Los Charlatanes y la Egiptología
El antiguo Egipto siempre ha fascinado al público,
no sólo por el tamaño de los monumentos que nos ha legado, sino también
por muchas otras razones, como por ejemplo, la reputación transmitida por
muchos autores clásicos de ser un pueblo sabio, dotado de gran capacidad
artística y por la curiosidad que suscita en nosotros su peculiar sistema
de escritura.
Uno de los mayores lastres que ha debido soportar la egiptología
desde su auspicioso comienzo como ciencia en 1831, cuando J. F.
Champollion fue nombrado el primer profesor de esta disciplina en
el Collège de France, poco antes de su muerte, ha sido la
aparición periódica de charlatanes de uno u otro tipo quienes tratan
de atraer la atención del público (y a la vez, ganar algo de dinero),
infligiéndoles todo tipo de ideas extrañas, las que debemos admitir
con cierta tristeza, resultan usualmente más interesantes para la
imaginación popular que las sobrias conclusiones de los investigadores
serios.
Todo comenzó
aparentemente con los antiguos griegos, quienes tal como Serge Sauneron señalara
en uno de sus libros, interpretaron la reticencia de los egipcios
de la época tardía que ellos conocieron, explicable por presentarse los
griegos como gente inquisitiva y tan distinta de los pobladores del Valle
del Nilo, como un estímulo a la especulación atribuyéndole a los
antiguos egipcios logros fantásticos, mayores aún que la maravillosa
aunque no tan exagerada, realidad.
La leyenda de
Atlántida, el continente perdido, y de su avanzada civilización, nació
y autores posteriores le asignaron un papel civilizador al establecerse
colonos provenientes de esa región en Egipto, donde habrían sido
responsables de las primeras tradiciones y logros allí, aportando lo que
habrían recogido de su tierra hundida en el océano. Por supuesto que
ningún investigador serio hoy acepta esta interpretación.
Hay gente que
lamentablemente no comprende que este tipo de ideas que pretende quitarle
a antiguos pueblos el derecho a su propio pasado, atribuyendo los cambios
a la acción colonizadora de otros, implica una forma de racismo que
reduce a esas comunidades al papel de pasivos receptores de la cultura y
los logros tecnológicos de otros, deliberadamente ignorando toda la
evidencia en contra de esas caprichosas especulaciones.
Los antiguos
romanos, a pesar de un cierto menosprecio respecto al pueblo que habían
conquistado tan fácilmente, al que Juvenal había inmortalizado como
adoradores de las hortalizas comunes de los campos, mostrando así más su
ignorancia que su talento satírico, no podían ignorar por otro lado los
magníficos monumentos de Egipto que hablaban de una pasada grandeza y un
tanto a pesar suyo aceptaban algunas de las historias relatadas por los
griegos al tiempo que despertaban su interés las experiencias místicas
de los habitantes del Valle del Nilo.
De este modo
surgieron y se expandieron por todo el vasto imperio romano templos de
divinidades egipcias, especialmente los consagrados al culto de la gran
diosa Isis.
Cuando un manto
de oscuridad cayó sobre el antiguo Egipto después que los emperadores
cristianos de Roma prohibieron el uso del sistema jeroglífico de
escritura y los sacerdotes paganos egipcios fueron perseguidos y
expulsados hacia el sur, al Sudán actual, el terreno estaba fértil para
el surgimiento de todo tipo de extrañas teorías sobre esta civilización.
Intentos místicos,
tan elaborados como infructuosos, por traducir los jeroglíficos egipcios
condujeron a la pérdida de prestigio académico de investigadores
respetados hasta ese momento tales como A. Kircher y otros. Algunos
escritores, basándose en la Biblia (o más bien, utilizándola
indebidamente para sus propósitos), sostuvieron que monumentos como las
pirámides habían sido graneros o según Piazzi Smyth, un símbolo de
revelación divina y la expresión de cálculos matemáticos increíblemente
precisos.
El hecho que
Petrie, uno de los fundadores de la arqueología moderna, sorprendió a un
seguidor de estas extrañas teorías serruchando un trozo de piedra dentro
de la Gran Pirámide de Guiza para hacer que el monumento correspondiera a
la teoría, no desalentó a los creyentes que hasta el día de hoy continúan
escribiendo libro tras libro (a menudo éxitos de venta) sobre el tema.
El
descubrimiento de la tumba de Tutanjamón en 1922, que deslumbró al
mundo con sus historias de oro enterrado, misteriosas estatuas e
inscripciones, y especialmente referentes a la momia del joven rey, trajo
consigo una demanda popular de información sobre el hallazgo, cuanto más
sensacional mejor, que periodistas inescrupulosos supieron explotar
urdiendo toda clase de historias sobre maldiciones imaginarias y muertes
inexplicables. También aquí, el hecho que el principal responsable del
sacrilegio, Howard Carter, y muchos de sus más cercanos colaboradores, no
sufrieron consecuencia alguna y vivieron largas y felices vidas, no
desalentó a los seguidores del nuevo mito ni los disuadió en su intento
de embaucar a sus lectores con relatos distorsionados y deliberadamente
selectivos de los hechos relacionados con el descubrimiento de esta tumba.
Más
recientemente, con la irrupción de la llamada "Nueva Era" o
"New Age" y su ola asociada de múltiple irracionalidad,
florecieron nuevamente algunas de las corrientes místicas tradicionales y
otras nuevas tales como por ejemplo, la del llamado "Poder de las Pirámides".
Según esta última, las pirámides de Egipto y la Gran Pirámide de Guiza
principalmente, podrían generar de algún modo una forma de energía que
permitiría conservar alimentos, afilar cuchillos y curar enfermedades.
Por cierto lapso, millones de libros sobre el tema enriquecieron a algunos
a pesar de que la Universidad de Guelph en Canadá, harta de las numerosas
consultas y desafíos de los devotos del nuevo culto, llevó a cabo una
serie de ensayos que demostraron la falta de veracidad de tales
afirmaciones, lo que no pareció afectar significativamente la difusión
mundial del mito.
No nos
referiremos aquí a las historias verdaderamente fantásticas de
hombrecillos verdes u otros extraterrestres manifestándose en el antiguo
Egipto, a esfinges en Marte y relatos similares, pues pensamos que muy
poca gente razonable los considera verosímiles.
Pensamos que el
público debe ser advertido acerca de la engañosa popularidad de tales
teorías, elaboradas por personas que no pudieron destacarse en el mundo
académico y que recurren en su frustración al público, como si tal
aclamación popular pudiera darles el reconocimiento que no pudieron
lograr por otros medios más válidos. No es preciso ser muy perspicaz
para deducir que los importantes ingresos producto de la venta de libros o
de programas de televisión sobre sus teorías, pueden ser también una
motivación que lleva a esos autores a jugar con la buena fe del público,
presentándose como lo que no son.
Hoy en día,
con el desarrollo acelerado de los medios de difusión masiva y de la
necesidad consiguiente de elaborar historias amenas para contarle al público,
ha aumentado el riesgo (y la tentación) de repetir las viejas teorías
desacreditadas pero nunca totalmente descartadas, que estimulan la
imaginación popular y entretienen, aunque en realidad juegan con el
desconocimiento de la gente y en realidad, desinforman.
Pensamos también
que es nuestro deber como egiptólogos, a pesar de estar ocupados en la
enseñanza o en la investigación, salirle al paso a tales intentos y
ofrecerle al público nuestros puntos de vista para que la gente pueda
decidir con toda la evidencia a la vista. Pensamos asimismo que es el
deber de los periodistas profesionales, responsables y bien intencionados,
consultar a los especialistas antes de difundir noticias sobre teorías
extrañas o acontecimientos misteriosos relacionados con el antiguo
Egipto. No hay razón para que los periodistas no usen en este terreno los
mismos criterios de información objetiva e imparcial que procuran emplear
cuando difunden noticias sobre temas políticos o sociales contemporáneos.
De esa forma el público saldrá beneficiado y muchos charlatanes podrán
ser desenmascarados antes de que causen daño alguno.
No está demás
recordar que todos los imponentes progresos en nuestro conocimiento sobre
antiguas civilizaciones en los últimos cien años, se debe a los
esfuerzos de investigadores pertenecientes a instituciones debidamente
acreditadas, ya que ni uno sólo de esos avances se ha debido al aporte de
los llamados "investigadores independientes". Si fuera por
ellos, todavía estaríamos especulando sobre el significado de los jeroglíficos
egipcios o sobre el origen y desarrollo de la civilización en las orillas
del Nilo.
Los egiptólogos,
entrenados exhaustivamente, profesionales serios que trabajan en
instituciones académicas de sólida reputación, y que por medio del
esfuerzo duro, honesto y anónimo ensanchan nuestros horizontes de
conocimiento, a veces en el acierto, a veces en el error, pero como
verdaderos hombres y mujeres de ciencia siempre procurando aprender de sus
errores, trabajan sin descanso para avanzar en el esclarecimiento de los múltiples
problemas que presenta el estudio del pasado.
Es nuestra
convicción que el público (y quienes reclaman para sí la
responsabilidad de informar) estarían mejor encaminados si los consultan
antes de difundir y aceptar sin discusión hechos o ideas dudosas que en
vez de esclarecer, confunden y oscurecen la realidad.
Por
cualquier comentario o pregunta, puede Ud. comunicarse con el Instituto
Uruguayo de Egiptología, usando la siguiente información:
Correo
electrónico: juancast@yahoo.com
Tel. / Fax : (
598 2 ) 622 5352
Dirección: 4 de
Julio 3068 Montevideo
Uruguay C.P.: 11600
Autor
del artículo: Profesor Juan José Castillos
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