La Piedra de Nubia
Parte
II
La expedición iba por su noveno día de navegación. Las prisas del Faraón provocaron que casi nada pudiera estar listo al amanecer para su partida. Se llevaron lo absolutamente imprescindible para un viaje de dos meses: dieciocho barcos de flota mediana, dos chalanas enormes para los caballos preferidos del Rey, la mitad de su pomposo vestuario, gran parte de los juguetes de la princesa, algunos muebles, cachivaches de todo tipo y una pequeña cantidad de sirvientes que no pasaba del medio centenar, entre los que se encontraba Yayut, la niñera de Pepitamón.
Con tan poca cosa y tantas prisas iban río arriba empujados por el viento del norte.
Pephosis, el Faraón Dios, amo indiscutido del Alto y Bajo Egipto, llevaba ceñida a la cabeza la doble corona pschent. Ordenó llamar capitán de barco real, Dedjedí, quien acudió inclinándose:
- Majestad, ¿llamabáis?
- En efecto Dedjedí, - respondió el Rey - necesito un informe detallado de las habladurías de mi pueblo; quiero saber si tienen a su Faraón por un hombre loco.
¡Dime la verdad, te lo ordeno!
El capitán temblando respondió:
- Algunos chismes han llegado de manos de nuestros suministradores de alimentos durante las paradas. Si he de ser franco Señor, la mayoría creen que jamás podrás construir la pirámide.
Y se inclina hasta que le cruje una vértebra, ¡trics!, pero ni se atreve a respirar.
Pephosis, que por rey era sabio y ya se temía ese tipo de comentarios ni se inmutó, diciendo al capitán:
- Ya estás algo viejo para reverencias exageradas Dedjedí, compórtate con más dignidad. No soy ajeno a esos rumores que tanto me duelen, mi prestigio está en entredicho. Si algo saliera mal sería el hazmerreír de todos los reinos que baña el Sol Ra. Pero demostraré que mi sueño no es una locura. En virtud de las propiedades del Petote Milenario, el éxito culminará mi misión. ¡Que así sea proclamado a los cuatro vientos!
Dedjedí inclinó levemente la cabeza y salió despacio, con una mano frotándose la espalda.
El viaje hasta ese día no tuvo mayores complicaciones. Ya habían rebasado la primera catarata sin problemas, (os diré que las cataratas del Nilo no son muy grandes, cuando el río bajaba con poca agua unos meses antes de la crecida se cruzaban con ayuda de bueyes tirando desde la orilla si era necesario). Habían dejado atrás ciudades y santuarios, Hermópolis, Abidos, Coptos, Tebas, Elefantina, sin parar más que lo necesario para subir provisiones.
Por este motivo los mandatarios que no eran recibidos por el Faraón, en su intimidad decían de él que era muy poco atento con su pueblo, que sólo le importaba su pirámide invertida. Pero... ¿quién se atrevería a insinuar al Rey que estaba loco?. El prestigio de Pephosis estaba por los
suelos...
En el camarote del centro del barco, Pepitamón jugaba a senet con su niñera. Molesta por el calor sofocante le preguntó:
- ¿Cuando llegaremos a Napata, Yayut?. Me aburro muchoooo.
- ¿Quieres salir conmigo a cubierta?. Se oyen los hipopótamos - dijo Yayut.
- Vamos - asintió alegre Pepita.
En cubierta estaba su padre, el Rey, observando atento la manada de hipopótamos que estaban jugando cerca del barco.
- Hola niñita mía, ven a mi lado, ¿o tienes miedo de esos animales? - le dijo.
- Hola padre... sí, lo tengo; ¿tú no los temes? - respondió la princesa.
Un macho grande se estaba acercando demasiado al barco. Entonces el Faraón, con toda su voz potente que hacía estremecer los obeliscos gritó:
- ¡¡¡ CRIATURAS DEL NILO, SOY VUESTRO SOBERANO !!!
Inmediatamente los pobres hipopótamos, los pobres cocodrilos, los insignificantes ibis, los peces y hasta las ratas de a bordo huyeron despavoridos. El Faraón respiró satisfecho y se acercó a su hija para besarla en la frente.
- Padre, ¿puedo saber cuando llegaremos?
- Si los vientos del Norte son propicios, en diez días avistaremos Napata - dijo Pephosis.
Efectivamente la expedición real llegó a Napata diez días después de aquel pequeño incidente. Fueron recibidos como correspondía, por las autoridades locales con el virrey Mecachistup a la cabeza del comité de recepción. Os podéis imaginar los fastos y pompas que se gastaron allí, pero no me extenderé en ellos.
Después de todo el protocolo el Faraón pidió retirarse a descansar junto a su familia en el palacio que les habían reservado. Dijo a Mecachistup:
- Mañana al alba ven a verme para tratar el asunto que nos trae aquí. Por hoy es suficiente.
El virrey deseó a la familia buen descanso, así como la protección de todos los dioses conocidos, que no eran pocos.
Mientras en la habitación de Pepita:
- ¡No encuentro el cocodrilo de madera que me regaló el alcalde de Edfú!, ¿lo has visto Yayut?
- Todavía no ha llegado el equipaje completo, pero en cuanto llegue el baúl de los juguetes, será el primero que vaciemos, ¿te parece bien? - le dijo la niñera.
- Está bien... esperaremos un poco más - respondió Pepita.
En ese momento alguien llamó a la puerta. Era la Reina Banketamón. La princesa Pepitamón, toda contenta, recibió a su madre con risas, quién tomándola en los brazos unos momentos le preguntó por el viaje, si ya no tenía miedo a los animales del Nilo, y cuestiones por el estilo. Cuando la niña respondió a su madre, aprovechó para preguntar también por el Petote, verdadero motivo de aquel viaje, a lo que la Reina manifestó:
- Tendremos que esperar a que la luna alcance su máximo brillo, o de lo contrario sus poderes serán escasos para construir la pirámide invertida de Pephosis IV el Grande. Entretanto has de aprender unas pequeñas fórmulas rituales, imprescindibles para poder entrar en el templo donde se halla la piedra.
- Joooo... - protestó Pepitamón - ¿hemos de ir a la Casa de la Vida?
- En efecto hija mía - prosiguió la Reina.
- Esos sitios son muy aburridos; allí nadie quiere jugar - protestó la pequeña.
Al día siguiente, Pepita se fue de mala gana a aprender parte de las antiguas tradiciones del país.
Todo salió según lo previsto. Se hizo por la noche, cuando la Luna estuvo bien redonda y brillante. El virrey entregó la Piedra de Nubia a la familia real allí representada advirtiendo de cuales serían los peligros que esa piedra, en manos de quien no supiera utilizarla. Pronunció la antigua invocación de Ra-Atón, el responso de Jamón-Ra, los papiros de Nitostris, la tradición oral de Skementots, y todas aquellas fórmulas rituales que el Rey y el virrey conocían dado su altísimo rango.
Tanto fue así que Pepitamón no pudo resistir el sueño, y se quedo dormida en los brazos de Yayut.
Dos días más tarde partieron de regreso a Menfis, la capital de Egipto de la que salieran corriendo un mes atrás. Bajaron las tres cataratas con facilidad, la corriente y los remeros daban buena velocidad a las naves. Siguieron río abajo parando sólo lo imprescindible. El Rey se daba demasiada prisa por llegar a la capital y poner a trabajar a sus arquitectos en el proyecto soñado.
Los rumores de su locura corrían mas rápidos que los vientos. En la corte había expectación, el pueblo no paraba de murmurar, hasta en las tabernas se hacían apuestas para ver si lo conseguiría.
Pephofis, intentando olvidarse de los cotilleos, salió a cubierta después de la cena. Pensaba en días más felices cuando escuchó pasos cercanos. Era la Reina que venía con cara de preocupación:
- Faraón y Esposo... he de comunicarte que nuestra pequeña no se encuentra bien, ha cenado mal, en estos momentos tiene algo de fiebre. He hecho llamar a la doctora Ashpirinut, que no llegará hasta mañana temprano.
- Vamos a verla - dijo su esposo.
La niña estaba acostada en su camita. La fiebre le daba coloretes en la cara. Saludó a sus padres con voz débil:
- Hola papá.
- Hola pequeña, ¿como te encuentras? - le preguntaron.
- Así, así; ni bien ni mal, sólo cansada - añadió ella.
Su padre le pidió que descansara, hasta que llegara la doctora por la mañana, y le
dio las buenas noches. Después se dirigió a Yayut:
- Si la princesa empeora por la noche no dudes en despertarme.
Aquella noche, Pepitamón descansó, pero cuando la doctora Ashpirinut llegó ya había empeorado. Reconoció a la niña, hizo las pruebas que estaban a su alcance y concluyó que no estaba en sus manos ayudarla. En su informe al Rey declaró que la enfermedad padecida por la pequeña no era asunto de la medicina, sino que más bien se trataba de una maldición contra la que ella nada podía hacer.
El Rey, con los pelos de punta por la impresión causada, haciendo memoria de los rituales que fueron necesarios para quitar el Petote de su lugar sagrado, pensó: "Ummmm, creo que todo se han hecho según lo establecido... ¡Excepto en un detalle!, Pepitamón se quedó dormida, ¡sí! ¡Es eso, claro! ¡Maldigo a Ra-Atón por la jugarreta que nos ha hecho a la familia real! ¡Él es el causante de que mi hija esté tan grave!"
En ese momento el Faraón se sintió hundido, como cualquiera de sus gobernados que tuviera hijos enfermos.
La Reina habló con el Rey de la extraña enfermedad, pidiéndole por todos los dioses que buscara el remedio para salvarla. Los dos sabían que sólo podían curarla utilizando los poderes del Petote. También se dieron cuenta de que si lo hacían así tendrían que renunciar a su fabuloso proyecto. Pero el Faraón Pephosis IV sin dudarlo, mandó preparar el altar de ceremonias portátil que llevaban en el barco real.
Una vez en cubierta con toda la tripulación presente, los demás barcos en formación alrededor del buque insignia elevaron sus remos al aire, se hizo el silencio total. Pephosis caminaba solemne desde la cámara real hasta el altar, con el Petote en las manos, cubierto por un lienzo de lino puro. Os imaginareis que tuvo que esforzarse mucho por el peso de la piedra; pues no. La Piedra de Nubia tenía el tamaño de un huevo de avestruz, pero pesaba apenas cinco gramos.
Con cara de gran tristeza, depositó el preciado objeto sobre la mesa, meditó unos instantes y pronunció en voz muy baja una fórmula litúrgica que sólo él conocía como Sumo Sacerdote de todos los sacerdotes de Egipto:
"Bisssbisbissss biss biss bis..."; sonaba más o menos así, para pronunciar a continuación una petición a Ra-Atón:
¡Tú, que has sido y serás la deshonra del panteón divino
por tantos siglos !
¡Atiende las súplicas de quien sufre por tu insensatez!
No quiero tus poderes si eso aparta a la niña de mi,
¡llévatelos...!
Entonces sucedió algo... De repente, la luz del Sol aumentó un poco más su brillo, sólo durante un instante. Todo se volvió silencio profundo.
Instantes más tarde Yayut salió del camarote gritando de alegría:
- ¡Venga, Señor! ¡Pepitamón ha pedido aguaaaaa!
El resto de la tripulación, los sirvientes y todos los demás aclamaron al Rey sabio, a la Reina y a la niña, que se salvó milagrosamente, hasta tal punto que algunos se tiraron al río con la alegría para darse un chapuzón.
Bueno... ¿y qué va a pasar ahora con la pirámide invertida? Os haré un pequeño resumen de lo que siguió...
Llegaron a Menfis sin mas contratiempos a los dos meses de la partida aquella precipitada. Pephat estaba radiante, iba a enseñar a su padre todo lo que había hecho por Egipto en su ausencia. Esto le daba puntos de cara a la sucesión.
Pepitamón... pufff... de ella sí que hay que seguir contando historias. Estaba destinada a ser la hija más viajera que un faraón tuviese jamás. Conocería muchísimos países, gentes, lugares y costumbres. Gracias a esto ascendería en la carrera diplomática hasta convertirse en ministra de asuntos exteriores de Pephosis V el Imbuido, (su hermano, pero esa es ya otra historia).
En cuanto a lo que nos concierne, la construcción ahora imposible de la pirámide de Pephosis IV el GRANDE... ¿imposible?... El caso es que no fue tan así. Ra-Atón, que al final no era tan miserable, se apiadó del Faraón, cediéndole unos pocos poderes aún en aquel Petote, pudiendo construir una pequeña pirámide invertida del tamaño de una casita de campo más o menos.
Aquello fue suficiente para que los matemáticos, astrónomos, astrólogos, arquitectos, o científicos, venidos de todo el Mediterráneo se acercaran a Menfis a estudiar y admirar aquel prodigio del cálculo arquitectónico que de alguna manera se anticipaba a los tiempos.
¿De qué mayor prestigio podría gozar un faraón de Egipto si no era el de los propios sabios?.
Autor:
Manuel Piñeiro
delcuento@hotmail.com
Ilustraciones
de Pianj
|