flecha, que había pasado muy cerca del corazón lavó la herida, puso la punta del cuchillo en el fuego y cuando esta estaba al rojo vivo la apoyó contra la herida, cauterizándola. Corto unas tiras de su túnica coloco unas hierbas sobre la herida y vendo al anciano con una destreza digna del mejor momificador.

     -     Pero donde aprendiste a hacer eso, -dije asombrado-

El niño no respondió y calladamente se alejo a atender sus cabras.

Enterramos a los muertos, cargamos a Araán sobre uno de los asnos y partimos de aquel lugar.

Al tercer día de estos acontecimientos, octavo desde que salimos de Jericó, Araán ya estaba bastante mejor, su rápida recuperación se debió al hábil trabajo del niño, al que el patriarca miraba como escudriñando cada movimiento sin decir nada. Seguimos, caminando por una región llamada Galilea, hasta que llegamos a orillas de un gran mar. En este lugar Araán se dirigió hacia unas rocas y con ayuda de los hombres levantaron una especie de altar. Este altar constaba de una piedra grande, que conmemoraba a los caídos en el ataque de los bandidos, un grupo de piedras más pequeñas, sobre la que se coloco una mas grande pero achatada, como mesa.  Cuando el altar estuvo terminado mando traer un ánfora de vino, el cual derramó sobre la roca plana. Diciendo unas palabras en su idioma se alejó ordenando que sigamos viaje.

- Que significa lo que acabamos de presenciar-pregunte a Araán-

- La ofrenda de vino es una gozosa expresión de gratitud al díos por habernos sacado de esa situación y de haber salido victorioso.

- Si debemos estar agradecidos que estaba entre nosotros el pastorcillo.

El anciano murmuro algo inteligible y apuro el paso de su asno.  Si lo hubiera entendido de seguro no me abría llevado la tremenda sorpresa que pasaré a narrarles.

Acampamos en las cercanías del mar de galilea, la luna llena lo plateaba de miles de escamas. Sus olas rompían suavemente contra las rocas de la orilla La brisa, movía levemente la llama de la fogata. No había podido conciliar el sueño por el calor y los insectos, por lo que se me ocurrió una idea, ir a refrescarme un poco al agua, pero sorpresa la mía, al llegar a la orilla, entre las rocas vi a una mujer, que se estaba bañando, desnuda, en las aguas de aquel cálido mar. Al verme se sobresaltó y zambulléndose hasta los hombros exclamó

- ¡Que estas haciendo tu aquí!

Al escuchar su vos la reconocí, era Lia. Cómo pude ser tan tonto, y no haberla reconocido en aquel valiente pastorcillo. Me quede sin decir palabra, atónito, por lo que siguió diciendo

- Te vas a quedar toda la noche ahí, vamos vete, vete.

Como si fuera un muerto viviente, sin saber que hacer, dije:

- Disculpa... no... sabia.- y me aleje.

A la mañana siguiente, vino Araán, y me dijo:

      -     Sé que eres un hombre de honor, te pido que no digas nada de lo de anoche, Lia me contó todo.

     Todo ese día y los siguientes evitaba mirar a Lia, Me sentía incomodo haciéndolo, cada vez que por alguna circunstancia mis ojos se posaban en ella como por descuido, se ponía tan roja como el pelo que ocultaba su gran turbante.

      Una tarde al llegar al río Litani, al armar mi tienda ella se me acerco y muy turbada me tomó la mano y dijo:

- Amigo, disculpa por haber venido pero no podía dejar... a mi padre solo, ¿qué hubiera pasado si no se hubiera cauterizado correctamente la herida, o si no se hubieran utilizado las hierbas correctas?, Hubiera muerto de seguro y eso si que no me lo perdonaría. Espero que mantengas este secreto entre nosotros.

- Si, no te preocupes nadie ha de saber de lo que pasó la otra noche pero debes tener cuidado.

- Si no te preocupes ya no necesito disfrazarme de hombre.

Rato después apareció, con su túnica, blanca sobre la que descansaban sus cabellos de fuego. Gran sorpresa causó su aparición en el grupo, tanto fue así que Ka se atraganto con el trago de leche de cabra que acababa de tomar.

- Chiquita, nos engañaste a todos eres digna de estar en este grupo, -dijo con el ceño fruncido el patriarca-

- Perdona padre pero no podía dejarlos venir a este viaje solos. Sé que no soy el hijo varón que esperabas pero he aprendido todo lo que tu me has enseñado.

- Nosotros fuimos testigos de cómo manejaste esa arma, y conque celeridad y firmeza curaste a tu padre, - dijo Ka –

Después de tres días mas llegamos al Gran Mar, era inmenso, la vista se perdía en la lejanía, solo agua. De pronto a lo lejos vimos un gran barco negro.

El buque era achaparrado, tres o cuatro veces mas largo que ancho, con proa y popa elevadas. Arbolaba un solo mástil, plantado aproximadamente en el centro del buque, con una vela cuadrangular de color rojo, que pendía de una larga verga de madera y que era manejada mediante dos brazas o cabos tendidos desde los extremos de la verga hasta cubierta. Los otros siete cabos que descendían de la verga, llamados brioles, servían para arriar la vela la que se orientaba mediante unas cuerdas que sujetaban sus esquinas inferiores. El barco era gobernado con dos remos controlados por un timonel, que se situaba entre ellos  y los hacia girar en el agua empujando dos cañas horizontales o tirando de ellas. Estas embarcaciones eran llamadas por los griegos Gaulos (bañera)

La vista de este majestuoso buque, nunca visto por mí, nos indicaba que nuestro viaje ya estaba llegando a su fin, a partir de ahora debíamos cuidarnos mucho de lo que tendríamos  hacer. Así que nos embarcamos en él con todas nuestras mercaderías y llegamos a Tiro. Esta ciudad amurallada estaba emplazada en una isla, por lo que se libró de las invasiones de las tribus del mar y aprovechando la debilidad de las potencias vecinas, inició una aventura marítima a gran escala. Cualquier innovación técnica naval que facilitase una mayor carga de mercancías, más rapidez o protección frente al enemigo era aplicado inmediatamente a los navíos. 

De esta manera llegamos una mañana al puerto de Tiro, cientos de barcos estaban atracados en el lugar. Muchos hombres, subían y bajaban mercaderías a los barcos los cuales zarpaban a todos los puntos del mundo.

Grandes bodegas albergaban toda clase de mercaderías, desde granos hasta riquísimas joyas pasando por pieles de animales y sal.

Dejamos nuestras mercaderías en un deposito que alquilamos, en custodia de los dos hombres que quedaban de nuestra caravana, mientras Araán, Lia, Ka y yo  nos dirigimos a una hostería cercana para hospedarnos.

 

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© Juan de la Torre Suárez
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